TEATRO › DANIEL KUZNIECKA Y LAS IDEAS DETRAS DE SU UNIPERSONAL LAS MALAS PALABRAS
Director y adaptador de un texto escrito por el psicoanalista Ariel Arango, el intérprete dispara desde el escenario del Centro Cultural de la Cooperación una humorística serie de interrogantes relacionados con la carga negativa de algunas palabras.
› Por Carolina Prieto
¿Por qué ciertas palabras son consideradas malas? El Negro Fontanarrosa ya lo cuestionó en el Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Rosario en el 2004. Se preguntaba entonces: “¿Son malas porque les pegan a las otras? ¿Son malas porque son de mala calidad?”. En aquella presentación, deslizó la idea de que ellas condensan una expresividad y una fuerza que difícilmente las vuelven intrascendentes, y pidió “una amnistía para la mayoría de las malas palabras”. Otro rosarino, el psicoanalista Ariel Arango, ex decano de la Universidad Nacional de Rosario, también abordó el tema en el libro Las Malas Palabras, origen del espectáculo homónimo que Daniel Kuzniecka presenta los viernes a las 21 y sábados a las 23 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131). ¿Por qué se las condena? ¿Qué ocultan? ¿A qué remiten? Son algunas de las cuestiones que el actor de 45 años, en el triple rol de intérprete, director y adaptador, intenta responder en la obra que marca su regreso a la escena después de ocho años, cuando protagonizó y adaptó el infantil Sandokán.
“Este año rechacé unos cuantos proyectos buenos desde lo económico pero que no me cerraban. Tenía ganas de hacer algo propio, no depender de muchas personas y, sobre todo, ser honesto arriba del escenario”, comenta el actor a Página/12. Así fue como decidió incursionar en el terreno del unipersonal, al estilo del catalán Manel Barceló, a quien admira intensamente. “Me encanta lo que hace, lo veo siempre que viene a Buenos Aires. Quería hacer un espectáculo simple: pararme y hablar, como volviendo a las fuentes y demostrar que puede ser muy interesante”, agrega. El actor de films como Caballos Salvajes y Cenizas del Paraíso pensó en meterse con el mundillo de los vinos, pero finalmente se topó en su biblioteca con el libro de Arango, que leyó en los ’80. Y no lo dudó. Se comunicó con el autor, fue a verlo a Rosario y recibió su apoyo inmediato: “Me dio los derechos, le pasé la adaptación que venía haciendo, le gustó y me dijo que siguiera para adelante”.
–¿Cómo trabajó la adaptación?
–Tiene la forma de un documental televisivo en el que un tipo da una especie de cátedra sobre las malas palabras. Recorro el camino que hace Arango a través del arte, mostrando cómo la pintura, la escultura o la literatura tocaron el tema desde el comienzo de la humanidad. Una suerte de recorrido de la vida sexual a través del tiempo deteniéndome en algunas obras que aparecen proyectadas en una pantalla o en fragmentos de textos literarios o filosóficos que leo. No es un espectáculo de mal gusto ni sórdido, simplemente hablo de lo que hay que hablar. Creo que es revelador y hasta liberador.
–¿Son palabras referidas únicamente al sexo?
–Sí, porque en general casi todas las malas palabras remiten al cuerpo, a las secreciones o a la actividad sexual propiamente dicha. En la obra me pregunto por qué está mal visto decir teta, pija, chupar y tantas otras cosas. Me pregunto por la etimología de ciertos términos, por qué son tabú, por qué son obscenos. O por qué el arte tardó tanto en dibujar los órganos femeninos. La Maja Desnuda, por ejemplo, emblema de la desnudez, sólo muestra el vello púbico mientras que los penes aparecen desde tiempos remotos. Me interesó justamente el recorrido que hace el autor, su humor y profundidad.
–¿Cuál sería el núcleo de esas censuras?
–El incesto. Se condenan palabras y expresiones porque remiten al incesto, al vínculo primario con la madre, el padre o hermanos. Hay un rechazo hacia todo lo que nos recuerda nuestra naturaleza.
–¿Cómo es este personaje que conduce el documental? ¿Un ganador que se las sabe todas?
–No construyo un personaje, lo hago a partir de mí, aunque la forma de hablar no es mía. Más que un personaje, trabajé formas de hablar, que varían según el momento de la obra. En general manejo un tono neutro y cuando relato un mito griego o romano parece un doblaje en español o mexicano. El trabajo con la voz fue fuerte, conté con el apoyo de mi maestro Carlos Demartino, que me vino a ver y me tranquilizó. El resultado es un espectáculo de humor, pero no es que yo quiera hacerme el gracioso. El texto tiene humor. Mi mayor preocupación es que la gente no se sienta molestada y, a la vez, ofrecer una obra con mucho contenido, con una base sólida que ojalá sirva para ser más simples y directos, menos hipócritas.
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