Miércoles, 22 de febrero de 2006 | Hoy
TEATRO › ESTE FIN DE SEMANA, DOS ESTRENOS DE OBRAS QUE RECURREN A LOS TITERES
Tito Lorefice y Carlos Almeida integran el Grupo de Titiriteros del San Martín y presentan Romeo y Julieta y Paso a paso.
Por Sebastian Ackerman
Los chicos pueden ver en una media una cara, en una escoba a un caballo y en una lata de gaseosa una nave espacial. Pero no son los únicos; algunos adultos también. Dos de ellos son Tito Lorefice y Carlos Almeida, integrantes del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín y directores y adaptadores de Romeo y Julieta, de Shakespeare (que sube nuevamente al escenario el próximo sábado 25 a las 17, en el Teatro Sarmiento, Avda. Sarmiento 2715), y Paso a paso, basada en un cuento de Michael Ende, que se estrenará el sábado 11 de marzo, a la misma hora, en el Teatro de la Ribera (Pedro de Mendoza 1821). “El títere es un objeto cargado de vida”, explican en diálogo con Página/12. “Por eso, tanto chicos como grandes se ven atraídos por esta cosa inusual de que un objeto tenga emociones, respire, piense. Se caen barreras. Entonces, uno entra a este mundo mágico porque es un nuevo mundo, una nueva dimensión de acontecimientos.”
Los dos afirman que ambas obras, si bien se realizaron con la idea de un espectador-niño, también son muy disfrutadas por los padres que llevan a sus hijos a verlas, ya que, cuenta Almeida, “Paso a paso es un espectáculo al que vienen los pibitos y les encanta, y vienen los papás y también porque hacen otra lectura. Se establece una comunicación entre distintas edades. La obra de arte uno la crea con determinada forma, pero no para chicos o para grandes. Hay ciertos códigos que uno respeta porque sabe que la van a ver chicos, pero a mí me encanta cuando un adulto se emociona con la obra”. Lorefice ensaya otra explicación: “Aunque la obra original no fuera pensada para chicos, la adaptación puede hacerla accesible a ese público sin necesidad de modificar la temática original. Cuando uno crea una obra de teatro lo hace tal vez pensando en niños por cómo encarar los temas, porque hay que hacerlo con mucho más cuidado que si fuera para adultos, ya que el destinatario no tiene un criterio ya establecido. Shakespeare no escribió pensando en los niños y este es un espectáculo hecho, creado y pensado para toda la familia. La obra es una tragedia, y está respetada esa tragedia, al final hay muerte, y está como parte de la obra. Cuando la hacemos, el chico también se emociona por eso, no sólo el adulto. Porque estas son cosas que pasan en la vida real”.
Integrantes del Grupo de Titiriteros desde principios de los ’80, ambos coinciden en resaltar la importancia de poner en escena obras de calidad, y no como resultado de coyunturas en las que el chico es considerado simplemente como un consumidor. “Nosotros tratamos de formar espectadores desde chicos, y la participación de un niño está dada en poder apreciar un espectáculo, y no tener que subirse al escenario o gritar para formar parte”, y concluyen que “pocos se dan cuenta del daño que provoca el mal teatro para niños, porque es como otra caja boba. Empieza a aparecer la subestimación, el mal uso del lenguaje. El teatro es formativo, al igual que toda obra de arte, porque interviene en la formación del espíritu de la persona”, reflexionan.
Las obras se representan con títeres de guante, lo que permite un desarrollo más grotesco en el primer plano y garantiza lo cómico en las obras, pero esa posibilidad expresiva del títere también acentuará las tragedias que le ocurran. Esta amplitud dramática que el títere es capaz de expresar es lo que, según Lorefice, permite afirmar que “el titiritero es un intérprete dramático, como un actor, pero mucho más sutil, porque debe utilizar otro instrumento para comunicarse además del propio cuerpo. Entonces, lo que se logra, por contrapartida, es una mayor síntesis gestual, una mayor potencia, que difícilmente podría ser encarnada por un actor. Al ser el títere una metáfora, una poesía corpórea, uno puede ver en el personaje soledad, tormenta, bondad, maldad, abstracciones personificadas en una cosa. Y no bien lo ve, como cosa ya se instala eso que es”. Y Almeida amplía: “En el caso del actor, los límites corporales coinciden con los del personaje; en el caso del titiritero, el personaje está afuera del cuerpo del titiritero. Se crea un mundo más objetivable, un mundo donde absolutamente todo es posible a través de los objetos porque se les atribuyen las condiciones de vida que uno determine. Entonces, esta idea de funcionar como demiurgo, como un niño que arma con sus juguetes historias fantásticas donde todo es posible es un desafío enorme, porque nunca terminás de inventar cosas, de probar. Es fantástico”.
En general, existe el doble prejuicio de que el género títeres es siempre infantil y que las obras dirigidas a los chicos deben ser ingenuas y simples. Al respecto, Almeida cuenta que “desde el grupo se insiste en que la creación debía ser honesta, inventiva, de calidad. Kive Staiff (director del teatro) siempre anunció los espectáculos que podríamos llamar para niños como espectáculos para grandes y chicos. Yo adhiero a eso, a que la calidad permite romper el prejuicio de que títeres es igual a una ingenuidad medio tonta. Los títeres son un arte milenario, con mil posibilidades, que puede atrapar a un niño, a un adulto. Hay ciertos lugarcitos donde todos nos juntamos. El objeto viviendo es algo que al ser humano lo intriga. Y cuando el objeto creado o modificado por el hombre empieza a manifestar conductas humanas nos devuelve un espejo. Y eso inquieta”, concluye.
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