Lunes, 13 de septiembre de 2010 | Hoy
TEATRO › HORACIO ACOSTA, AUTOR Y DIRECTOR DE EL GUíA
La obra narra las situaciones de humillación a las que el coordinador somete a los cuatro integrantes de un grupo terapéutico, con un humor “muy argentino, poco respetuoso de las debilidades y el comportamiento de la gente”, según su creador.
Por Cecilia Hopkins
Escrita y dirigida por Horacio Acosta, El guía es una obra que podría ser vista como un ensayo sobre la sumisión. La acción comienza cuando los cuatro integrantes de un grupo terapéutico esperan al coordinador que no llega. Cuando finalmente éste hace su aparición, la sala de reunión se convierte en una suerte de laboratorio teatral en el que las situaciones de humillación y escarnio parecieran no tener fin. Es que “el guía” no cesa de desvalorizar a sus pacientes, cuando no los presiona hasta la indignidad. Su incorrección política asusta: “Es que este ‘terapeuta’ dice lo que nunca en la realidad diría un analista en sesión. Cualquiera sabe que nadie diría cosas semejantes, por más que piense del mismo modo”, aclara Acosta, cuya obra puede verse los viernes a las 21 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
El cuadro de arranque genera situaciones de humor que el director identifica como “muy argentino” y explica por qué: “El nuestro es un sentido del humor inteligente y salvaje, poco respetuoso de las debilidades y el comportamiento de la gente”, afirma. Pero la comicidad que alienta el espectáculo no tarda en manifestar un costado de crueldad explícita. Esto ocurre cada vez que las situaciones que se generan en escena descubren de modo manifiesto la necesidad que experimentan unos de ser manipulados por su conductor. Según Acosta, este perfil que expone la obra puede tomarse a modo de advertencia. “La realidad de cada personaje es lamentable: son personajes pobres que no tienen opiniones propias, sufren de fobias, no pueden asumir un rol claro en su entorno familiar o manifiestan deseos de fabular todo el tiempo y todos arman su existencia en torno del guía”, resume. Estos personajes construyen, según el director, “imágenes y recuerdos del pasado que parecen verdaderos, pero que no son más que una extensión de la percepción cotidiana”. A pesar del auge de las terapias alternativas, Acosta opina que el psicoanálisis continúa vigente: “Nuestro país se destaca por la cantidad de gente que hace teatro y por la cantidad de gente que se analiza”, bromea. “Tal vez sean dos fenómenos que están conectados: ambos se relacionan con la búsqueda de la identidad, con la necesidad de una persona de expresarse, mostrarse y revelarse a sí misma.”
La obra –interpretada por Adrián Fiora, Mario Mahler, Constanza Nacarato, Agustín Rodríguez y Jazmín Rodríguez– es la primera experiencia de Acosta en la conducción actoral. Y también en la escritura dramatúrgica, aunque El guía fue un trabajo gestado colectivamente por el grupo, en función de compartir los mismos códigos actorales. Es que todos los integrantes del elenco entrenan desde hace tiempo en los talleres de actuación que conduce Acosta. “Un actor no debería dejar nunca de entrenar, de sacarse los vicios que adquiere con el tiempo”, señala. Luego de varios meses de trabajar en base a improvisaciones, fue Acosta quien realizó el ordenamiento del material. “Nunca escribí un texto teatral, pero sí tuve mucha experiencia en crear espectáculos de café concert”, cuenta el actor y director, quien comenzó a desarrollar su carrera actoral de adolescente, en Carlos Paz, donde residía a pesar de haber nacido en Buenos Aires. De allí pasó a la capital cordobesa, donde conoció al actor Paco Giménez, con quien actuó en el grupo La Chispa, formado en los tiempos del Cordobazo. El golpe del ’76 los obligó a exiliarse en México, donde Acosta continuó actuando en el café concert, junto a Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez. Para ese entonces él creaba sus propios personajes y diseñaba en colaboración cada espectáculo. Su vuelta al país fue en 1989. “Vine con la idea de poner un café concert, pero se estaba viviendo la debacle de Alfonsín y tuve que abandonar ese proyecto”, recuerda. Su inserción en el medio teatral la hizo con el ya fallecido Miguel Guerberoff, quien lo dirigió en sucesivas puestas de Shakespeare y Beckett, y a quien está dedicado este espectáculo.
“Esa situación de terapia, como de psicodrama, no fue más que una excusa”, explica el director. “Queríamos hablar del poder, queríamos manifestar hasta dónde puede llegar el sometimiento y la entrega de una persona a un líder.” La respuesta que recibe de la platea le confirma el nivel de identificación que el espectáculo pone en juego en el espectador. “La necesidad de encontrar un guía es muy argentina”, admite Acosta. “Todos tenemos la idea de ir con quien tiene la posta, con quien pueda iluminarnos. Tal vez, la falta de proyección genere la necesidad de tener esperanzas en alguien o en algo”, reflexiona.
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