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Sábado, 28 de agosto de 2010

TEATRO › MARIO ALARCóN Y JUAN VITALI ESTRENAN LEANDRO Y LISANDRO, DE PACHO O’DONNELL

Cruce entre dos hombres abrumados

La obra recrea como personajes de ficción a Leandro N. Alem y Lisandro de la Torre, ambos muertos por mano propia ante la imposibilidad de enfrentar la corrupción. “Esta es una lucha entre el deseo de vivir y el instinto de muerte”, dicen los actores.

 Por Hilda Cabrera

Un hombre-máquina observa y ríe, no interfiere, pero es reconocido como poderoso por los dos personajes que recrean, ficcionalizados, a dos hombres públicos que –abrumados por las circunstancias– guardan un resto de fuerza para decidir la propia muerte. Esos suicidados son Leandro N. Alem (1842-1896) y el rosarino Lisandro de la Torre (1869-1939), quien en 1935 inició una investigación sobre el escandaloso affaire del comercio de las carnes. El engendro, “especie de Matrix, de supermáquina que hace puente entre lo visible e invisible, es un enviado del superpoder”, define Juan Vitali, uno de los intérpretes de Leandro y Lisandro. El otro es el rosarino Mario Alarcón, quien se inició en el radioteatro, ingresó al taller actoral del Teatro Nacional Cervantes e integró el elenco de la Comedia Nacional, completando estudios con el maestro Augusto Fernández a instancias de su amigo, el actor español Jesús Berenguer. Por su parte, Vitali, nacido en Tres Arroyos pero con años de residencia en Mar del Plata, hizo su primera experiencia escénica a los 12 años con su acordeón a piano. Fue disc jockey, estudió psicología en la UBA y regresó a Mar del Plata, donde intentó cursar Sociología hasta que se unió a un grupo de teatro, dirigido por Rubén Benítez. “Rubén había estudiado con la actriz y directora rusa Galina Tolmacheva (radicada en Mendoza)”, cuenta Vitali. “Nos conectó con el método de Konstantin Stanislavski, el teatro de Peter Brook y el teatro-laboratorio de Grotowski. Armamos un grupo cooperativo y recibimos el premio Estrella de Mar en 1985 y 1986. Gracias al crítico teatral y musical Emilio Stevanovich, presentamos en Buenos Aires un fragmento de Israfel, de Abelardo Castillo. Entonces apareció China Zorrilla, alentándonos.” Vitali trabajó además en la TV hasta su viaje a Perú. Partió luego a Italia, integrando el elenco de María de Buenos Aires, la “operita” de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer.

No es la primera vez que uno y otro intérprete actúan en una pieza del historiador, médico y psicoanalista Pacho O’Donnell: Vitali, un entusiasta de la educación en el arte, trabajó en El sable y Vincent y los cuervos (que después se reestrenó con el título de Van Gogh); y Alarcón estrenó Escarabajos, pieza que marcó el debut teatral de O’Donnell. Fue en 1975, en el Teatro Payró. La obra se repuso décadas más tarde en Andamio 90, también con participación de Alarcón. En Leandro y Lisandro, el diálogo entre estas dos personalidades pone en primer plano asuntos álgidos referidos a la corrupción y el suicidio. El hecho de actuar en este espectáculo dirigido por Gerardo La Regina supuso para Alarcón tomar conciencia, una vez más, de que la corrupción viene de lejos y se multiplica: “Estos hombres terminan suicidándose porque no pueden enfrentar a ese pulpo de miles de tentáculos”, puntualiza.

–El “fantasma” de Alem pide a De la Torre que desista. ¿El suicidio es aquí una muerte inútil?

Juan Vitali: –Esta es una lucha entre el deseo de vivir y el instinto de muerte. Lisandro convoca a Alem (que se suicidó en el coche que lo llevaba al Club del Progreso) porque cree que, como él, necesitó respetar las reglas del republicanismo y se dio contra una pared. Como en todos los oficios y profesiones, hay actitudes humanas constructivas y destructivas, y ellos las experimentaron todas.

