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Sábado, 14 de julio de 2012

TEATRO › PATRICIO CONTRERAS PROTAGONIZA CENIZAS, DE NEIL LABUTE, EN EL REGINA/TSU

El actor chileno califica como “un desafío” el encontrarse solo en escena “con una obra que se mete en temas muy profundos”.

 Por Hilda Cabrera

“Pienso que soy un vago, pero no puedo apartarme del escenario.” La opinión, contradictoria, parte del actor y director Patricio Contreras, único protagonista de Cenizas (Wrecks), situación que evalúa como fascinante y aterradora: “Los actores siempre aspiramos a probarnos solos, pero trabajar sin red asusta”. La obra es del estadounidense Neil LaBute y se presenta en el Teatro Regina/TSU. Dirige Alejandro Tantanian (dramaturgo, actor y cantante), y eso tranquiliza a Contreras: “Es una persona respetuosa, cordial, muy relajada y trabaja con alegría”. En esta obra convertida en gran monólogo, LaBute (el mismo de la convocante Gorda) propone “acciones” en dos planos. La atracción que produce esta singularidad y desdoblamiento es tarea del actor. El público tendrá que imaginar al personaje afuera o adentro de un espacio. El hombre discurre. Es su pensamiento, porque su cuerpo está del otro lado, con la gente que decidió acompañarlo. El personaje se escucha a sí mismo hablando, critica y reflexiona: “Allá adentro debo estar haciendo lo que se supone que uno hace en estas circunstancias”. LaBute tiene fama de autor con tendencia a exponer temas muy peleados. En Gorda (Fat Pig) exponía la discriminación. En Cenizas, la propuesta pasa por la transgresión, los tabúes y la muerte que –según opina Contreras en esta entrevista– es el gran tema del teatro: “La muerte intimida, pero no siempre. Aparece en las comedias, y hasta puede ser divertida. Es parte del teatro que, como medio expresivo, se constituye en la metáfora más formidable de lo que entendemos por existencia: en el teatro fantaseamos, nos expresamos y del teatro nos vamos...”.

–Y otro apaga la luz... ¿Por qué lo asusta actuar solo, habiendo interpretado monólogos como el del rey Basilio en La vida es sueño?

–Ese monólogo duraba diez minutos. Fue un gran desafío, porque era en verso barroco y en un castellano arcaico difícil de retener. Necesitaba hacer un gran esfuerzo para otorgarle sentido a esa sintaxis, y que además se entendiera. Debía pasar por la comprensión intelectual y la sensible. Recuerdo los monólogos de Tirano Banderas, de Ramón del Valle Inclán (una adaptación y puesta del catalán Lluís Pasqual, estrenada en el Teatro Odeón, de París). Mi personaje intervenía en tres y se dirigía al público. Debía poner en primera persona a la tercera, que era la narradora de la novela. Otra experiencia fue en Muerte accidental de un anarquista, una obra de Darío Fo que es casi un monólogo. Quizá la escribió así porque es su recurso natural. Los personajes servían a ese monólogo, le daban pie. Cuando la estrenamos, nos atuvimos al texto impreso, aunque prescindimos de los apartes que sólo podían ser sostenidos por Fo, que es un artista inimitable. Estos monólogos eran elaborados en base a improvisaciones. Entonces compuse cinco personajes: entraba y salía de la escena, me disfrazaba, poniéndome un bigote, una peluca, una mano ortopédica... Eso era casi un unipersonal. Pero entonces yo era más joven y más inconsciente.

–¿Qué trae la experiencia?

–Humildad. El joven quiere mostrar todo lo que puede hacer, y de una vez. Es más insolente que el adulto, pero esa insolencia se va cayendo a medida que aprende. La soberbia es menor cuanto más se sabe. Uno se va ubicando, es más respetuoso y se acerca con mayor reverencia a los grandes desafíos, como éste de encontrarme solo en el escenario con una obra que se mete en temas muy profundos.

–¿Lo dice por el tabú y el mito?

–A diferencia de las antiguas tragedias griegas, el mito no está en Cenizas determinado por lo que dicta un oráculo. La transgresión aparece cuando se va en busca del propio destino. En esta obra proviene de un personaje que se fija una meta, se aferra a su deseo y avanza contra viento y marea hasta conseguir lo que se propone.

–Una meta que el autor oculta...

–Lo expresa de manera poco común. En general, no se cree en la existencia de los grandes amores. Esos amores trágicos y grandiosos de la literatura clásica han desaparecido. El mismo personaje lo señala cuando hace alusión a la cultura tecnológica y echa una mirada nostálgica e irónica sobre la época de los modales respetuosos y de la escritura en la que se utilizaban todas las letras y puntuaciones.

–¿A qué se deben esas digresiones volcadas a la platea?

–La obra tiene un matiz pirandelliano. Toma al teatro como un espacio donde la ficción puede invadir esa parte de la realidad que es un espacio teatral, una platea. Esto es muy atrevido, porque no se trata de un monólogo ante una cuarta pared ni de un señor que reflexiona en voz alta. La escena se constituye con el espectador y lo interpela. La idea no es que el público responda, pero cabe esa posibilidad. LaBute se inscribe en la línea de obras como Blackbird, de David Harrower, que dirigió Alejandro (Tantanian) y de la inglesa Sarah Kane (autora de 4:48 Psicosis y Aniquilados, donde actuó Contreras) en el sentido de proponer polémicas actuales. Creo que así como en lo tecnológico el hombre avanza y hoy hablamos con naturalidad de la concepción in vitro o de parejas del mismo sexo que pueden tener sus propios hijos, debiéramos también examinar tabúes. El ser humano es, en definitiva, un producto cultural y no termina nunca de construirse.

* Cenizas (Wrecks), de Neil LaBute. Versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Con Patricio Contreras. Diseño de escenografía y vestuario: Oria Puppo. Luces: Jorge Pastorino. Música original: Diego Penelas. Asistente de dirección: Mariano Tenconi Blanco. Dirección: Alejandro Tantanian. Funciones: Teatro Regina/TSU, Av. Santa Fe 1235, los viernes y sábados, a las 21, y domingos, a las 19. Localidades: 90 pesos.

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“Los actores siempre aspiramos a probarnos solos, pero trabajar sin red asusta”, afirma Contreras.
Imagen: Pablo Piovano
 
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