TEATRO › PABLO BELLOCCHIO Y SU ESPECTáCULO DOS, UNA DESCONEXIóN
El actor y desde hace un tiempo director y dramaturgo despliega en su segunda obra un imaginario romántico y tanguero para dar cuenta del desmoronamiento de una pareja. “Estamos todos muy a la defensiva, atajándonos y desconectados del otro”, sostiene.
› Por María Daniela Yaccar
Una de las obsesiones del joven y nuevo director Pablo Bellocchio es el amor. “Prima mucho en mi vida. Soy un romántico, quisiera no serlo para sufrir un poquito menos, pero no puedo con mi alma. Tengo muchas ex novias y mucho dolor”, se confiesa ante Página/12. En la segunda obra que escribió y dirige, Dos, una desconexión, se despliega su imaginario romántico y tanguero, enmarcado en la música de Astor Piazzolla y El Polaco Goyeneche. Es la historia de una pareja, la de Miguel y Claudia, desde que se conocen hasta que no se soportan más y se separan. La puesta tiene una particularidad: los dos personajes son encarnados por cinco actores (Rodrigo Bianco, Verónica D’Amore, Marisol Scagni, Juan Tupac Soler y Cintia Zaraik Goulu) y el relato va y viene en el tiempo. Se presenta los domingos a las 20 en el Teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062.
Antes de convertirse en dramaturgo y director con Abulia, Bellocchio le metió fichas a la actuación. Entre sus maestros se encuentran Diego Burzomi, Alberto Segado, Augusto Fernándes y Claudio Tolcachir. “Timbre 4 (el espacio de Tolcachir) me generó un cambio muy grande, porque me empujó a hacer cosas. Claudio tuvo mucho que ver con el surgimiento de una dramaturgia nueva. Hoy vas a cualquier teatro y ves gente lanzada a probar cosas”, sostiene Bellocchio. De su época de actor recuerda, sobre todo, el día en que llegó al Cervantes con Las de Barranco, con dirección de Oscar Barney Finn. “También hice mucha publicidad. Es de lo que trata de vivir el actor, porque si no se muere de hambre. Pero me quemé la cabeza”. Luego llegó el momento en que se dio cuenta de que le atraía más el afuera que el adentro de la escena. Entonces se lanzó a escribir. Abulia, la historia de una espera en la guardia de un hospital público, también está actualmente en cartel, los viernes a las 23 en Pan & Arte (Boedo 876).
“Ser actor no alcanzaba. Estoy muy cómodo escribiendo y dirigiendo. Encuentro mucho disfrute en laburar con los actores. En ese sentido está bueno haber conocido la experiencia de actuar, porque uno puede comprender al que está adelante, sus nervios o su desconcentración”, cuenta el director. En esta obra, Miguel (un escritor) y Claudia (una psicóloga frustrada) conforman una pareja que está a punto de separarse para siempre. La obra se construye a partir de procedimientos como el flashback o el flashforward, que le permiten conocer al espectador el pasado, el presente y el futuro de esa relación. Así se van entretejiendo las causas que llevan a su desborde. La central es, no obstante, la que anuncia el título: la desconexión entre dos sujetos.
–¿Por qué cree que en Buenos Aires tantos jóvenes de su edad se dedican al teatro?
–Estamos viviendo un momento en el que estamos todos muy a la defensiva, atajándonos y desconectados del otro. Mi generación tiene una necesidad de exorcizar. Además, pasamos nuestra adolescencia en los noventa, una época bastante complicada para expresarse, muy liviana. Hago teatro para conectarme con el otro, algo que está pasando con esta obra. Una chica me contó que fue a ver la obra con una amiga que se estaba separando, que estaba triste y que después de la función quedó súper animada. Poder conectarse con alguien o movilizarlo es valiosísimo. Y no sé si hay arte que movilice tanto como el teatro que, en este momento, creo que se afronta desde el riesgo en las diferentes salas de Buenos Aires.
–¿Cuáles fueron los que usted atravesó?
–Varios. Hablar del amor es un riesgo, porque ya está todo más o menos dicho. Pero de cada mundito siempre hay algo nuevo para contar. Por eso uno va a ver trescientos millones de veces Romeo y Julieta, porque el actor que haga de Romeo va a tener una concepción propia del amor. También hay un riesgo en la puesta, que juega con muchas líneas de tiempo. Me daba miedo de que no se entendiera. Lo cierto es que más allá de hablar del amor hablamos de la desconexión, que es lo que conduce al desamor.
–¿Y por qué el tema que eligió fue el amor?
–En mi vida prima mucho. El puntapié es una pareja, pero quiero hablar de la desconexión entre personas. Lógicamente, en la pareja todo está más polarizado: lo que dice el otro tiene una resonancia más grande. Es porque está el riesgo de perderse. Lo curioso de separarse es que uno se convierte, de la noche a la mañana, en un extraño para alguien con quien tuvo toda la intimidad del mundo. Por más que haya buena onda entre las dos personas, siempre queda flotando algo raro. Te cruzás al otro y estás duro y no sabés de qué hablar. Me parece inexplicable eso: no puedo entender cómo si lograste un vínculo tan cercano se da ese quiebre y somos dos desconocidos. Quizás el reencuentro siempre genere vértigo por lo que uno sabe del otro, que es mucho, y no sólo desde lo intelectual, sino también desde la piel. ¡Viste al otro desnudo y el otro te vio a vos así y después no podés ni hablarle!
–En un momento de humor de la obra Claudia le dice a Miguel: “Hacés una bandera de cagarte de hambre” como escritor. ¿Qué lugar ocupa lo ideológico en esta pareja y en su destrucción?
–Hay una carga ideológica en el sentido de cómo cada uno quiere vivir su vida. Porque uno vive de acuerdo con una ideología, le interese o no la política. Hay algo dando vueltas en la historia de esta pareja que tiene que ver con el cómo vivir y en qué cosas quiere cada uno poner el eje de su vida. Pero no es el motivo principal de la discusión. De eso se disparan muchos otros, como la posesión o la dependencia. Cuando uno empieza a depender de su pareja todo empieza a caerse a pedazos.
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