Dom 31.10.2010
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TEATRO › EL TITIRITERO HORACIO PERALTA HABLA DE SU ESPECTACULO, EL TIEMPO PASA

“Pongo todos mis sueños y fantasías”

Durante la dictadura militar, Peralta vivió el exilio en Panamá, Costa Rica y Francia. En París creó una compañía, Bululú Théâtre, que realizaba funciones en subtes. Y ahora al Centro de la Cooperación trae una obra inspirada en un amor de su infancia.

Peralta estudió teatro con prestigiosos maestros, como Norman Briski y Alejandra Boero, entre otros.
Imagen: Pablo Piovano.

La charla se inicia con un sueño y termina con otro. Parece que hay cosas que se resuelven en el universo paralelo de la luz apagada. Sabe de eso Horacio Peralta, titiritero de cuarenta años de profesión. De a ratos le asoma la timidez, pero triunfan las ganas de contarlo: en la génesis de su nuevo espectáculo, El tiempo pasa (viernes a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación, Avenida Corrientes 1543), está una serie de capítulos oníricos engendrados por una historia de amor trunca. Lejana, infantil, pero no por eso menos intensa. Los sueños insistieron durante años, y finalmente Peralta se animó a contar “una historia de amor entre un títere y un recuerdo”. El suyo es un claro ejemplo de los muñecos como alter egos. Lo demostraba también El titiritero, su anterior espectáculo. “Pongo todos mis deseos y fantasías en esto”, reconoce.

Peralta vivió en París parte de su exilio por la dictadura militar. Allí, a los 36 años, comenzó a soñar con la mujer en cuestión. Era una compañerita del jardín y de la escuela, “linda, excelente alumna, la mejor de la escuela”, elogia. “Y encima cantaba bien”, añade, y los ojos se le pueblan de una voz lejana. Los capítulos fueron tres. “En el primero teníamos seis, ocho años. Estábamos jugando en el patio del jardín. ¡Me desperté con tanta felicidad! Tuve que llamar a mis amigos de Buenos Aires para tener noticias de ella. Al poco tiempo soñé que éramos un poquito más grandes. Estábamos andando en bicicleta y ella me decía que me quería”, relata. El último tenía un componente algo siniestro. “Eramos de nuevo chiquititos. Yo vi que tenía un granito negro en la nariz, del que le salían unos pelos enormes. Me desperté entre risas francas y frescas.”

–¿Y qué noticias consiguió? ¿La buscó finalmente?

–Sí. De grande la fui a ver. Terminamos siendo muy amigos. Le conté que siempre la admiré mucho. Y que estaba haciendo un espectáculo inspirado en ella. Lo de los sueños no se lo conté. Pero si ahora se entera, que se entere.

Dar la cara: Peralta está acostumbrado a ello en sus espectáculos. Quiere decir que, además de “esconderse” en sus títeres, se para frente al público y se cuenta a sí mismo. Es un modo de “de-sacralizar” la relación con los espectadores. En los días previos al estreno, el titiritero no estaba del todo convencido de repasar sus sueños frente a la platea. La otra opción era dejar que eso simplemente se trasluciera. ¿Temor a meterse con algo tan íntimo, a algo que traduce lo escondido? “Es que eso tiene nombre y apellido. Pero contándoselo a usted, no se lo estoy contando a cualquiera”, dice, al parecer buceando en su mundo interior. “Se lo estoy contando a una periodista que mañana lo va a publicar en el diario. Desde el momento en que se lo largo así me estoy tirando a la pileta. Es obvio que lo tengo que decir”, se convence.

La charla se la gana la historia amorosa, por entrañable. No obstante, cuenta Peralta que el espectáculo tuvo un “doble origen”, porque también lo inspiró una frase de Jorge Luis Borges que le citó un amigo. “Nada se edifica sobre la piedra, todo se edifica sobre la arena. Nuestro deber es edificar como si fuese piedra la arena.” El titiritero explica qué entiende de esas palabras. “Es una frase que mucha gente dijo de otra forma, como ‘del polvo venimos y al polvo volveremos’. Se divide en dos partes. La primera oración habla de lo efímeros que somos. Todo lo es, hasta las pirámides de Egipto. Nuestro cotidiano, nuestra vida es eso: pasamos. Somos arena. La segunda oración habla del optimismo que tenemos que ponerle a la vida, a lo que hacemos. Apasionarnos por el trabajo, el amor, que es para mí el exponente de lo que vale la pena entusiasmarse. El amor entre un hombre y una mujer, la amistad, los hijos, los padres; como valor absoluto.”

Quince años pasaron desde que Peralta oyó esa frase por primera vez hasta que pudo plasmarla. En el medio estuvo ese pasado que cobraba vida en patios del jardín, paseos en bici o granos con pelos, así como sus títeres la obtienen de sus manos. “Antes no encontraba la manera de hacerlo. Tuvo que pasar el tiempo para que la encontrara”, explica. “Contar qué hago como titiritero”, sintetiza Peralta sobre el objetivo del resultado final. En su anterior espectáculo, El titiritero, contaba cómo se había hecho especialista en muñecos. Eran objetos con historia: Peralta vivió hasta la adolescencia en Ramos Mejía, estudió teatro con prestigiosos maestros (Norman Briski, Víctor Bruno, Alejandra Boero y Martín Adjemian), fue secuestrado y detenido en la ESMA por 55 días durante la última dictadura militar, y vivió el exilio en Panamá, Costa Rica y Francia. En París creó una compañía, Bululú Théâtre, que realizaba funciones en subtes. Como El titiritero, El tiempo pasa retoma el halo autobiográfico. Es su “continuación”.

–¿Por qué elige contar su propia historia?

–El títere es el titiritero también. Empecé siendo un poco más sutil, ahora me estoy metiendo cada vez más. Es un camino, voy a tener que optar. Siempre me pongo en el mismo lugar que el público. Con un pequeño gesto quiero dar a entender que lo que vio es mi recuerdo; eso tiene que ser muy clarito. Pero, al mismo tiempo, tiene que ser obvio que no es solamente mi recuerdo. Te tiene que llevar a pensar en tu propio recuerdo. Yo, como si fuese piedra la arena, tengo que hacer títeres y contar historias. Mi historia está puesta al servicio de una cosa universal.

No es frecuente que el titiritero se pare frente al público y monologue. “Lo fui encontrando con El titiritero a medida que lo iba haciendo. Cuando la gente entraba yo estaba sentado y me veía. Me parecía importante porque me iba digiriendo. Entonces, cuando llegaba con un títere, no está mirando quién soy, sino que pone los ojos en mi personaje. Acá espero que sea la misma cosa”, explica. Hacia el final de la entrevista, mirando hacia el escenario que lo espera el viernes, pareciera que todavía necesita un empujón. Algo más para animarse a contarlo con detalles. Y entonces le pide a esta cronista que le cuente algún sueño, alguna historia de amor con un recuerdo.

Entrevista: María Daniela Yaccar.

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