Lunes, 13 de septiembre de 2010 | Hoy
CULTURA › JOSé PABLO FEINMANN Y LEóN ROZITCHNER EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
En el marco de la celebración por los 200 años de la BN, ambos intelectuales intercambiaron ideas, tomando la escritura como objeto de reflexión. Coincidieron en la necesidad de plasmar emoción y sentimiento en lo que se quiere decir, ya sea desde la literatura o desde la filosofía.
Por Juan Martín Bregazzi
¿Qué es aquello que surge cuando una mujer o un hombre se sienta a escribir? La respuesta parece resultar sencilla. Lo que se escribe es un texto y, por su contenido, podrá ser una novela o un ensayo filosófico, entre muchos otros géneros posibles. Pero, ¿quien redacta ese texto es, de manera irremediable, un escritor? Para José Pablo Feinmann “no cualquiera puede escribir”, y afirma que además, muy pocos pueden ser definidos como “escritores”. El, junto a León Rozitchner, conferenciaron el sábado a la tarde, en la Biblioteca Nacional, bajo el marco de la celebración que la Biblioteca está llevando a cabo por sus doscientos años. Tomaron a la escritura como objeto de análisis y reflexión, y entre desvíos y desplazamientos, intentaron vencer las definiciones comunes y brindar una visión distinta sobre el “arte de la palabra” –tanto como hecho en sí mismo, y como acto de creación en la Argentina del Bicentenario–.
“Afortunadamente apareció Internet –comenta Feinmann–. Ahí están los blogs, los foros, y todos ‘escriben’. Todos vuelcan su subjetividad tan apreciada –por ellos– y considerada tan valiosa como para ser puesta al examen universal, en un blog.” El público del auditorio se ríe y festeja las ironías del filósofo, quien continúa intentando demarcar lo que él considera que debe ser un escritor. “Cuando se presentan en un concurso literario 700 novelas, uno dice, definitivamente, que no puede haber 700 escritores. Es más, dudaría que hayan existido más de sesenta en todo el siglo XX.”
Para Feinmann, un autor debe pensar en el público al que se dirige. Considera falsa la visión que afirma que, a la hora de escribir, no hay que pensar en los futuros lectores, ya que esto condicionaría lo que en principio se quiere decir. Retoma en ese sentido una frase del novelista español Pío Baroja –autor de Tierra Vasca y el Arbol de la Ciencia–, quien señaló: “Hay que escribir sin buscar un estilo. Sólo hay que intentar que el que lea entienda, y se entretenga”. El entretener al público, el tenerlo en cuenta, es una pieza fundamental del armado del texto, subraya Feinmann. “La literatura, y el arte en general, han pasado a tener una cosa que podemos dar en llamar ‘el prestigio del tedio’. Cuanto más aburrido es algo, mayor calidad parece tener. Si me aburre un libro es por mi culpa, como lector. Porque sin dudas el autor es tan genial, que si no me entretengo es porque no lo entiendo. Esta es una maniobra muy inteligente del arte que se hace llamar ‘posmoderno’. Alfred Hitchcock, que realmente sabía entretener a la gente, decía que el cine es la vida sin las partes aburridas. Eso se ha invertido. Ahora, para muchos, el cine termina siendo sólo partes aburridas, sin la vida. Esto es lo que sucede con el ‘realismo argentino’, que después pasó a llamarse ‘nuevo cine argentino’. Y esto ocurre también con gran parte de los que muchos llaman literatura.” Escribir, hacerlo bien y ser considerado un “escritor” parece depender del ojo crítico de quien esté evaluando. Pero para Feinmann es fundamental que toda obra exprese el estado de enamoramiento del autor ante su texto; su esfuerzo y el empeño volcado en el entramado de las palabras y los sentidos.
Rozitchner, si bien centró su discurso en torno de los textos filosóficos y no de los literarios, coincide con la necesidad de plasmar emoción y sentimiento en lo que se quiere decir. Da cuenta, también, del deseo, siempre existente en el escritor, de ser leído por alguien. No existe el autor para-sí: “Quien escribe aspira a que lo escuchen todos. La conquista del otro es el horizonte de toda escritura. Cada hombre aspira a ser amado por lo que expresa de sí mismo”. Rozitchner intentará luego demostrar que escribir encierra siempre, además de un momento de alegría y de pasión, una instancia de angustia, vinculada con el inconsciente y el cuerpo. “Esta angustia aparece cuando queremos decir lo propio. La escritura nos pone en juego en ese sentido; nadie escribe impunemente. Aquel que lo hace necesariamente tiene que enfrentar esa disyuntiva: o escribir desde lo que está autorizado a decir –y por lo tanto no corre riesgo–, o escribir tratando de habitar ese umbral profundamente contenido, de la materialidad y lo inextricable.”
Para Rozitchner, la pregunta por la verdad se hace presente en la filosofía. Pero marca la necesidad de distanciarse de la “abstracción” que la filosofía occidental, pura y espiritual, impone desde un plano idealista. Y es allí en donde se hace presente la problemática de ser un escritor y un filósofo en nuestro país, luego de años de dictadura y opresión. “El desafío de los que estamos en la Argentina es cómo hacer para que las palabras espirituales, aparentemente abstractas, susciten sin embargo un afecto que está escondido e impedido de surgir en la gente. La filosofía debe hacer que las personas que están más distantes –por medio del pensamiento– de su propio cuerpo, puedan encontrarse, así, consigo mismo, con su origen y su afecto primero.”
Escribir en la Argentina evidencia, además, un obstáculo comercial. Feinmann subraya que el negocio de los libros está monopolizado, de forma clara, por importantes multinacionales. Y si bien puede ser cierto que la perseverancia y el trabajo permitan darse a conocer a través de pequeñas editoriales, alcanzar un público masivo está vedado para quien no tengan contacto con las editoriales de mayor renombre. “Estas empresas publican a los escritores ‘consagrados’, como Paulo Coelho, Marcos Aguinis, y ese tipo de gente. Además, en las vidrieras de las librerías más grandes, raramente se encuentran libros de pequeñas editoriales. No hay ninguna moral en esto. Las cadenas ponen en las vidrieras, por ejemplo, el libro del jefe de la SIDE de Menem –Juan Bautista Yofre– porque lo edita Sudamericana. Les importa un pito la calidad. Quieren vender. Y es que en definitiva, para el gran mercado editorial, el mejor libro es el que más vende.”
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