TEATRO › AGUSTíN ALEZZO, CON TRES OBRAS EN CARTEL Y DOS POR ESTRENARSE
Dice que volver a hacer Master Class tiene que ver, en buena medida, con la buena relación que lo une con Aleandro, “una actriz con un oficio extraordinario”. El director analiza la comodidad con la que se mueve en diferentes esferas del quehacer teatral.
› Por María Daniela Yaccar
Dieciséis años pasaron del estreno en la Argentina de Master Class, pieza musical de Terence McNally sobre la vida y la obra de Maria Callas. El suceso se repetirá hoy, en el mismo lugar, con igual director y actriz protagónica: el espectáculo vuelve a la cartelera del Maipo (de miércoles a sábado a las 20.30, Esmeralda 443) y reencuentra a dos grandes, Agustín Alezzo y Norma Aleandro. En su casa de Palermo, donde se desarrolla la charla con Página12, uno de los directores más prolíficos del país –tiene más de 75 años, tres obras en cartel y dos a estrenar– se muestra todavía enamorado de los desafíos del teatro: “Cuando uno hace algo que ya hizo corre el riesgo de copiarse a sí mismo y de que lo que aparezca esté muerto”, analiza. “Pero, por más que hemos seguido las huellas de la otra vez, no creo que eso suceda en este caso.” Alezzo insiste con dar algo nuevo también en el circuito independiente. Hace apenas semanas estrenó en El Camarín de las Musas una obra de Harold Pinter, Viejos tiempos (domingos a las 18, Mario Bravo 960).
También en el off el director está a la cabeza de El círculo, de Donald Margulies, que acaba de llegar a las cien presentaciones (ver aparte). Reponer Master Class no fue idea suya, sino de Aleandro y del productor Lino Patalano. Cuenta que él aceptó la invitación enseguida y encantado. “Callas era una mujer muy brillante, de una gran personalidad, muy severa con sus alumnos y con una particular idea del arte”, describe. La obra transcurre en los tiempos en que la soprano se dedicaba a la docencia y no podía cantar porque había perdido la voz. “Cuando no le gustaba algo lo comunicaba. Y las cosas que decía sobre su trabajo son extraordinarias. Su visión es aplicable a cualquier arte.”
Master Class va más allá de la faceta artística de Callas. Se trata de un drama que se entromete, también, en la intimidad de la cantante. Así lo explica el director: “Hay dos monólogos introspectivos en los que se separa de la clase y le vienen a la memoria las personas que influyeron en su vida, como Aristóteles Onassis, o episodios como la muerte de su hijo”. Por la primera presentación de esta obra, en 1996 –un año después de su estreno en escenarios neoyorquinos–, Alezzo fue distinguido con un ACE como mejor director. Aleandro, por su parte, recibió el ACE a mejor actriz y el ACE de oro a la trayectoria. Además, el autor estadounidense la vio y quedó fascinado, a tal punto que caratuló a su interpretación como la mejor del mundo hasta ese entonces.
–¿Cómo es reestrenar esta obra después de tanto tiempo?
–Muy agradable. La relación que tengo con Norma es muy buena. También tengo una vieja relación con Susana Naidich, quien se ocupa del cuidado de las voces y de lo musical. Ella lo hizo la otra vez también. A Patalano lo conozco desde hace muchísimos años. Y el elenco, que es grande, es muy agradable.
–Trabajar con cantantes no es habitual para usted. ¿Cómo se sintió?
–No es habitual para ellos porque tienen que actuar. Yo estuve cómodo porque ya lo hice la otra vez. Pero lo cierto es que actúan bárbaro, entendieron perfectamente de qué se trataba y lo hacen muy bien, como si lo hubieran hecho toda la vida.
–¿Realizó algún cambio respecto de la versión anterior?
–No. Lo único diferente es la escenografía. Y los cantantes son otros. El resto es exactamente idéntico. Se ha podido reconstruir el trabajo que hicimos la otra vez y tengo la esperanza de que se han mejorado algunos aspectos, como el actoral. La obra tiene todas las características de ser un éxito. Pero trabajar un éxito es lo mismo que trabajar un fracaso: eso lo decide el público. Uno intenta que lo que muestra sea lo mejor posible, como todo lo que hace en la vida.
–¿Qué le atrajo de reponer la obra?
–Dirigir a Norma. Somos amigos desde hace muchos años.
–¿Ella tuvo que trabajar nuevamente al personaje con la intensidad de no haberlo hecho nunca?
–Trabajó muy rápidamente porque venía de hacer una serie para la televisión y tuvo muy pocos ensayos. Es una actriz con un oficio extraordinario. En la primera presentación, hicimos esta obra tres años. En este caso la retomó muy fácilmente.
–¿Cuál es el riesgo de trabajar con la historia de una figura conocida? ¿Se está pendiente de las expectativas del público?
–Hemos sido respetuosos de la figura de Callas. La obra lo es. No agregamos nada. Mostramos a la cantante con su carácter y con sus particularidades.
