Sábado, 23 de julio de 2011 | Hoy
TEATRO › GRACIELA DUFAU Y HUGO URQUIJO HABLAN DE EVA Y VICTORIA
Ambos codirigen la adaptación que la actriz hizo de la obra de Mónica Ottino, en la que buscaron “hallarles más carnadura a los personajes”. La puesta está en gira nacional, con Dufau como Ocampo y Andrea del Boca en el papel de Evita.
Por Hilda Cabrera
Se compartan o no opiniones que señalan a Victoria Ocampo como a una singular rebelde ilustrada y a Eva Duarte de Perón como a la rebelde indignada ante la injusticia social, no hay quien dude de que una y otra marcaron la cultura y la política argentina. De ahí, tal vez, el atrevimiento de imaginar un diálogo entre estas dos damas. Mónica Ottino publicó en 1990 Evita y Victoria (comedia patriótica en tres actos) e incentivó con esta pieza teatral numerosas puestas. Algunos recuerdan una primera lectura, anterior al montaje de 1992 que protagonizaron China Zorrilla y Luisina Brando, dirigidas por Oscar Barney Finn. A partir de entonces se realizaron nuevas escenificaciones con diferentes actrices y directores. Hoy, la obra retorna bajo el título de Eva y Victoria, pero como adaptación, trabajo que corresponde a Graciela Dufau, quien además actúa junto a Andrea del Boca y codirige en acuerdo con Hugo Urquijo. La obra arrancó en San Miguel de Tucumán, se vio en Banfield, Avellaneda, La Plata, San Martín y continúa en gira nacional en Paraná y Santa Fe, Posadas, Córdoba, Bahía Blanca, Tres Arroyos, Rosario, Venado Tuerto y San Pedro. En medio de ese recorrido, el equipo ofrecerá una función el segundo lunes de agosto, en el Teatro SHA, dentro del ciclo Teatro por la Identidad.
Dufau asume la figura de Victoria y Andrea del Boca la de Eva. En diálogo con Página/12, el director (y médico psicoanalista) Urquijo considera que la adaptación permitió “hallarles mayor carnadura a los personajes”, si se quiere, algo esquemáticos en materia de prejuicios. A su vez, Dufau pone el acento en la concepción del espacio escénico, que refuerza –dice– la fantasía de un diálogo, imposible según opinan escritores y ensayistas. En principio, la actriz se preguntó por qué denominar Pepi a la mucama de Victoria, cuando la real fue Fanny. “Lo consulté con Ottino y aceptó el cambio”, puntualiza Dufau. “Esta mujer entró al servicio de la casa en 1908, cuidó a Victoria desde siempre; viajaba con ella a Europa, le controlaba los gastos... Tenían una relación especial. Esto lo cuenta Ocampo en su autobiografía. Se peleaban. Entonces, la mujer se mudaba de la casona de San Isidro al departamento de Buenos Aires y cuando pasaba el enojo, volvía, y seguían juntas, como si nada hubiera ocurrido.”
–¿Qué se ha ganado en la adaptación?
Hugo Urquijo: Sustancia dramática. Los enfrentamientos y las argumentaciones son mucho más intensos. Esto hace creíbles los momentos en que alguna afloja. Los acercamientos resultan escénicamente más verdaderos.
Graciela Dufau: El texto ganó en detalles. Para mí fue muy interesante leer la autobiografía de Victoria (de seis tomos) y ver un documental español sobre Eva, donde aparece el padre Hernán Benítez. Con esto no estoy criticando la obra de Ottino, pero cuando Victoria le pregunta a Eva –ya muy enferma– si aceptaría un confesor, pensé inmediatamente en el padre Benítez. ¿Por qué proponerle un desconocido a Eva, cuando ella tenía a este sacerdote como su confesor? Benítez fue el que le gestionó la audiencia con el papa Pío XII, y a quien ella, muy enferma, trató de cobarde porque le había ocultado la gravedad de su estado. Me parecía que el diálogo cobraría más fuerza si se mencionaba a personajes de la realidad. Sobre el feminismo de Ocampo surgen varios datos importantes. Victoria fundó, junto a la escritora María Rosa Oliver, la Unión de Mujeres Argentinas que promovió el voto femenino. Ellas estaban en contra de varios de los artículos de la ley 11.357, que establecían para cualquier trámite legal la dependencia de la mujer frente al hombre, padre, marido, hijo varón y, si no los hubiera, un juez.
