Sábado, 26 de marzo de 2011 | Hoy
TEATRO › A LOS 67 AñOS, MURIó EL ACTOR, AUTOR, DIRECTOR TEATRAL Y DOCENTE HUGO MIDóN
Su meta fue siempre entablar comunicación con espectadores de distintas edades. El creador de Vivitos y coleando, Huesito Caracú y Objetos maravillosos, entre tantas otras obras, decía que hablando con los pibes había aprendido todo lo que sabía de teatro.
Por Karina Micheletto
Hubo un antes y un después del teatro dirigido a los chicos en la Argentina, y el responsable de ese punto de inflexión, de esa nueva manera de plantear el espacio teatral cuando se concibe para el disfrute de los pibes, fue Hugo Midón. Y fue, en rigor, el que logró concebir e instalar una nueva categoría: el de teatro no ya para chicos, sino para todo público. El actor, autor y director teatral falleció ayer a los 67 años, víctima de un cáncer. Lo sobrevive no sólo una obra que quedará en la historia por estos grandes motivos, también una escuela que sigue uniendo las ideas de teatro, comedia musical, infantil para el disfrute de todo público. Su última obra, Playa bonita, reestrenada el año pasado con talentosos y jóvenes egresados de su escuela, es un ejemplo de esto.
Midón tuvo un compañero inseparable que también formó parte de ese sello que permanece, y de un recorrido artístico colectivo emprendido en forma colectiva: Carlos Gianni, autor de las músicas de los espectáculos. Con él, con un grupo de actores egresados de la Escuela de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, y con la coreógrafa Mónica Penchansky, crearon en 1970 La vuelta manzana, una obra que tuvo gran éxito y fue reestrenada varias temporadas. “Todo comenzó allí –contaba Midón cuando repasaba su trayectoria–. Fue un espectáculo que creamos colectivamente. Empezamos a trabajar con improvisaciones, música y movimiento. A los tres meses nos dimos cuenta de que el material estaba bueno, se lo mostramos a Lino Patalano, que entonces estaba en el Regina, y él lo quiso poner. Y ahí lo empezamos a preparar. A partir de allí se fue dando una sociedad artística.”
Esa sociedad artística floreció en una cantidad de espectáculos que fueron apareciendo como fruto de un trabajo riguroso a partir de una idea clave que Midón siempre destacaba: decía que no concebía sus espectáculos para un público exclusivamente infantil; su meta siempre fue la de entablar una comunicación con espectadores de distintas edades, en espectáculos que habilitan múltiples claves de lectura, según la edad y la experiencia del espectador. Midón recordaba una frase del maestro titiritero Ariel Bufano –que por estos días está siendo implícitamente homenajeado con el reestreno de El gran circo–: “No hay rosas para niños y rosas para adultos”. “No hay paisajes para niños y paisajes para adultos –decía Midón–. El paisaje es el mismo, la obra es la misma, pero con esa obra un chico de dos años va a hacer una experiencia y el adulto va a hacer otra, y es así como tiene que ser. Por eso, nosotros lo llamamos teatro para todo público, no teatro para niños. Yo sé que hay muchas cosas que los chicos no van a entender en toda su profundidad; a lo mejor lo entienden literalmente. Por eso a veces los niños se ríen con una cosa con la que los padres lloran.”
Ese punto, el de la capacidad de hacer reír, llorar y emocionarse a los grandes junto con los chicos –aunque a veces por diferentes motivos, y en diferentes partes de sus obras– es el núcleo de una poética que hizo alcanzar a las creaciones de Midón el status de clásicos. Una capacidad a la que hay que agregar la de resaltar con humor filoso la crítica social en las situaciones más pequeñas, la de posar una aguda mirada crítica sobre los estereotipos sociales, sobre la idiosincrasia argentina y los argentinos, la de tener en cuenta la realidad material en la que los chicos viven, para contar sus historias desde ese lugar.
De allí que las tres ediciones de Vivitos y coleando –y sus músicas respectivas– sean recordadas todavía como un símbolo de esta poética. O que Narices, que se puso en escena en 1984, haya sido tomada como ejemplo de la forma en que es posible hablarles a los chicos sobre la dictadura militar y la recuperación de la democracia. O que Derechos torcidos, una obra basada en los derechos del niño (estrenada en 2005) todavía se mencione como la forma más tierna y efectiva de contarles a los chicos –y a los grandes– por dónde pasan, concretamente, estos derechos.
Ya desde sus títulos, sus obras eran invitaciones “aptas para todo público”: Locos recuerdos, Cantando sobre la mesa, El imaginario, Popeye y Olivia, Huesito Caracú, Stan y Oliver, Objetos maravillosos, Pajaritos en la cabeza, Playa bonita, entre otras propuestas que mantuvieron el sello Midón, sostenido siempre por la música de su amigo Gianni y elencos certeros. Por sus troupes pasaron intérpretes como Alberto Segado, Perla Szuchmacher, Omar Calicchio, Diego Reinhold, Cristina Moix, Roberto Catarineu, Carlos March, Andrea Tenuta, Gustavo Monje, Florencia Aragón, Ana María Cores, Divina Gloria y Fabio Posca. En 1984, los intérpretes de Narices –March, Tenuta y Catarineu– se sorprendieron sobre el final de una función cuando un imponente caballero italiano llegó a camarines para felicitarlos: era Vittorio Gassman, por entonces en gira en Buenos Aires, que había ido a verlos con su nieta.
