Sábado, 2 de abril de 2011 | Hoy
TEATRO › LIDIA CATALANO HABLA DE SU UNIPERSONAL CON TEXTOS DE FEDERICO GARCíA LORCA
En el espacio cultural El Búho, la actriz presenta su espectáculo Tierra y Luna. Poeta en Nueva York, basado en versos del gran poeta granadino. “Es necesaria una respiración especial para la poesía; el cuerpo acompaña ese ritmo, como en la música y otras artes.”
Por Hilda Cabrera
Se cuenta que en julio de 1936, el poeta y dramaturgo Federico García Lorca llegó hasta la oficina de su amigo escritor José Bergamín, fundador de la revista Cruz y Raya, de Madrid, y al no hallarlo dejó un texto y una esquela que decía “Querido Pepe: he estado a verte y creo que volveré mañana. Abrazos. Federico”. El texto era el borrador de Poeta en Nueva York. No hubo encuentro. Lorca debió abandonar Madrid y partió a Granada, donde fue apresado y, días después, en la madrugada del 19 de agosto, fusilado por fuerzas franquistas, junto a dos banderilleros y un maestro de pueblo. Las ediciones de Poeta... y Tierra y Luna fueron, por años, materia de discusión. Algunos críticos afirmaban que eran dos libros, y otros uno. El profesor e investigador español Mario Hernández sostuvo que Lorca “creaba libros unitarios, no poemarios con piezas que se juntan sin intención”. Sobre este material, la actriz Lidia Catalano y la directora María Esther Fernández crearon un espectáculo que denominaron Poeta en Nueva York. Lo estrenaron en 1987, en el Teatro Nacional Cervantes, y luego en el Teatro del Notariado, La Gran Aldea (de Mar del Plata) y el Auditorio de la Universidad Caece. Por su actuación, Catalano recibió en 1989 el Premio Federico García Lorca. Desde entonces a hoy se produjeron nuevas revelaciones que Catalano y Fernández incorporaron a la versión que acaban de estrenar en El Búho, Espacio Cultural, ahora bajo el nombre compuesto de Tierra y Luna. Poeta en Nueva York. En diálogo con Página/12, la actriz alude a su experiencia: “Cuando en 1984 gané el Premio Molière, utilicé el pasaje para recorrer varios países –apunta–. En uno de esos viajes llegué a Nueva York, donde no había estado nunca. Recuerdo que en la noche me atrajo la luz de una luna inmensa que giraba al compás de las horas. La habían colocado en lo alto de un enorme edificio. En la mañana, la imagen era otra: un grupo de negros trabajaba y bailaba al compás de la música de sus radiograbadores. Era invierno. Después me llevaron a conocer el barrio neoyorquino de Harlem y el distrito financiero de Wall Street, donde la gente corría de un lado a otro. Otro espectáculo. Eso parecía el infierno. Entonces necesité leer Poeta en Nueva York y pedí a una amiga que vivía en Estados Unidos que me lo enviara. Lo releí y pensé que estaba sintiendo algo que Lorca había experimentado poéticamente antes”.
–¿La sensación de hallarse en una ciudad al mismo tiempo mágica y hostil?
–Era todo muy extraño. Sentí que debía trasladar todas esas sensaciones al teatro. Al regresar le conté a María Esther mi experiencia. Empezamos el trabajo reuniendo los textos de una conferencia que Lorca ofreció en Buenos Aires, en 1933, donde introdujo estos poemas. En los primeros párrafos, su lenguaje es cotidiano, pero a medida que avanza, lo eleva hasta convertirlo en poesía. El estreno en la sala mayor del Cervantes fue hermoso. La gente estaba ubicada en el escenario y yo avanzaba desde la platea vacía y en penumbras, entre luces diminutas. Subía al escenario, me sentaba ante una mesa y comenzaba la conferencia.
–Se ha escrito que Nueva York transformó a Lorca. ¿Fue así realmente?
–Estuvo cuando se produjo el llamado “crac del ’29”, el “jueves negro”, el desplome de la Bolsa de Valores de Nueva York. Había gente histérica que se suicidaba. Lorca calificó ese momento de “terrible, pero sin grandeza”. Entonces inventó una metáfora. El mascarón africano llegaba a la ciudad. No lo mostró como un símbolo de muerte de tipo religioso, sino de muerte primitiva, aniquiladora. De ese mascarón escribió: “Escupe veneno de bosque por la angustia imperfecta de Nueva York”.
–¿Existe apertura para la poesía en el teatro?
