TEATRO › NUEVAS VERSIONES DE LA CASA DE BERNARDA ALBA, MEDEA Y ROMEO Y JULIETA
Raúl Baroni, Lorena Romanin y José Maldonado explican el modo en que desmontaron los textos de Federico García Lorca, Eurípides y Shakespeare para alimentar una escena teatral que se corre de lo establecido, sin caer en la transgresión vaciada de sentido.
› Por María Daniela Yaccar
Hombres desnudos que materializan las fantasías de las hijas de Bernarda Alba, un Romeo inexistente que abre paso a dos Julietas, la tragedia de Medea en formato cabaret y con estética pop. Ir hacia atrás para mirar el ahora. Y más que eso: que la metamorfosis del clásico sea irreverente y la mirada, provocadora. Esa pareciera ser la consigna que coincide en aquellos tres ejemplos, extraídos de la actual cartelera alternativa porteña. Sus títulos son Bernarda Alba al desnudo, de Raúl Baroni y Germán Akis; Julieta y Julieta, de Lorena Romanin; y Estúpidamente Medea, tragedia cabaret, de José Maldonado e Isabel Crubellier. ¿Por qué la “falta de respeto” a tres de los textos que la historia ha recargado de tal cosa? ¿Por qué el diálogo con el pasado para hablar del presente? Aquí, los hacedores de estos “covers” ruidosos brindan las respuestas.
Las preguntas surgen porque, tranquilamente, los directores podrían olvidarse de lo que ya se contó, poner manos a la obra y crear una historia desde cero. Pero si un clásico es, como dijo Italo Calvino, “un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, apoyarse en obras míticas es una alternativa válida para recargarlas de nuevos sentidos. Siguiendo con el escritor, el clásico “tiende a relegar a la actualidad a categoría de ruido de fondo”. Las tres obras mencionadas demuestran que la operación de transformar un clásico puede ubicarla en primer plano. Y para ello encaran caminos diferentes: exaltan algún aspecto del texto que mantiene vigencia o edifican uno sobre lo escrito tiempo atrás.
Ya estaba en el texto que Federico García Lorca escribió en 1936, pero en Bernarda Alba al desnudo la represión sexual y emocional de las hermanas se vuelve decididamente potente. Hay dos planos en la obra: el de la realidad –del que Bernarda es dueña absoluta– y el imaginario de sus hijas. Cinco hombres desnudos forman parte de él, apareciendo toda vez que ellas relatan un sueño o un recuerdo. “Como los personajes de Lorca son todos femeninos, se nos ocurrió hacer esta contraposición”, explica Raúl Baroni. A veces, lo que los actores hacen con sus cuerpos contradice lo que las actrices están contando. Con una sola frase, el director resume la vigencia de la obra: “Una chica salió llorando de una función, diciendo que se había dado cuenta de la represión que le impusieron sus padres”.
Sumamente atrevida, la puesta tuvo hasta una función para nudistas (ver recuadro). Por ello podría presuponerse que Akis y Baroni tienen no más de treinta años. Pero no: eso es lo que llevan de inmersión en el mundo teatral. En sus tiempos de docentes, nada menos que 32 años, se toparon con mujeres de todas las edades, que les demostraron que la represión femenina no se ha esfumado del todo. “Las más jóvenes están más liberadas, a la par del hombre”, reconoce Baroni. “Pero la sienten mucho las de 50. Antes era todo silencio. Tuvimos muchas alumnas grandes que se casaban y decían que no sabían qué hacer. Y que cuando menstruaban, se asustaban.” La trama ofrece un escape en Adela, la única de las hermanas que consigue imprimir un poco de pasión a su vida.
Julieta y Julieta ofrece la aclaración en el título: la obra narra una historia de amor entre dos mujeres. En la versión de Lorena Romanin del clásico de William Shakespeare –que data de 1547–, quienes se interponen en el amor de las Julietas no son dos familias, sino dos pandillas de skaters. Una la integran gays; la otra, heterosexuales. “Me pareció interesante mezclar la imposibilidad con la homosexualidad”, sostiene la directora, evidenciando que la transformación del clásico implicó un agregado personal al argumento. Eligió a los skaters como protagonistas por tratarse de “grupos de jóvenes contundentes, con filosofía fuerte”, que aportan también la colorida estética del graffiti. De todas las versiones que vio Romanin, la que más le sirvió fue Amor sin barreras, film de Robert Wise y Jerome Robbins. “Siempre me gustó de esa película la cosa más social”, subraya. Otro aspecto que aparece en la obra es la diferencia de clase.