–La obra se inicia, justamente, con un tema caro al feminismo como el derecho al sufragio, unido a la fantasía de una visita de Eva a Victoria para que se sume a la presión que venía ejerciendo Eva desde la Comisión Pro Sufragio.
G. D.: No sabemos qué hubiera pasado si se hubiese producido ese encuentro. Juan José Sebreli escribió en un libro de 1966 que no hubiera durado cinco minutos. Hubo proyectos sobre el voto femenino a partir de 1919, pero no prosperaban. He hablado de esto con la productora y traductora Rosa Zemborain, sobrina de Victoria; y con Dolores Bengolea, sobrina nieta de Victoria. También con Andrea (del Boca) tuvimos reuniones con gente cercana a Victoria. Quisimos saber cómo se comportaba, cómo se vestía... Para ella era natural recibir a la gente en pijama. Queríamos saber sobre sus cartas a la familia y a Roger Caillois, el escritor y crítico literario que vivió durante cuatro años en Villa Ocampo. Victoria estuvo enamorada de él, aunque decía que era sucio, que no se bañaba, que movía el agua de la bañera para que desde afuera se escuchara ruido, pero que no se mojaba. Y esto lo descubría Fanny, que estaba en todo y la acompañaba siempre.
–¿Tienen opinión sobre esa dependencia?
H. U.: –Esta mujer era la acompañante que le permitía contrarrestar las fobias, porque Victoria daba la impresión de ser fuerte, pero estaba llena de terrores. Cuando tronaba y llovía en la quinta de San Isidro, ella dormía en un sillón al lado de la cama de Victoria; y en los viajes en barco, ocupaba el camarote contiguo. Era su bastón. Uno podría equiparar esto a la dialéctica del amo y el esclavo. Las personas –aun las que tienen poder– heredan algo del esclavismo primitivo y, en esa dialéctica, el esclavo se transforma en amo del amo. Lo que el amo nunca puede controlar es el pensamiento del esclavo, para él, generador de inquietud. Este ejemplo quizá sirva para mostrar la simbiosis que se da entre las personas, a veces difícil de modificar.
G. D.: –Evita también tenía miedos: revisaba debajo de la cama, mandaba colocar un mueble contra la puerta... En este trabajo de adaptación, empezamos a descubrir algunas coincidencias, y la obra se fue transformando.
–¿Le hallaron otro sentido al pedido de sumarse al voto?
H. U.: –Más que al voto en sí, le buscamos sentido a la zona de confluencia de las dos frente al derecho a sufragar.
G. D.: –Perón había querido imponer el sufragio femenino por decreto durante el gobierno de Farrell, y Victoria –que era una luchadora de la primera hora– se opuso, porque se trataba de un gobierno de facto. (Edelmiro J. Farrell asumió la presidencia tras el golpe del 4 de junio de 1943, colocando a Perón al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.)
H. U.:–Pienso que fue real la preocupación de las dos por los derechos sociales de la mujer. Ellas lo manifestaron desde posiciones políticas e intereses de clase opuestos. Esto las coloca en la posición de adversarias y no de enemigas. Pero no se entendió así. Hoy, como entonces, se ha vuelto a polarizar de manera brutal casi todo lo referido a cuestiones políticas.
–¿No apoyar algo que se cree justo porque otro lo va a utilizar a su favor?
H. U.:–Uno no se sentaría a negociar con Videla o con un torturador, pero sí con personas que, aunque tengan ideas políticas diferentes, pueden coincidir en aquello que produzca un beneficio social. El voto femenino (que se promulgó el 23 de septiembre de 1946) significaba un avance para las mujeres y para la sociedad. En este sentido, creo que esta adaptación se acerca a la idea de que los prejuicios y las trabas ideológicas impidieron un encuentro que pudo ser y no fue.
–¿El reproche del uso político de una ley es una constante en nuestra sociedad?
