Felicitas Kamien participa en Pakapaka, una serie de micros entre el documental y la ficción. Se emociona al confesar que es muy sensible al “mundo poderoso de los niños” y cuenta que se queda mirándolos, tratando de interpretar cómo razonan y sienten. Estas observaciones ayudan a “no tergiversar lo que cada uno es”. “Cuando crecen, cambian y se esconden detrás de cosas que no son las propias, para, después, de grandes, hacer el camino inverso.” Desde chica, quise ir al teatro. A los trece años, tomé algunas clases con Hugo Midón, después, un año con Cristina Banegas, y fui cambiando: pasé por el taller de Agustoni y Alezzo, y me enamoré definitivamente del teatro cuando empecé a estudiar con Ricardo Bartís. Tenía 22 años y estudiaba sociología. Hice la licenciatura en la UBA y. aunque no me dediqué, estuvo bueno cursar”. Kamien actuó en obras sobre textos del escritor y humorista gráfico rosarino Roberto Fontanarrosa, dirigida por Marcos Arano; también en La Tintorería, una puesta de Martín Kahan, dentro del ciclo Revoque grueso; Coágulo, de Bernardo Cappa, dirigida por Fabián Politis (obra invitada al Festival de Oriente, en Venezuela), y Me dio lástima decirte que no, también de Cappa. En cine, participó como actriz en El transcurso de las cosas, de Esteban Menis; Qué rico y Huesos de cristal, de la realizadora Julieta Almada; Vicente Casares, realización de Gonzalo Zappico; El Purgatorio, dirigida por Victoria Andino; y Ana y Mateo, de Natural Arpajou. A partir de 2006, dirigió unipersonales para el espectáculo Solos, coordinado por Alejandro Catalán (donde actuó en La solita), y realizó la asistencia artística de Amar, también de Catalán. Se ubica entre los artistas jóvenes “con ganas de avanzar”. Recuerda que entró al mundo adulto en 2001, cuando “no tenía posibilidad de nada, ni de alquilar una casa ni de conseguir trabajo”. Pero no se acobardó, supo que debía seguir en lo que deseaba y se preparó “como para ir a la guerra”.