Sus espectáculos llegaron además al Teatro Colón en dos oportunidades: en 1987 presentó allí la ópera Socorro, socorro, los Globolinks, y en 2003 Hansel y Gretel, la versión operística que hizo Engelbert Humperdinck del célebre cuento. Sobre esta última obra, había contado a Página/12: “Me gustaría que se logre emparentar este montaje con la situación de los chicos de la calle. Ese bosque es, igual que la calle, un infierno al que los padres deben enviar a sus hijos. Me gustaría hablar con esta obra de la carencia de alimentos y de cómo la desesperación de los adultos los lleva a perder el control sobre sus propios hijos”.
Midón debutó como actor en 1967 en Los caprichos del invierno, una obra del maestro Ariel Bufano, creador del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín. Un año antes había egresado del Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires. Además de su trabajo en teatro, el actor, autor y director incursionó en la televisión, como realizador de programas infantiles. En el balance, contaba que su paso por la pantalla chica le había proporcionado una valiosa capacidad de síntesis, entre otras herramientas que pudo volcar a su propia dramaturgia.
En 2004 publicó también un libro, Teatro 1, editado por Ediciones de la Flor, que reúne tres comedias musicales, Huesito Caracú, La Familia Fernández y Stan y Oliver. El volumen es acompañado por un CD que incluye cuatro canciones de cada obra, y también tiene su sello particular: “La idea original era presentar un material de trabajo, con apuntes, correcciones, tachaduras, una palabra reemplazada por otra. Al conversarlo con los editores, tuve que atender sus razones y se transformó en un libro más formal, pero que sigue siendo hablado, lo que pasa es que se expresa mediante códigos diferentes, los de la edición. Para mí, lo importante es que se trata de algo más allá de un libro seco”, contó.
Desde 1982 fue además director y docente del Centro de Formación Teatral Río Plateado, en el que se formaron actores como los que presentaron hasta el año pasado su obra Playa bonita, también con música de Gianni. Adolescentes y jóvenes que sorprendían en escena por su talento y formación, en espectáculos que seguían haciendo hincapié en el cuidado del vestuario, la escenografía, la iluminación, la coreografía y la música, a cargo de profesionales que consideraban que cada uno de estos elementos era importante en sí mismo.
Algunas de las ideas que dejó reflejadas Midón en diferentes entrevistas proporcionan claves de lectura para entender su trayectoria. “Desde el comienzo sentí una valoración especial por los chicos, a los que consideraba mis pares en cuanto a seres humanos y a importancia en la vida”, decía, por ejemplo. “Me interesaba mucho el diálogo con los chicos, aun fuera del teatro –eso era una cosa que yo traía, no sé bien el porqué de ese interés espontáneo–. En una reunión, me interesaba más hablar con un chico o una chica que con un grande. Y en ese diálogo con ellos que establecí dentro y fuera del teatro aprendí todo lo que sé de teatro.”
En una entrevista con Página/12 dejó sentado también un aspecto importante de su concepción autoral. “Yo no soy un revolucionario –decía–. Sólo puedo avanzar a medida que el espectador va abriendo puertas. Si el otro quiere, yo avanzo; si no quiere, no voy más allá.” Y decía también que hubo momentos en que tuvo que frenar en ese “ir más allá”. “En El gato con botas presentaba a un gato arribista, mentiroso, inescrupuloso, corrupto, que hace lo necesario para tener poder –contó–. Desde mi ideología ese gato no podía salir triunfante, a pesar de que en el momento en que lo hice, en el ’93, ese modelo era triunfador. Lo que pasó en esa época fue que ese gato era tan simpático que la gente lo terminó votando dos veces. Entonces al público no le gustaba el castigo final que había en la obra. No lo quería ver. Muchas veces uno se adelanta a una situación, o profundiza más de lo necesario, o critica lo que no se quiere criticar.”
Las cosas han cambiado en el mundo de los espectáculos para chicos –y en el mundo, y en los espectáculos, y en los chicos– desde que Hugo Midón comenzó su carrera, cuarenta años atrás. La teoría de que “con dos globos y un payaso se entretiene a los chicos”, como decía él, ya no se ajusta a la realidad, y las propuestas han crecido en cantidad y calidad. Claro que no es así en todos los casos, pero los padres pueden estar tranquilos: es cierto que la tele puede seguir fabricando mamarrachos en serie al estilo Panam, multiplicados al infinito y más allá. Pero también es cierto que quienes ponen su vocación al servicio de hacer escuela forman discípulos, y los discípulos están para superar a sus maestros. Y está, también, la obra ya transitada. Así que es seguro que habrá Hugos Midones para rato, aunque tengan otros nombres, y otros espacios, y otros estilos. Artistas que tengan ganas de dirigirse a seres curiosos, inteligentes, imaginativos, deseosos de jugar, imaginar, preguntar, constructores de sentido, interlocutores para mirar el mundo, para aprender de ellos lo inimaginable. Chicos, grandes. Seres humanos.
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