H. U.:–Por lo que sé, Victoria no votó, e incluso se fue de viaje para no hacerlo, pero las mujeres socialistas, que ya habían elaborado un proyecto sobre el sufragio, apoyaron la iniciativa de Evita, aun estando en una posición ideológica opuesta. Si no se entiende y acepta la diversidad, se hace difícil lograr un cambio. En mi opinión, la realidad política actual está retomando esas antinomias, extremas e irracionales.
G. D.: –Victoria no podía tolerar que el peronismo se aprovechara de ese avance.
–En la obra, una respuesta la da el personaje de Eva al preguntarle si ella piensa que las mujeres son imbéciles...
G. D.: –Eva no la trata bien, claro, la califica de “cazadora de autógrafos”, porque invitaba a personalidades del mundo. A Jean-Paul Sartre, Virginia Woolf, José Ortega y Gasset, Albert Camus y otros pensadores y artistas. Victoria tuvo contactos con Kesserling, Eisenstein, Rabindranath Tagore... A ella le habían enseñado que era la dueña del país. A su familia pertenecía el autor del Himno Nacional y tenía lazos con los Aguirre, los Bemberg, los Pueyrredón... era antinazi y ayudó a unas cuantas personas. Presenció el Juicio de Nuremberg y escribió sus impresiones. No era el prototipo de la “señora paqueta”. Es cierto que tenía relaciones con personalidades, como el escritor y filósofo hindú Krishnamurti, el director suizo Ernest Ansermet y el compositor y director Igor Stravinsky, y que esos contactos les fueron facilitados por su cultura, pero también por pertenecer a una clase social adinerada. Como correspondía a la época, las mujeres de su clase necesitaban saber inglés, francés, un poco de música, y después casarse y tener hijos. En este aspecto, opino que Victoria era una mujer liberada y que Eva no era feminista: ella prefería a la mujer casada y con hijos.
H. U.: –Disiento con eso. Eva tenía otra concepción de la libertad femenina porque su interlocutora era diferente de la de Victoria. Ella le hablaba a la mujer humilde. Su mensaje era cuidar de la casa, la familia y los hijos. En esos años no se le podía hablar de una libertad equiparable a la de los hombres.
G. D.: –Victoria supo decir que ella se atrevió a vivir como un hombre libre y rico.
–¿Cómo se ve la obra en la gira? ¿Hallaron un público con prejuicios?
G. D.: –Hasta el momento, la experiencia ha sido enriquecedora. Eva sigue siendo el mito. De eso no hay duda.
H. U.: –Un amigo que presenció una función en Avellaneda nos contó que en los momentos en que el personaje de Victoria argumentaba, la mitad de la platea asentía silenciosamente con un movimiento de cabeza y que, cuando lo hacía el de Eva, la otra mitad realizaba el mismo gesto. Creemos que la argumentación está muy equilibrada.
G. D.: –Para aclarar, introdujimos el personaje de la narradora, que interpreto por afuera de mi composición de Victoria. En esa presentación, trazo un paralelo y digo que Eva vivió 33 años y Victoria 88, que las dos murieron de cáncer y fueron hijas de terratenientes, una bastarda y la otra, hija mimada. Que una tenía cinco hermanos y la otra, seis. Aclaro también qué las unía y qué las diferenciaba, y al final de la obra subrayo que no se conocieron ni jamás se encontraron.
H. U.: –De alguna manera, trasladamos la irrealidad del encuentro al espacio escénico, que asociamos con algo palaciego. Utilizamos telas ploteadas en las que aparecen columnas y arcadas. Imaginamos así la estructura de Villa Ocampo y el Palacio Unzué, un caserón donde Eva otorgaba entrevistas y donde murió. Por eso, la atmósfera es brumosa y los muebles, estilo Luis XV, llevan una pátina en color blanco, como si hubiera caído ceniza. Esta concepción estética no se verá en la función del SHA, en el ciclo Teatro por la Identidad, porque la escenografía está dispuesta para la gira y es complicado trasladarla por una función, pero el público, que en estos ciclos es en general muy joven, podrá conocer la obra y tener acceso a una visión más de nuestra historia.
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