TEATRO › GUSTAVO ZAJAC, RESPONSABLE DE LA PUESTA DE “VICTOR VICTORIA”
Para el director y coreógrafo, la obra que comienza hoy en el remodelado Nacional “es un gran transatlántico”. Lejos de pensar en el “Titanic”, Zajac detalla su adaptación, se entusiasma con Valeria Lynch y Fabián Gianola y asegura que Buenos Aires es una plaza fuerte para los musicales.
En la historia de los musicales hay personajes que no pueden ser disociados de los actores que los interpretaron por primera vez: así le sucedió a Natalie Wood en West Side Story, a Barbara Streisand en Hello Dolly o a John Travolta en Fiebre de sábado por la noche. Y si hubiera que escoger una actriz que hizo suyos no uno sino varios de sus personajes, convirtiéndose en un icono del musical estadounidense, indudablemente sería Julie Andrews. Nadie podría imaginar otra voz ni otro rostro para la María de La novicia rebelde, para Mary Poppins y sobre todo para Victor/ Victoria, personaje ambivalente que interpretó Andrews tanto en cine como en teatro. Hoy, Victor Victoria –el famoso musical de Broadway que cuenta la historia de una mujer que finge ser un hombre, que a su vez se disfraza de mujer– se estrenará por primera vez en Buenos Aires, protagonizada por Valeria Lynch, Raúl Lavié, Fabián Gianola y Karina K (podrá verse de miércoles a sábados, a las 21, y los domingos a las 20 en el teatro El Nacional, Corrientes 960). El desafío de manejar “el gran transatlántico que es esta obra” –como lo llaman los mismos miembros de la producción– lo encaró Gustavo Zajac, joven y talentoso director y coreógrafo formado entre la metrópoli porteña y Nueva York, convocado por los productores Diego y Alejandro Romay. Zajac tuvo a su cargo la traducción y adaptación de la pieza, la creación coreográfica y la puesta en escena y dirección general. “Realicé para esta obra el trabajo que en Aplausos hicimos entre cuatro personas”, explica Zajac a Página/12, aunque satisfecho por ser el único responsable de la totalidad de la puesta.
Los desafíos a afrontar fueron varios. El primero, adaptar un libreto de casi tres horas de duración y convertirlo en una pieza más dinámica, de una hora y 50 minutos, “más adecuado para el público porteño y los horarios en los que se va a ver teatro en Buenos Aires”, dice el director. “Mi trabajo de adaptación consistió en seguir la línea dramática de la obra –explica–, eliminar algunas situaciones que sentí que no estaban contando la historia, sino que distraían y alejaban al público del verdadero conflicto. Yo trabajé más con la película que con el musical de Broadway, porque quería recuperar ese timing que resulta de la edición cinematográfica. La duración de esta versión es justa, y muy agradecida por el público. En cuanto parece que va a quedarse, la obra avanza y sorprende. Lo que no toqué ni me animaría a modificar son los números musicales, las canciones y coreografías. Están todos los cuadros que la gente espera ver.” El segundo paso en la navegación del transatlántico fue hacer aparecer a los personajes en la piel de los actores argentinos, escamoteando el fantasma de la Andrews y moldeando el trabajo de algunos de ellos que no tenían experiencia en el género.
–El personaje de Victoria/Victor está muy asociado a la figura de Julie Andrews. ¿Cómo afrontó esto en esta versión?
–Eso no me asustó para nada. Hace muchos años que Valeria (Lynch) está contando que quiere hacer esta obra, y eso no es nuevo para nadie. Desde que hizo El beso de la mujer araña dijo que su próxima obra iba a ser Victor Victoria. Creo que ella es indicada para ese rol, le imprime una garra que el personaje necesita. Victoria es una mujer muy arriesgada, que termina disfrazándose de hombre y triunfando en el show business de París. Valeria tiene todo para no defraudar e incluso para sorprender. Ha hecho un trabajo impresionante, tuvo una transformación física –está espectacular, como nunca se la vio–, y una transformación actoral también, porque en escena parece realmente un hombre.
–¿Y cómo trabajó con Fabián Gianola, que no tenía experiencia en musicales?
