TEATRO › LOS JUSTOS, EN UNA NOTABLE PUESTA DE AGUSTIN ALEZZO
El director y docente acierta al apostar al texto de Albert Camus, que reflexiona sobre los fines y sobre los medios.
› Por María Daniela Yaccar
Lo que se discute en la última puesta de Agustín Alezzo es lejano en tiempo y espacio. Pero al invitar al espectador a sumergirse en un mundo que le es completamente ajeno durante más de una hora y media, y al ubicar en el centro de la escena aquello que se le antoja, el dispositivo teatral tiene la facultad de convertir en importante aquello que –por lo menos a simple vista– no es prioridad aquí y ahora. La poesía, por ejemplo. Un modo de mirar el mundo que no le teme a la muerte (la propia) para poder cambiarlo. O los vericuetos de una posible revolución que se propondrá barrer con todas las injusticias del mundo. Los justos, texto de Albert Camus estrenado en París en 1949, basado en un hecho real, es la última apuesta del docente y director. “Camus es una de las grandes personalidades del siglo XX, tan convulsionado y violento, comandado por los Hitlers, Stalins, Francos, Mussolinis, mayores y menores, donde muy pocos, como Camus, nunca perdieron de vista, más allá de todas las pasiones creadas por sectarismos de todos los signos, al ser humano como centro de la creación”, escribió Alezzo para el programa que se entrega antes de la función.
También el ser humano es el centro de esta versión, que se presenta los viernes a las 21, los sábados a las 22 y los domingos a las 19.30 en el Teatro El Duende (Aráoz 1469). Porque lo más importante en este drama no es la revolución, sino cómo es experimentada por este grupo de jóvenes anarquistas que viven en la Rusia de 1905 y que intentan derribar el régimen zarista. Es la antesala de la Revolución de 1917. ¿El fin justifica los medios? ¿Matar para terminar con el despotismo implica automáticamente volverse asesino? ¿Y qué si en el momento de ataque al Gran Duque (Sergei Alexandrovich) él está acompañado por sus pequeños sobrinos? ¿La justicia es argumento suficiente para matar a dos niños? ¿La Revolución es, sí o sí, a todo o nada? Cada uno de los personajes hace carne una respuesta distinta para los mismos interrogantes. Es interesante, en este sentido, cómo se comunican las palabras con el cuerpo o, dicho de otro modo, las ideas con la acción. Los dos puntos de vista más opuestos se manifiestan en Stepan, que piensa que la violencia es el único camino, y Yanek, que, enviado a poner la bomba que explotará en el coche del Gran Duque, se arrepiente. El representa al ala romántica y sensible de esta célula terrorista.
Se adivina que la austeridad y la sobriedad en la puesta es una clara decisión del director para que lo más importante de la escena sea, precisamente, las vivencias de los personajes. Esto suele repetirse en los trabajos de Alezzo, un director que pone el acento en los vínculos ante todo (como en Viejos Tiempos, de Harold Pinter, actualmente en cartel en El Camarín de las Musas). Entonces, el humanismo del autor francés le es ideal para ir en ese camino. Aquí la gran dicotomía está entre el pensamiento de Stepan y el de Yanek. El resto de los jóvenes marcan su postura con matices o dudas (ellos son Boria, el jefe del grupo; Dora, su hermana, y Alexis, el segundo elegido para poner la bomba). Poquísimos objetos en escena, un predominio de los tonos grises, blancos y negros, una luz muy tenue y el escape a las estridencias en las actuaciones resultan en un realce de los sujetos, que son históricos (aquí hay una lectura posible para hacer desde el hoy: ¿acaso no es ese sujeto, el histórico, el que volvió a la Argentina después de tantos años de desentendimiento en el neoliberalismo?). El afuera es amenazante. Se mira por la rendija, y toda vez que golpean la puerta de la minúscula habitación donde están los militantes, el miedo se manifiesta en rostros y cuerpos. Hay una oposición ineludible entre un nosotros –deliberadamente inclusivo, ya que el público es testigo privilegiado del adentro, no del afuera– y un ellos.
La obra transita, además, por la relación amorosa entre Dora y Yanek –signada por la decisión de él de perder la vida a causa de sus ideales– y el choque entre el mundo joven y el adulto. En efecto, se deja entrever que Stepan piensa como piensa porque es más maduro que Yanek. Por otra parte, uno de los momentos más potentes de esta versión de Los justos está en cómo se materializa ese contraste en el diálogo que mantienen La Gran Duquesa, esposa del Gran Duque, y Yanek, cuando ya es un prisionero del régimen y sabe que morirá. Al Dios que ella reivindica, enfundada en un tapado de piel y guantes, el joven Yanek le opone la poesía. Y la justicia, ese concepto sobre el cual el teatro puede siempre volver a preguntarse. Alezzo muestra una época en que la justicia es lo posible pero también lo más difícil, básicamente porque el ser humano es lo menos simple de todo lo que existe.
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