TEATRO › LAS CRIADAS, DE JEAN GENET, CON MARILU MARINI
El apunte insidioso, la penosa sumisión y la rebeldía abortada aparecen en esta emblemática obra del autor francés, en la que las domésticas y el ama establecen un vínculo de amor-odio y donde el bien y el mal pueden convivir en una misma persona.
› Por Hilda Cabrera
El ritual no es el conjuro adecuado para que las hermanas Solange y Clara espanten las negras ideas en contra de su patrona. Es así que, adueñándose de la habitación de la Señora en ausencia de ésta, reanudan el juego de la doméstica y el ama, necesitadas de venganza y de experimentar placeres que les son vedados. El atrevido jolgorio es una escena repetida en esta puesta de Las criadas, obra del francés Jean Genet inspirada a este autor por el doble crimen real cometido por las domésticas francesas Christine y Léa Papin. En esta pieza del poeta y novelista de Querelle de Brest y Nuestra Señora de las Flores, Solange y Clara –protagonizadas aquí entre el candor y la malicia por Paola Barrientos y Victoria Almeida– descargan energía a través de una invención en apariencia simplista e inútil, apropiándose del rol de quien las mandonea y simulan obedecer. Arman su juego auxiliadas y controladas por un personaje que, sin mediar palabra, irrumpe en la acción, ordena la disposición de algunos elementos escénicos, y corta con un gesto intempestivo o un timbrazo el avance de un estado delirante, provocado por el acuciante deseo de aniquilar a quien se odia. Esas intervenciones subrayan con ligereza un recurso estudiado en las obras de Genet, vinculado con la representatividad y el estallido del lenguaje.
El apunte insidioso, la penosa sumisión y la rebeldía abortada son componentes esenciales en un autor que volcó en sus obras experiencias propias. Hijo de madre soltera, fue abandonado a los siete meses y recogido por una familia de campesinos. Pasó su infancia y juventud en correccionales y prisiones, donde escribió sus primeros poemas y textos (entre otros El condenado a muerte, de 1942) en los que volcó su visión de la marginalidad, y tal vez por su peripecia personal y las ideas que entonces circulaban, se interesó por la “unidad de los contrarios”, donde caben lo verdadero y lo falso, y el bien y el mal conviviendo en una misma persona, por aquello de que “el bien contiene al mal y el mal al bien”. Una visión a la que adicionó la irreverencia, siempre eficaz para golpear a las instituciones que se arrogan el poder político, eclesiástico, jurídico o militar.
Estos elementos no son totalmente ajenos a la atmósfera que para cada escena ha elaborado Ciro Zorzoli, autor, dramaturgista y director marplatense con experiencia en el tema de “la representación y sus límites”, y con varias obras estrenadas, entre otras Living, último paisaje (1999); Ars Higiénica; 23.344, de Lautaro Vilo; El niño en cuestión y Estado de ira (en cartelera).
Cubriendo el filosófico recorrido entre el ser y la apariencia de una señora adinerada, Marilú Marini –actriz argentina radicada en Francia desde los años ’70 e integrante de los primeros espectáculos ofrecidos en el célebre Instituto Di Tella (La fiesta hoy, de 1966, junto a Ana Kamien)– compone en registros que le son propios y transmite de modo magistral a esa patrona a la que Genet le inserta rasgos antisociales y pecaminosos. Es que este autor –que prefería las verdades y mentiras que él mismo fabulaba respecto de su persona (Diario de un ladrón) antes que los escritos de los intelectuales y artistas que lo apoyaron en momentos difíciles– arremete contra las formalidades de la clase social encumbrada sin intentar explicaciones de ningún orden. Retrata el hecho y lo que deriva de éste corre por cuenta del lector o el espectador. Un ejemplo tomado de otro ámbito y circunstancia es la puesta en primer plano de la actitud del personaje del argelino que en Los biombos traiciona a los suyos, pero no por eso se priva de criticar al colonialismo francés en Argelia. Ocurre que la falsedad es un atributo de la vida real y de los personajes de ficción, y para muestra están Severa vigilancia (1949); El balcón (1957); Los negros (1959) y la historia de esta Señora que ama su ropa y sus pelucas y dice añorar al marido arrestado por unas cartas que lo acusan de robo. Un embrollo que intentará dilucidar, porque no es justo que esto le pase a quien, como ella, “sólo piensa en hacer el bien”.
Este personaje, decidido a entrar en el juego de unas criadas que la exasperan, es potenciado por la actuación de Marini, cuya presencia en el escenario crea por sí sola un clima de amenazadora comicidad. Une el apunte socarrón a la brutalidad del gesto y descoloca. La actriz sorprende en cada una de sus visitas a Buenos Aires. Basta recordar su interpretación en La mujer sentada, traslación escénica de la famosa tira cómica de Copi (Raúl Damonte Taborda), espectáculo que dirigió Alfredo Arias, quien también actuó; Niní, donde compuso once personajes de Niní Marshall; Invenciones, sobre textos y poemas de la narradora y poeta Silvina Ocampo; su composición de Winnie, la señora cercada por un montículo reseco en Oh! Les beaux jours (Los días felices), del irlandés Samuel Beckett, que presentó en francés con subtitulado electrónico en el Teatro San Martín; sus roles de madre y nuera, junto a Arias, en Incrustaciones, de la escritora francesa Chantal Thomas; y Las criadas, una bella y transgresora puesta de Arias, en el CETC.
El juego de la representación gana interés en este montaje de Zorzoli, donde las criadas, vulnerables en su deseo de venganza, acusan el embate de una patrona que se agiganta al descubrir desarreglos en su habitación. Circunstancia que se da en un marco escénico que acepta las intromisiones de un tal Omar (un agregado de Zorzoli) que alivian la trama y son festejadas por el público. Porque no todo es sacrificio ni humor lacerante en este trabajo que alienta situaciones perturbadoras, como la escena en que el director, auxiliado por un hábil juego de luces y por el sonido y la música que aporta el equipo técnico, parece haber hallado la clave de esta historia en una enigmática secuencia que recuerda el “enfoque de cámara en mano” de un célebre realizador del cine mudo.
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