–¿Hay alguna diferencia entre trabajar en el ámbito independiente y en el comercial?
–Para nada. Master Class y Viejos tiempos están unidas por el gusto que me produce hacerlas y por el pensamiento que cada una tiene. Siempre he hecho obras animadas por pensamientos con los que estoy de acuerdo. Nunca voy a montar una que diga algo con lo que no estoy de acuerdo.
Viejos tiempos es una obra del poeta y dramaturgo inglés Harold Pinter que data de 1971. En la puesta de Alezzo actúan Graciela Gramajo, Andrea Lambertini y Javier Pedersoli. La traducción es de Rafael Spregelburd. Es la historia de una pareja que espera la visita de una amiga de la mujer del matrimonio. Ellas, que han vivido juntas en Londres, llevan veinte años sin verse. Luego de la cena se desata una disputa de poder entre el marido y la amiga, lucha que tiene que ver con los recuerdos y, también, con los secretos. “Montar Viejos tiempos fue una experiencia extraordinaria para mí. Me encanta hacerla porque es una obra muy difícil de interpretar. Cuando uno empieza a trabajar con el material es muy complicado entender a dónde quiere llegar Pinter. Se aprende mucho de un autor de este calibre.”
–¿Qué se aprende?
–Los materiales riesgosos exigen que uno se ponga las pilas. El mayor riesgo pasaba por la interpretación de la obra. La idea de Pinter es que nada es de una manera, que, según quien las cuenta y sus intereses, las cosas pueden ser de un modo u otro. Los personajes mienten, manipulan, hacen cosas non sanctas para lograr otras. La amiga y el marido desean tener poder sobre la esposa de él. Ese proceso es muy interesante. En la obra hay una tensión permanente, por debajo, que nunca sale a la superficie.
–¿Podría decirse que otro de los temas de la obra es el secreto?
–Sí. Pero lo interesante es cómo ellos utilizan lo que saben del otro para destruirlo. También la transposición de tiempos, un recurso de Pinter que vuelve a la obra más difícil. Los personajes están en el presente y, de pronto y sin aviso, en el pasado. Además, Pinter introduce repentinamente una frase del pasado en el presente.
–Con tantos años como director, pareciera que todavía lo moviliza el riesgo.
–Sí, ahora voy a montar Los justos, de Albert Camus. ¡Eso sí que es un riesgo! Va a estrenar en octubre. Y antes tengo que hacer Jettatore, de Gregorio de Laferrere, en el Cervantes, que estrena el 21 de septiembre.
–Incansable lo suyo.
–Cansable (risas).
–¿Tiene una rutina de trabajo?
–No. Trato de robar tiempo para dormir un poco. Soy un ladrón de tiempo. No tengo sábados, domingos ni días festivos. Todo es trabajo.
–¿Va al teatro?
–Cuando puedo. Tengo varias cosas que ir a ver. De lo último que vi lo que más me gustó es el Mateo que hacen en el Cervantes y Estado de ira, de Ciro Zorzoli. Cuando tengo algún tiempo de descanso tengo ganas de estar con personas y no con actores, porque me la paso viéndolos. Me gusta encontrarme con amigos, comer, tomar un café o una copa y charlar de la vida, de problemas políticos y de lo que pasa en el mundo.
–¿Sobre qué hablan de lo que pasa en el mundo?
–Lo que pasa en el mundo es dificilísimo. Tiemblo por lo que va a pasar. Es siniestro. Toda la historia de Irak y Estados Unidos... han arrasado países enteros. ¿Qué quedará de Irak? También es terrible lo que están haciendo en Europa económicamente, con toda esa gente desocupada.
–¿Y qué piensa sobre la situación del país?
–Estamos mucho mejor en relación con el afuera, lo cual no quiere decir que tengamos todos los problemas solucionados. Pero este país ha dado un vuelco positivo en los últimos años.
–Ya que habla del mundo y del país, ¿encara de modo distinto la dirección de autores nacionales y extranjeros? En el último tiempo se volcó, sobre todo, a la dirección de textos foráneos, con alguna excepción, como Vuelo a Capistrano, de Carlos Gorostiza.
–Si el material es bueno no importa si se escribió en Noruega o en Japón. Lo fundamental es que uno esté motivado por el texto y que pueda elegir actores acordes con ese material. El teatro es un trabajo en equipo: estamos todos juntos o chau. Todas las obras, de aquí o de allá, tratan sobre relaciones humanas. Pinter se dedica especialmente a eso. Es poco piadoso con su mirada, y tiene razón.
–¿Por qué?
–Plantea que las relaciones humanas se han ido degradando, que se han perdido respetos no tontos, sino profundos. Desde el momento en que se han tirado bombas atómicas... ¡Qué falta de respeto! No queda nada.
–Esta obra deja entrever que tampoco hay luz en los vínculos más cercanos, ¿no?
–Sin dudas. Retrata una relación íntima de un modo realista y cruel.
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