TEATRO › ENTREVISTA AL DIRECTOR, DRAMATURGO Y ACTOR BRASILEñO ANTUNES FILHO
En su primera visita al país, el teatrista presentará entre hoy y el domingo dos de las obras de su “Trilogía carioca”: Lamartine Babo y Policarpo Quaresma. “Quise instalar en la sociedad a personajes que no fueron respetados”, destaca.
› Por Hilda Cabrera
A modo de homenaje a la ciudad de Río de Janeiro, el director, dramaturgo y docente paulista Antunes Filho creó lo que denomina “Trilogía carioca”. Dos de estas obras se verán entre hoy y el domingo en dos espacios de la ciudad. Esta es la primera visita a la Argentina de este artista de reconocimiento internacional que ha llevado a la escena piezas de la dramaturgia clásica y contemporánea, con especial predilección por las de su país. La trilogía abarca a La Falecida (la irracionalidad en las acciones cotidianas), obra de 1953, de Nelson Rodrigues; Lamartine Babo, drama musical basado en la personalidad y las composiciones de este autor de marchas de carnaval y de fútbol, que vivió entre 1904 y 1963; y Policarpo Quaresma, de (Alfonso Henriques) Lima Barreto, adaptación de la novela Triste fim de Policarpo Quaresma, publicada en 1911, a modo de folletín por entregas. Barreto (1881-1922), mulato, nieto de esclavos, vivió la experiencia de la República recién instaurada (1889) y el período anterior al golpe militar de 1930.
El director José Alves Antunes Filho (su nombre completo) se inició en el Teatro Brasilero de Comedia y fue pionero, en la década del ’50, de los teleteatros de su país, que inauguró con El oso, de Anton Chéjov. La TV quedó en su pasado, al igual que el cine, cuando Filho decidió dedicarse sólo al teatro. Fue uno de los renovadores de la escena en las irreverentes décadas del ’60 y ’70, tanto en el ámbito independiente (en 1965, creó el Teatro de la Esquina) como en el institucional. Produjo la película Compasso de Espera (drama sobre el racismo, de 1969), acreedora de premios de la crítica por su argumento y dirección. En esos años de dictadura en Brasil (1964 a 1985), logró crear la Asociación de Productores de Espectáculos Teatrales, en San Pablo, y el Centro de Investigación Teatral (1978), al que perteneció el Grupo Pau-Brasil, después Macunaíma, donde continúa dictando clases. Una de sus técnicas como maestro está representada por Prêt-a-Porter, obra que se modifica con cada elenco, pues surge de la escritura, dirección e interpretación de los actores que lo integran. Entre sus montajes de los clásicos se destaca Fragmentos troyanos, sobre textos del griego Eurípides, visto en países americanos y europeos, también en Japón y Turquía. Ha recibido infinidad de premios, incluidos los que acumuló su obra-símbolo, Macunaíma. Artista riguroso en su tarea, y con fama de severo, Filho sorprendió, en su diálogo con Página/12, por su extroversión, su charla amable y serena y su apasionada admiración por los actores argentinos.
–Tanto Lamartine... como Policarpo... son espectáculos recientes (de 2009 y 2010). ¿Qué relación hay entre el presente teatral de Brasil y el rescate de personas y personajes de la cultura y la historia literaria de su país?
–Con otra obra que no traje, La falecida, de Nelson Rodrigues, quise homenajear a los cariocas por mis críticas del pasado. Ellos escenificaban los textos de este autor como si fueran comedias costumbristas. Esa visión proviene de entender sus obras desde un ángulo freudiano. Así como en Macunaína, de Mário de Andrade, trabajé los temas inherentes al inconsciente colectivo desde una poética que linda con el universo mítico, en las obras de Rodrigues debía encontrar un soporte teórico que no fuera festivo, “de carnavalización”.
–En Buenos Aires se estrenó Los siete gatitos, dirigida por Ricardo Holcer, en el Teatro Cervantes, y no era precisamente una carnavalización... La “anécdota” era la de un padre que prostituye a sus hijas.
–La dirigí en San Pablo, y con gran suceso. De esa comedia, que se calificó de costumbrista y pornográfica, hice una obra poética. Los principios freudianos eran inadecuados para el análisis de sus obras. Correspondía utilizar otros. Los descubrí en la psicología analítica del médico y ensayista suizo Carl Gustav Jung, que dejé cuando no pude resolver el tema del inconsciente colectivo, que debía impregnar a la obra y restar todo vestigio de costumbrismo.
–¿La creación de la trilogía fue una especie de mea culpa?
–No, sólo un juego por mis ironías del pasado.
–¿La adaptación del texto de Lima Barreto supone una mirada sobre ese inconsciente colectivo?
–Policarpo... es la historia trágica de un personaje, en la época en que nace la República de Brasil. Después de mostrar las obras de Rodrigues y Barreto, Lamartine... es una fiesta. Babo fue un músico popular muy interesante. Mi dramaturgia es sólo un armazón para colocar su música. Lo hice sin pretensiones, sólo como soporte.
–¿Cómo eran esas canciones? ¿Críticas, irónicas?
–No, eran letras festivas, de carnaval. ... Babo es un respiro dentro de la trilogía. Así como en la Antigua Grecia se presentaba primero la tragedia y después la comedia, quise terminar con lo más liviano, con la fiesta de Lamartine.
–¿Cambió la actitud hacia estos autores populares?
–La actitud es de reserva, de rechazo “simpático”. Por eso la importancia de instalar en la sociedad a personajes que no fueron respetados, a los que se rechazó y discriminó, como a Lima Barreto y Lamartine. A Barreto se lo rechazó hasta después de su muerte. Cuando vivía se lo descalificaba diciendo que era alcohólico, loco y negro, condición que se remarcaba. Era un borracho, sí, pero estaba acorralado. Internado en psiquiátricos, le ponían la “camisa de fuerza”. Sufrió mucho. Su literatura sirve para entender su época. La obra, Policarpo..., tuvo éxito. La crítica habló muy bien, pero las reservas no desaparecieron. Eso me duele mucho. Con Lamartine, la situación cambió. Compuso temas bellísimos y se aprecian más. Representa la alegría de vivir. Los jóvenes dicen sentir remembranza de un tiempo que imaginan y no conocieron. Ahora vamos a hacer varios viajes por el interior de Brasil con las dos obras. Lamartine quedará por años. Su música nos da vida.
–¿Cuál es hoy el panorama teatral en Brasil?
–No saber por dónde ni cómo vamos a seguir. Esta no es sólo una situación propia de Brasil, sino de muchos otros países. Discutimos sobre qué hacer, si teatro dramático, épico... Hay mucha disparidad. Es una etapa dinámica, todos discutimos y hablamos al mismo tiempo. Puede ser a veces aburrido, pero lo veo como algo estimulante. No sé si vamos camino de algo positivo o negativo. Prefiero pensar que será positivo. En teatro hay cada vez más salas, y ustedes nos doblan en cantidad. Sólo en San Pablo hay cien salas. Una locura. Para mí, Argentina es un país modelo, y no sólo en literatura. Admiro profundamente a los actores argentinos, más que a las actrices. La verdad, prefiero a las actrices chilenas. Los directores argentinos tienen una categoría, un carácter... En Brasil tuvimos a un director argentino que no olvidamos, a Víctor García. Lo vi cuando presentó en San Pablo El cementerio de automóviles, de Fernando Arrabal. Extraordinario. Nos deslumbró.
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