La pieza se estrenó al poco tiempo de la sanción del matrimonio igualitario. “Cuando estábamos ensayando, yo decía: ‘Hay tanta gente tan mataputo...’. ¡Qué locura! Me generaba mucha violencia”, recuerda Romanin. En pareja con una de las protagonistas de la obra, Sofia Wilhelmi, viene trabajando con la temática queer hace rato. Entre otras cosas, protagonizó Plan V, primera comedia romántica nacional de temática lésbica, que ideó con Maruja Bustamante. “El año pasado me llegó un mail de un compañero de la primaria diciéndome que vuelva a la senda. Una cosa muy ridícula. El pibe es evangelista, no sé qué carajo”, se enoja.
Finalmente, aunque de la Medea de Eurípides se recuerda principalmente la historia de desamor y de traición que sufre la protagonista y su posterior venganza –mata a sus hijos porque su marido la ha abandonado por Glauce, hija del rey de Corinto–, la lectura de José Maldonado e Isabel Crubellier se centra en otra capa: la inmigración. No es casual: Maldonado es chileno y hace tres años que vive ilegalmente en la Argentina. Y la compañía que dirige, Huérfanos con Esperanza, está integrada por intérpretes de México, Perú, Chile, Puerto Rico y Bolivia. “Medea es echada de Corinto sobre todo por ser extranjera”, subraya el director. “Jasón agradece a Dios por no ser mujer, pero lo que más le agradece es no ser bárbaro. Es un gran problema en la vida griega.” También en la actual. “Estoy trabajando con un peruano y un boliviano y son re-chetos, pero los miran como si tuvieran que vender verdura. Y si los chilenos vamos a Europa, somos latinos. Es la misma mierda.”
Razones para faltar el respeto
“El mejor autor es el que está muerto, porque no te jode. Hay que discutir con los clásicos, faltarles el respeto.” De los consultados por Página/12, Maldonado es el director que parece tener más motivos para el “remix”. Sin tapujos, dice que la Medea original le importa “un carajo”. Agrega que viene de una escuela (la Universidad de Arcys, de Santiago de Chile) que le enseñó a “volver a los conceptos de la obra” en lugar de a “respetar al clásico, al autor”. Según él, es un vuelo que la Argentina no se permite: “Acá se rinde pleitesía absoluta al texto”. Su particular Medea, que combina tragedia y cabaret –géneros que “no se pueden mezclar”– y que, por momentos, vira hacia el melodrama, es también “una decisión política”. Así lo explica: “Es mi venganza contra Occidente. Me cago: Shakespeare era un empresario. El poder del clásico es de mentira, es impuesto. Los poderes están en manos de imperios”. Lo suyo es encontrarle la vuelta sudamericana a historias universales.
¿Por qué trastrocar un clásico? ¿Por qué no la creación propia? En Baroni y Romanin la respuesta se acota a sus obras en cartel, puesto que también son autores. Maldonado, por su parte, se confiesa: “No me da el cuero”. Por eso, son diferentes los motivos que los empujaron a versionar un clásico. Para Baroni, “las obras no pueden hacerse como están escritas. La gente no las resiste y hay que vivir esta época”. Por otro lado, está el hecho de contar con una obra que “de por sí funciona”, según Romanin, a quien la historia de los Montesco y los Capuleto se le apareció no bien pensó en la propia. “Da espacio para contar otra cosa o lo mismo de otra manera. Te resuelve”, explica. En cuanto a las ventajas que ofrece la transformación, los tres coinciden en un punto: la atracción que genera en el público. La honestidad del director chileno es brutal. “Si digo Estúpidamente Medea, la gente viene, me sirve de publicidad. Después te estafo. Soy un garca. Si querés discutir por qué se llama así, lo hacemos horas. Igual, probablemente la pases bien.”
Maldonado tiene más de un ejemplo para referirse a la rigidez que impera en Buenos Aires respecto de los textos teatrales. “Corrientes no va a cambiar. Se monta Todos eran mis hijos igual que en Estados Unidos. Estaría bueno que inventen una historia mezclada, que conecten con Malvinas o la crisis de 2001”, protesta. Si bien para Romanin su puesta también implica una “falta de respeto”, su visión es menos apocalíptica. “Hay total lugar para esto”, sostiene, aunque admite una puja que se da en “todas las áreas”, entre jóvenes y viejos artistas, estos últimos posiblemente menos ávidos de rupturas. Si así fuera, Baroni sería la excepción: él, que lleva años en esto, está acostumbrado a los clásicos transgresores. Consigue hacerlo, eso sí, al frente de un teatro bien off, El Arlequino, que lo requiere full time. Hasta atiende la boletería.