–No es una propuesta fácilmente aceptada. Por suerte existen lugares como El Búho, donde se hace el teatro que el corazón necesita. Se pueden ofrecer obras como ésta a María Esther, directora de El Búho, así como el año pasado propusimos Afterplay, con Miguel Moyano, en Andamio 90. Era una obra del dramaturgo irlandés Brien Friel que dirigió Marcelo Moncarz. Siento que la gente necesita este tipo de material, porque nos coloca en un estado de mayor libertad creativa. Cuando termino de grabar en la TV y entro al teatro, siento que ingreso en un mundo donde es posible ir al encuentro con lo que soy. María Esther sabe mucho de poesía: adquirió experiencia trabajando con María Rosa Gallo y Alfredo Alcón. Ella entiende que es necesaria una respiración especial para la poesía. Es semejante a cuando una dibuja, porque sigo dibujando desde que, en la adolescencia, estudié en la Escuela Superior de Bellas Artes. El cuerpo acompaña ese ritmo, como en la música y otras artes.
–¿Utiliza esa técnica en el cine y la TV?
–Es diferente. Estuve participando en la tira Un año para recordar (Telefe). Mi inquietud en TV es siempre la misma. Preguntar quiénes son mis compañeros actores y quién me va a dirigir. En Un año... me dirigió Gustavito Luppi, hijo de Federico. Lo conozco de chiquitito. El también estudió con Hedy Crilla. Tendría 10 u 11 años. Gustavo es buen director, sabe mirar y entiende lo que una le propone. Cuando le hacía una propuesta chiquita, me decía que la agrandara, que no estaba en el teatro. Se me ocurren picardías cuando actúo, cosas del momento y él es uno de los directores que la permiten. Me gusta colocar pequeñas frases, exclamaciones o palabras que ya no se usan, como urticante, zambomba o sopapo.
–¿Las palabras “con sonido” importan especialmente en el teatro?
–Sí, y no solamente las palabras. En Tierra y Luna..., por ejemplo, las palabras deben formar un conglomerado, y así proyectarse al público. Deben ser como un objeto que –según lo que se quiera lograr– toque, acaricie o golpee al espectador.
–¿Cómo se consigue?
–Con un trabajo minucioso. Pasa lo mismo con las palabras que sugieren. Deben decirse de manera envolvente. Por ejemplo, en la Oda a Whitman, de Lorca, el poeta escribe: “Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, he dejado de ver tu barba llena de mariposas...” Me entusiasma Whitman. La traducción que hizo Jorge Luis Borges de Hojas de hierba es una joya. Quisiera hacer recitales de Whitman, Almafuerte (Pedro Bonifacio Palacios), César Vallejo, León Felipe y Eduardo Galeano, maravillosamente sensorial. Más adelante haré una temporada de “versitos”. La poesía limpia, como la música de Mozart, Brahms...
–¿Por qué es tan difícil para alguna gente conectarse con la poesía dicha desde un escenario?
–Porque se proyecta como algo intelectual. La poesía es esencialmente emoción. En pintura y dibujo sucede algo parecido. Mis profesores y mi abuelo, que dibujaba, me decían que el dibujo no era una rayita, que había que ponerle emoción y cuerpo. Pasa también con la elección de palabras. En este poemario, Lorca manifiesta otro surrealismo. Dice: “Con una cuchara de palo le arrancaba los ojos a los cocodrilos/ y golpeaba el trasero de los monos...”. Hubo muchas versiones de los versos de Poeta... y una lucha con la familia de Lorca. En esos versos se agregaba el calificativo “durísima” para la cuchara. Nosotras lo eliminamos, como en las publicaciones más recientes.
–Esa cuchara destruye. No se necesita más para saber que es durísima. Lorca se está refiriendo al negro absorbido por otra cultura que ejerce violencia sobre aquello que es parte de la propia.
–Las impresiones que recibe Lorca son muy fuertes, también dentro de Tierra..., en “Grito hacia Roma”, escribe “Manzanas levemente heridas/ por finos espadines de plata...”. La vista desde el Chrysler Building le inspira versos como “Caerán sobre la cúpula/que untan de aceite las lenguas militares...”. Algunos editores suprimieron “lenguas militares”, anulando el “golpe” con el que deben llegar las palabras a quien lee o escucha.
* Tierra y Luna. Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca (1898-1936). Versión y dirección de María Esther Fernández. Intérprete: Lidia Catalano. En El Búho. Espacio Cultural, Tacuarí 215. Funciones: viernes y sábado a las 20.30. Reservas: 4342-0885. Entrada general: 45 pesos. Estudiantes y jubilados: 20 pesos.
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