Sábado, 26 de marzo de 2011 | Hoy
VIDEO › SYMPATHY FOR THE DEVIL, EL REGISTRO DE UNA GRABACIóN HISTóRICA
El director francés filmó el proceso entero de creación de una de las canciones emblemáticas de la banda de Jagger y Richards. Las cámaras de Godard se pasearon por el estudio en una época particularmente fértil y caótica de los Stones.
Por Horacio Bernades
Que Godard filme a los Stones tal vez suene raro hoy en día, pero en los ’60 no lo era tanto. En plena etapa de cine político, recién lanzadas La chinoise y Week End, hacia fines de esa década el realizador de Sin aliento aterrizó en Londres, con la intención de hacer una película sobre el aborto. Abortada esa idea, Godard cambió bruscamente de ángulo y se puso en contacto con Los Beatles, que no manifestaron el menor interés en ponerse a sus órdenes. Alentados por la modelo y actriz Anita Pallenberg, miembro de su círculo más íntimo, los que dieron el sí a mediados del ’68 fueron los Stones. Jagger y los suyos pulían por entonces un tema nuevo, que iría a parar a Banquete de pordioseros y cuyo entero proceso de creación permitieron filmar a Godard. Se trataba, créase o no, de “Sympathy for the Devil”. La película resultante conoció dos títulos: el que le puso Godard, típicamente matemático (1 + 1 o One Plus One), y el del productor, ligeramente más marketinero: Sympathy for the Devil. Exhibida por primera vez en noviembre de 1968, un mes antes del lanzamiento de Beggar’s Banquet, con el título del mítico temazo circula ahora por aquí –donde la película jamás se estrenó– una impecable copia en DVD, lanzada por el sello Emerald un par de meses atrás.
Como quien talla un bloque de historia, Godard planta sus cámaras en el estudio y filma todo lo que ve. La estructura de bloques por paneles que divide el estudio de la Decca, por ejemplo. Estructura que, llamativamente, tiende a mantener a Charlie Watts, Bill Wyman y Brian Jones dentro de sus respectivas burbujas. Recuérdese: a sus problemas con las drogas, en ese último año de vida Jones le sumaba el hecho de que su flamante ex novia (Pallenberg) era ahora la novia de un compañero de grupo (Richards). Estado de fragilidad que seguramente explica que no siempre se lo vea participando de las sesiones. Apretando los labios, Watts se concentra en sus palillos, mientras a Wyman –pulóver rosa, pantalones rojos, botas al tono– se lo ve tan ausente o aburrido como siempre. Las cámaras de Godard se pasean por el estudio en travellings acompasados y majestuosos (parece como si fuera Max Ophuls el que filmara), captando los más mínimos detalles. Richards toca en patas, las cuerdas de la guitarra española de Jones sobresalen como pelos mal cortados, Jagger mira a cámara y pregunta: “Ça va?”.
Aportando a la documentación de la música del siglo XX uno de sus archivos más preciosos, la composición de “Sympathy for the Devil” pasa, con el espectador como testigo, de una primitiva versión acústica y sin percusión hasta (casi) la definitiva. Incluyendo los solos de Keith Richards y Nicky Hopkins, las congas, los grititos de Jagger y el uh-uh del coro, integrado por Stones & Friends (se divisa, entre otros, a Pallenberg y el productor musical Jimmy Miller). Unico y doloroso manchón, obra del productor (por algo Godard lo fajó y abandonó la sala, el día en que la película se presentó en el Festival de Londres), la idea de dejar oír, completo y en off, el corte final del tema, levantado del disco y sonando como paradójicamente incrustado. En manos de los hermanos Maysles o D. A. Pennebaker, 1 + 1 habría sido una sola: el registro directo de la grabación de un pedazo de historia musical. Para Godard, en cambio, nada nunca es sólo 1.
Además de una novela erótico-política que se lee en off (novela en la que el Papa desvirga a una chica y Marilyn va del brazo con el Che), el otro 1 son aquí varias series de fragmentos intersectados. Cuestión de inscribir lo que sucede en el estudio de la Decca en un marco de época, haciendo chocar, de paso, el documental con la representación y la alegoría política. En esos fragmentos Anne Wiazemsky (protagonista favorita de JLG en esa época) hace de Eva Democracia, unas chicas pintan consignas godardianas en las paredes (“Sovietnam”, “Cinemarxismo” y así), alguien lee Mi lucha en voz alta, Panteras Negras también leen en voz alta a LeRoi Jones (sin lectura en voz alta no habría Godard, ya se sabe), mientras acopian fusiles y ejecutan a chicas blancas. Parafraseando tal vez el final de El desprecio, lo último que se ve es la grúa que se levanta y se va, llevando el cuerpo asesinado de Eva Democracia, entre una bandera roja y una negra. Si Godard nunca sería el que es sin el factor metalingüístico, el Godard de esa época no existiría sin el gusto por la alegoría.
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