Una última razón por la que existen los clásicos remixados es económica. “No soy dramaturgo por tacaño. No quiero pagarle derechos a nadie, miles de dólares que no tengo”, explica Maldonado. Romanin añade que “si se liberan los derechos de un autor increíble, hay que hacerlo”. Pero eso no sucede nunca del todo. La ventaja de que el autor esté muerto es que la negociación es menos complicada: el director se ahorra el lidiar con él o con familiares y no está atado a un acuerdo económico. Pero a 70 años del fallecimiento del dramaturgo, sea del país que fuere, su obra pasa a ser de dominio público. Hay que abonar un mínimo del 10 por ciento del total de la taquilla, si es que se cobra entrada, según información de Argentores. De ese número, el 4 por ciento corresponde al autor de la adaptación y lo que resta, al Fondo Nacional de las Artes.
Los géneros en debate
En esta versión del clásico de Lorca, Bernarda es encarnada por un hombre, Ricardo Casime. También La Poncia (Carlos Interdonato), la criada que se las sabe todas. “Bernarda es un ser siniestro, es la España negra. En España se hizo con Ismael Merlo, un actor de dos metros, flaco, alto y de voz cavernosa. No es una mujer Bernarda: ninguna tiene esa maldad. Piensan en los hijos. La ensayamos con una mujer que nos dijo: ‘Yo soy abuela, no puedo ser tan mala’”, se explaya Baroni. Como él lo da a entender, no es nuevo que el teatro juegue con los géneros. Pero sorprende que tanto Bernarda Alba al desnudo como Julieta y Julieta y Medea compartan esa característica, no tan habitual en el teatro emergente.
Maldonado da sus razones. “Todos los actores pasan por Medea, no hay un lugar de sexo definido como tal. Interesa poco el género en teatro. Eso viene más de las letras. En teatro se es minoría si se es hétero. Lo que importa es quién es Medea, qué hace, cómo siente. Todos nos sentimos alguna vez traicionados, como Medea, y todos quisimos mandar todo a la mierda, como Jasón. Pensamos: estoy cansado de pelear todo el rato, mejor me quedo con la mina tonta que es la princesa, viajando por los mares. Si me ofrecen un teatro o estar limpiando, claramente prefiero ser dueño del teatro.”
Originalmente, la obra de Shakespeare de fines del siglo XVI fue interpretada por The Chambelain’s Men, un elenco íntegramente masculino. Invita a la reflexión que con el paso del tiempo las protagonistas sean dos mujeres que viven su amor en una pista de skate. Como dice Maldonado, “en teatro los géneros se ponen en debate”, por más que eso no esté en los planes del director. Julieta y Julieta exhibe la situación de una minoría y aboga por la diversidad. ¿Alguien se habrá puesto a pensar, en la época de Shakespeare, que Romeo y Julieta eran dos hombres? De la obra de Romanin puede decirse que consigue no caer en estereotipo, aun cuando se entiende cuál es la Julieta cercana a Romeo. “Sofi se ponía a trabajar en formas más femeninas, eso nos aparecía como problema. Pero tiene el pelo rubio por la cintura, era ridículo trabajar otra cosa”, explica Romanin. “Si en la época de Shakespeare protagonizaban la historia dos varones, no estamos tan lejos. Una chica demasiado masculina nos alejaría de la reversión.”
Lo dice como si alejarse no fuese del todo recomendable. En esas palabras puede estar implícita la fórmula, el leitmotiv de la transformación del clásico: tomar un texto, discutir con él, calzarle las ropas de la sensibilidad actual. Y que, así y todo, haya algo del espíritu de lo que alguien creó años y hasta siglos atrás. Así haya estética pop, graffitis y hasta desnudos de por medio. Todo sin riesgos, porque, ¿quién va a sentirse tocado o quejarse porque ensuciaron su imagen? “De no ser por medio de la tabla ouija, Eurípides no me va a joder”, festeja Maldonado. “Aunque en ese caso daría una muy buena entrevista.”
* Bernarda Alba al desnudo, sábados a las 22.30 en el Teatro Arlequino (Alsina 1484).
* Julieta y Julieta, jueves a las 21 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960).
* Estúpidamente Medea, sábados a las 23 en Pata de Ganso (Zelaya 3122).
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