TEATRO › VERONICA EDYE HABLA DE SU PUESTA DE EL PATIO
La obra de Llanos Campos Martínez aborda la violencia conyugal, lo que motivó a la directora a investigar esa realidad previamente a los ensayos. “Eso me ayudó a comprender las razones por las cuales las mujeres golpeadas no se rebelan y permanecen en sus casas”, explica.
› Por Hilda Cabrera
Será que “las víctimas hacen verdugos”, como dice uno de los personajes femeninos de El patio, obra sobre la violencia de género. El teatro no elude ese hecho íntimo y social, porque, se sabe, “lo peligroso es no reflexionar sobre la violencia”, en este caso en la pareja. La directora Verónica Edye aceptó el reto de llevar a escena esta pieza de los españoles Llanos Campos Martínez (autora de Por el ojo de la cerradura, centrada en una niña de diez años que prefiere crearse un mundo interior y privado) y el músico Sulpicio Molina. El patio logró en su momento amplia repercusión en España, donde la violencia conyugal es tan real como en la Argentina. “Previamente a los ensayos, investigué el comportamiento de gente golpeada y pude hablar con una mujer que pasó por ese drama y logró salir”, apunta Edye, autora de piezas teatrales y cuentos, actriz, docente de actuación y directora, entre otras obras, de Ensueño veneciano, de Carlos Gerard; Cien veces no debo, de Ricardo Talesnik; Alter Office, de Miguel Ramis, y En un bar de un hotel de Tokio, de Tennessee Williams. Interesada en el aspecto social del maltrato, participó en sesiones de equipos de autoayuda a mujeres golpeadas. Esta experiencia en vivo le permitió acceder al complejo mundo de esas mujeres y plasmarlo a conciencia en la obra. “Las que estamos afuera de esa realidad no entendemos las razones por las cuales no se rebelan y permanecen en sus casas –opina–. Compartir esas sesiones me ayudó a comprenderlo.”
–¿Qué les impide desprenderse?
–En parte, no se van por miedo a no saber cómo resolver la situación. Padecen una tremenda baja de la autoestima y creen, seriamente, que no podrán sostenerse. El aspecto económico es importante, aunque, como sabemos por las denuncias que se hacen públicas, el maltrato se da en todos los niveles económicos.
–¿Cuánto influye el sentimiento de dependencia?
–Estas mujeres sienten –y esto les sucede también a los varones, aunque en menor escala– que no van a poder vivir si no es con el otro. Irse es como empezar a morir. Y ese miedo las mantiene aferradas al hombre. Además, la mayoría proviene de familias en la que ha habido o hay golpeadores, algunos movidos por el consumo de alcohol. Para esas mujeres los golpes son reacciones conocidas.
–¿De qué manera pesa la humillación sufrida?
–Pesa en que la vergüenza no les permite contar qué les ocurre ni poner límites al que maltrata. En esos casos, la mujer queda sola en el lugar de víctima y el hombre aprovecha ese espacio que ella le deja para continuar siendo el verdugo.
–¿Existe hoy una mayor disposición de la mujer para la denuncia? ¿Reconoce que es víctima de un abuso y se muestra dispuesta a no justificar el agravio?
–Por un lado, vemos que las mujeres, en general, avanzan en distintos campos, culturales, sociales y científicos, y que por otro siguen aceptando la sumisión cuando están en pareja, una relación que debiera ser de amor y entre iguales. A veces, ante el ataque reiterado, la mujer llega a ser violenta con el hombre, o fantasea con la idea de que éste va a morir y que, al desaparecer de su vida, vivirá contenta.
–¿Halló casos en los que prefirieron soportar esa situación antes que hacer la denuncia?
–Se da, y más allá de que algunos no les creen, ésa es una postura; es no hacerse cargo de las propias decisiones. Una mujer puede confesar que sufre y llorar por la violencia doméstica que padece, pero no dar ningún paso decisivo. Como en otras situaciones difíciles que plantea la vida, la decisión parte del interior de cada uno.
–¿Qué elementos son necesarios para llevar este problema al escenario?
–Ante todo, pensar que una obra es un hecho teatral, y como tal tiene sus aspectos dramáticos y, si se quiere, cómicos. Para la puesta, realicé un trabajo previo de búsqueda con las mismas actrices. Si una no atravesó experiencias como las que cuentan las mujeres atacadas por su pareja, difícilmente entienda la complejidad de la situación. Todos hemos sido víctimas de algún maltrato, aunque no sea el de pareja. Un maltrato cotidiano, como ser atropellado por alguien durante un viaje en colectivo o haber sido víctima de un insulto. En la obra aparecen dos personajes, una mujer mayor y una joven. La voz en off es la del hombre violento al cual el público le pondrá la cara que quiera. Lo importante para mí era que esa voz –que en la obra es la de Antonio Birabent– hiciera temblar a su víctima y llegara a inquietar al espectador.
–¿Introdujo cambios respecto de la puesta española?
–La escenografía está más cerca de nuestro imaginario, y los otros cambios surgieron durante los ensayos. Si bien la autora Llanos Campos Martínez muestra el maltrato en su aspecto universal, es cierto que éste no es igual en la sociedad española que en la argentina. Tanto ella como el músico Sulpicio Molina –quien figura como coautor de la obra porque ha compuesto un tema sobre la violencia de género– encaran las relaciones de esas dos mujeres de una manera seca y fría, comparada con las que se pueden dar entre nosotras. Por eso, traté de suavizar esa relación, y ése es un cambio. Los diálogos se suceden en el patio de la casa donde la mayor vive hace años, y donde la joven, que tiene un niño pequeño, se acaba de mudar con su pareja. La mayor pasó por una situación semejante y quiere abrirle los ojos.
–¿Qué detalles le impactaron en sus conversaciones con las mujeres golpeadas?
–Mientras hablaba con ellas me venían imágenes de sus relatos. Me parecía verlas sentadas al borde de una silla y con las piernas hacia fuera, preparándose para el cachetazo, que, si venía, estando en esa posición, les daba tiempo para escapar. Otro relato que me conmovió, y se convirtió rápidamente en imagen, fue el que trataran de dormir pegaditas al borde de la cama y que, en caso de sentir frío, no se atrevieran a deslizar la frazada y taparse para no despertar al hombre y que junto con la frazada llegara el cachetazo. Estos relatos, para mí muy visuales, venían de mujeres que no se relajaban ni siquiera durante el sueño.
–¿Realizó otras puestas sobre el tema?
–No. El año pasado dirigí Los espejos rotos, de la mexicana Leticia Martínez Castro, sobre el tiempo que nos tomamos, o no, para reflexionar. La estrené en el Teatro Macondo (Garay 460). Allí eran cinco mujeres en la sala de espera de un aeropuerto. De alguna manera, aquella obra y El patio se relacionan, porque en las dos se habla de las decisiones, de la necesidad de pensar adónde quiere ir una en la vida y desde ese pensamiento básico poder arrancar.
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