Domingo, 27 de noviembre de 2011 | Hoy
TEATRO › FELICITAS KAMIEN, AUTORA Y DIRECTORA DE EL CISNE
La pieza teatral toma una situación familiar compleja, básicamente entre hermanas y un padre enfermo. Pero Kamien trabaja sobre la idea del “canto del cisne”, un mito que ella define como “una maravilla, porque habla de una despedida con gloria y alegría”.
Por Hilda Cabrera
Del cisne se dice que rompe el silencio de toda una vida para emitir los sonidos de la agonía. La actriz y autora Felicitas Kamien prefiere hallar en ese “canto” la celebración de una vida que se escapa, pero fue vivida, y desechar las observaciones de los zoólogos que no lo consideran canto sino “sonido sordo y de- sagradable”, emitido de tanto en tanto. Pero ¿cómo despreciar ese adiós al que la imaginación encendida de un poeta le dio carácter metafísico? Se atribuyó al poeta romano Virgilio la percepción de ese canto, y se lo tomó por cierto, considerándolo bello. Poetas y compositores, dramaturgos, como el escritor ruso Anton Chéjov, y renacentistas, como el florentino Leonardo Da Vinci, hicieron suyo el mito, y despertaron admiración con las creaciones que les inspiró: la bailarina rusa Ana Pavlova hizo célebre su interpretación de La muerte del cisne, coreografiada para ella por el bailarín ruso Michel Fokine. Autora y directora de El cisne, Kamien quiere creer en el mito que recorre su obra, pero que no lo es todo. Estudiante de teatro desde la adolescencia, licenciada en Sociología en la UBA y formada en expresión corporal con la bailarina y coreógrafa Ana Frenkel, viene presentando ésta, su segunda obra (la anterior fue Ojalá que no), en El Camarín de las Musas.
Premiada en 2010, El cisne –supervisada por el dramaturgo y director Javier Daulte– toma una situación familiar compleja, básicamente entre hermanas y un padre enfermo, un ser real que busca una prueba de su existencia, observando su cuerpo en el espejo antes de convertirse en ausencia. “Por momentos no se sabe si él está ahí, dentro de su habitación, tampoco si sabe que la imagen reflejada en el espejo es la suya. No sabe si ése es su cuerpo, si ésa es su carne”, amplía Kamien, en diálogo con Página/12.
–¿Por qué reitera esa circunstancia?
–Es un reconocimiento de la persona respecto de los otros y consigo misma. Me atraen esos momentos, para mí mágicos, que podemos reproducir en el teatro, y los relatos que bordean lo ingenuo y lo infantil (el niño que se observa en el espejo y completa la noción que tiene de su ser). Estas situaciones que quizás el adulto y el público más elaborado cuestionen sólo pueden sostenerse desde lo afectivo y desde la actuación, y esto es muy interesante, siempre que se genere verosimilitud en relación con lo que se cuenta y sucede. Para eso es necesario crear un código de aceptación para esa magia.
–¿El texto es aquí un soporte?
–Nunca antes había trabajado con un texto previo, como lo hago ahora con El cisne. Esto es nuevo para mí. Tampoco dirigí mi obra anterior (Ojalá que no). En cambio, dirigí Solos, con Alejandro Catalán. Ahí aprendí muchísimo, porque mi trabajo fue conducir al actor, pero sobre lo que iba viendo en él. En esas experiencias, una trabaja a partir de lo que el actor va segregando, y hay que mantenerse fiel a lo que una ve.
–¿Qué es lo imprescindible en esa técnica?
–No maniobrar. El actor exuda algo por sí mismo, sin que se lo indiquen, y el director tiene que tener sensibilidad para llevar eso que aporta hacia distintos lugares. No es el actor el que tiene que interpretar lo que yo quiero, como directora, sino que soy yo la que tengo que interpretarlo a él. Por eso, los procesos de trabajo con mis compañeros son largos.
–¿Cuál es el resultado?
–Una actuación muy viva. Para lograrla, más que poseer una técnica, o ser inteligente o tener oficio, se requiere mucho trabajo de acumulación, tiempo, búsqueda y creación de códigos.
–¿Cómo ha sido la experiencia en el cine?
–El cine tiene otro lenguaje, y me encanta. Como actriz, mi experiencia es que se tiene una conciencia más chiquita de todo. En el teatro la exposición es diferente: hay un cuerpo entero, una imagen que es la que una propone.
–¿Por qué creer en el mito del canto del cisne?
–Leí sobre las discusiones de si es o no un canto. Me interesó un montón saber que los cisnes son monógamos, porque eso significa que pueden tener un vínculo muy potente. El aspecto de estas aves es armonioso y el mito del canto, una maravilla, porque habla de una despedida con gloria y alegría.
–¿Sin ningún lamento?
–Ninguno. Percibo el mito desde lo magnífico de haber vivido y no desde el dolor. En mi obra, esta “anécdota” es una excusa para contar y hacer que las situaciones avancen y los personajes tengan que renovar sus estrategias de actuación. Ellos son los que importan. Me importa qué les pasa y cómo y cuáles son sus vínculos, el de las hermanas con el padre y entre ellas. A medida que escribía, me preguntaba de quién estaba hablando. Se mezclaba la personalidad de una tía con la de mi hermana, la de una historia que me contó mi mamá, y por ahí, en el medio, se atravesaba la de otra tía o la de mi papá.
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