Mario Alarcón: –El suicidio era factible en esa época. Frente a un poder muy superior, la lucha resulta inútil, porque cuando se logra sacarle la careta a alguien, aparece otra. El enemigo es siempre un nuevo desconocido. Lisandro se mete en ese laberinto de máscaras, y ahí aparece la locura del suicidio.

–Lisandro dice “yo creí que mis denuncias iban a herir al gobierno, pero pasaron al olvido”. ¿Esa impotencia es la que por entonces llevaba a otros a batirse a duelo?

J. V.: –El duelo estaba relacionado con la ofensa. Los códigos eran otros, y quiero hacer una diferencia: moral es lo que estipula la sociedad, lo que ésta considera que está mal o no; y la ética es ser responsable. En esta obra, uno y otro se pasan factura de lo que han hecho, como también sucede ahora. La pregunta es por qué no se soporta que el otro piense diferente. Si la fuerza tuviera más poder que la razón, nos volveríamos locos.

M. A.: –Nos acostumbramos a vivir en una democracia que permite la impunidad. Esto es muy argentino: el que transgrede reglas cree ser “un vivo bárbaro”, un pícaro al que nada se le reprocha.

J. V.: –Y ahí sale lo peor de cada uno.

–¿Qué idea tenían de estos personajes antes de la puesta?

M. A.: –Conocía más la historia de Lisandro que la de Alem. En mi casa, en Rosario, y con tíos abogados, se hablaba mucho de sus denuncias sobre el affaire de la carne. Quizá no sea lo más sano, pero tengo una opinión negativa de los políticos y funcionarios argentinos. Parecen haber nacido corruptos y cuando encuentran a otro que no lo es, lo aplastan. Hice actividad gremial y he visto mucha corrupción y patoterismo. Y lo peor: ninguno de esos corruptos va preso.

J. V.: –A mí me interesa la política, me metí y tengo esperanzas de cambio. No deberíamos estar condenados a vivir entre “demócratas” corruptos o milicos asesinos. Alem y De la Torre aspiraban a un mundo mejor y se dieron contra una pared, pero hay que salir de eso.

M. A.: –La Argentina es el país de la desmesura. Tengo la imagen del día en que estalló la guerra de Malvinas. No lo podía creer: la gente festejaba como si fuera el comienzo de un campeonato de fútbol y no lo que fue, una guerra con una potencia que dejaría dolor y muertos. Me trataron de antiargentino. Me da miedo esa desmesura. Los militares toman el poder y hacen desaparecer a 30 mil personas, y los políticos y funcionarios no admiten otras ideas que las propias.

J. V.: –Otros países salieron de guerras y enfrentamientos cruentos, ¿por qué no vamos a salir no-sotros? Algunos trabajan para que haya otras posibilidades. A mí, el personaje que interpreto, Leandro, me movilizó mucho. Estoy vivo de milagro. Un ladrón me pegó un balazo y sé qué significa recibir un disparo. Esta obra está tan cerca de la muerte que termina siendo un canto a la vida. Soy escéptico en algún aspecto, pero me rebelo.

–¿Relacionan el debate de esos dos personajes con la búsqueda de un sentido respecto de la propia vida?

J. V.: –Ellos se sentían despreciados y fueron abandonados por quienes habían sido sus amigos. Ese sentimiento de soledad absoluta despierta actitudes suicidas. Este es otro tema interesante en la obra. Nuestra juventud tiene hoy actitudes suicidas, no por una cuestión ética como la de Leandro o Lisandro, sino por desesperación.

M. A.: –Esos personajes tenían fuertes deudas y debieron vender sus propiedades. En esto se nota que son de ficción, porque, ¿qué político, funcionario o dirigente sindical termina hoy su mandato o cargo lleno de deudas? Al contrario, multiplican sus bienes. En aquella época, una ofensa daba lugar a un duelo. No estoy diciendo que eso sea mejor o peor, pero quien, como yo, ha tenido experiencia sindical sabe qué ocurre en esos lugares.

J. V.: –También yo recibí golpes, pero decidí meterme igual en la gestión política, porque algunos trabajan bien, como las instituciones intermedias, las ONG y las asambleas populares.

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“La obra está tan cerca de la muerte que termina siendo un canto a la vida”, dicen Alarcón y Vitali.
Imagen: Sandra Cartasso
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