–Gianola va a ser una gran sorpresa, porque canta muy bien. Es uno de los grandes aciertos de esta propuesta. Probablemente él no pertenece al mundo de la comedia musical, pero sí pertenece al mundo de la comedia, y por eso tiene en claro el timing y la energía que este género necesita. Tiene un encanto maravilloso, un gran charm, un carisma que le cabe al personaje en forma natural y orgánica. El pudo desalmidonar a este personaje, al que tradicionalmente se lo representaba muy “trabado”, y lo convirtió en un tipo más de mundo, canchero, divertido.
–¿Cómo fue la elección de Karina K? ¿Representa el papel que estaba destinado a Nacha Guevara?
–Karina había sido uno de los primeros nombres que se propusieron para ese rol. En el medio se pensó en Nacha Guevara, porque la producción quería juntarla con Valeria por los cien años del teatro, pero por sus horarios de grabación para la televisión era imposible. Karina K es maravillosa, es una actriz comediante como pocas en nuestro país, que además canta, baila y hasta hace un número de acrobacia sobre tela en la obra, que yo incorporé para esta versión.
Zajac tiene plena confianza en sus actores y en todo su equipo de producción, que no sólo ha trabajado sobre el escenario, sino también fuera de él. Porque, entre los preparativos de la obra y con motivo de los festejos del centenario de El Nacional, se encuentra la remodelación del teatro, cuya sala fue convertida en un cabaret de 1930 (ver recuadro). De este modo, Victor Victoria se convierte en algo más que otro musical: es un viaje en el tiempo y en el espacio, mediante el cual el público se convertirá, en los números de cabaret –los “musicales dentro del musical”–, en la audiencia parisina de los años ’30, mientras disfruta de un trago o saluda a los personajes que se desplazan entre las sillas o se sientan en la mesita de al lado. Y no es casual que tantas responsabilidades –traducción, adaptación, coreografía y dirección, en una obra que se ha convertido en un gran evento– hayan recaído en un solo hombre. Zajac ya viene trabajando hace tres años para Romay Producciones, desde que fue seleccionado para dirigir y coreografiar La tiendita del horror, luego de impresionar con su currículum. En Nueva York fue becado para formarse en las principales escuelas en teatro, comedia musical, canto y danza (hasta tomó clases de ballet con Mijail Baryshnikov: “De un lado de la barra estaba Paloma Herrera y del otro Julio Bocca”, recuerda emocionado). Allí montó la obra original Wise Guys en el circuito off, para luego regresar a la Argentina, donde ya había sido coreógrafo adjunto de Nine, pieza que más tarde montaría en Japón. Su trabajo en Broadway le abrió las puertas en Buenos Aires: después de La tiendita... vinieron Aplausos, Nativo y El hombre de la mancha, oficiando alternativamente de traductor, coreógrafo y director.
–¿Y qué le atrajo de este proyecto en particular?
–En la comedia musical hay grandes hitos, grandes musicales que están en el corazón del público internacional. Victor Victoria es uno de ellos; uno no tiene que explicar de qué se trata la historia, todo el mundo lo sabe. En Nueva York me enseñaron que los musicales tienen dos líneas: o la de Romeo y Julieta o la de Cenicienta. Y Victor Victoria tiene las dos: es la historia de una pobre chica que termina siendo una triunfadora, la número uno de París, y también la de un amor prohibido, que no funciona hasta el final. Ese es el gran atractivo de esta obra.
–¿Considera que hay un prejuicio hacia el género musical en Argentina?
–Existe en el discurso de la gente, pero Buenos Aires es una de las grandes capitales de musicales del mundo. Desde los ’70, Romay estrenaba los musicales de Nueva York casi simultáneamente con Broadway. Buenos Aires se ha transformado en la capital teatral de Latinoamérica. Y si el público latino quiere musicales tiene que venir a Buenos Aires, porque es la única capital latinoamericana que los tiene. El prejuicio se está revirtiendo desde que se contempla la “argentinidad” de las puestas. A mí no me interesa hacer una puesta para mostrar cómo es el teatro en los Estados Unidos. Me interesa mostrar que a los personajes les pasa lo mismo que a nosotros. Si no adaptamos algunas cosas para que el público argentino las sienta con el corazón, nos quedamos con una vidriera. Y así no logramos el cometido principal del teatro, que es el de transformar a la gente. El teatro debe ser un espacio transformador; si su objetivo es sólo estético, no me interesa.
Informe: Alina Mazzaferro.
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