Domingo, 26 de agosto de 2012 | Hoy
TEATRO › LISANDRO OUTEDA HABLA DE LA OBRA DESEO, UNA TRAGEDIA GRIEGA
Juanto a Federico Castellón Arrieta dirige y protagoniza esta pieza que rompe con el carácter moralizante de la tragedia griega.
Por Paula Sabatés
“Rompamos todo, ensuciémonos”, cuenta que pensó Lisandro Outeda mientras se aburría en una lección de tragedia griega clásica en El Excéntrico de la 18º, escuela en la cual preparaba su diplomatura en teatro. A partir de una fuerte necesidad de aportar su propia mirada sobre ese código y esa modalidad de actuación, le propuso a su compañero Federico Castellón Arrieta preparar algo distinto para la próxima clase. Así, una semana después aparecieron disfrazados de mujer, personificando respectivamente a Helena de Troya y la mítica Casandra, hija de Hécuba y Príamo. La actividad los emocionó y hoy ese proyecto académico se convirtió en Deseo, una tragedia griega, que todos los domingos a las 20.30 se presenta en Espacio Aguirre (Aguirre 1270). Además de hombres haciendo de mujeres (guiño al teatro antiguo), la obra presenta una ruptura estética total: estilo pop, imponentes maquillajes flúo, vestuarios extravagantes, música de Björk y efectos especiales (de una calidad pocas veces vista en una producción independiente) hacen de esta tragedia una muy particular.
En Deseo..., Casandra y Helena están enamoradas y, aunque Hécuba se opone fervientemente, no logra detener las pasiones que las dominan. Por la noche, las jóvenes vencen sus miedos (Casandra teme ser muy fea para la hermosura de su amada) y se aman hasta que sale el sol, bajo luces chillonas de todos colores y una melodía pop que suena de fondo. En el medio interviene Afrodita, que en la mitología griega es la diosa del amor, la lujuria, la belleza y la sexualidad. Aun sabiendo que la venganza de la madre de Casandra puede ser terrible, la diosa las alienta y empuja a que no repriman sus deseos y den rienda suelta a sus pasiones. La acompañan Cloto, Láquesis y Atropos, las “moiras”, que en la cultura griega eran consideradas como la personificación del destino y en esta pieza conforman el equivalente al coro griego.
Hacia el final de la obra, Hécuba descubre que su hija pasó la noche con Helena y, sin importarle ya el amor que le tiene, las maldice a ambas sin escrúpulos. Asustadas, las niñas deberán decidir cómo escapar de esos presagios sin dejar de estar juntas. Decisión, la de desobedecer, que implica romper con uno de los preceptos básicos de la tragedia griega: su carácter moralizante.
“Hoy somos todavía muy morales, muy respetuosos, demasiado para mi gusto”, afirma Outeda, autor de la pieza, que dirige junto a Castellón Arrieta (el elenco se completa con Débora Nacarte como la seductora Afrodita, Constanza Nacarato en la piel de la fría Hécuba, y Paola Traozuk, Josefina Botto y Jimena Coppolino como las moiras). Para el dramaturgo hay que romper con ese respeto, por lo menos desde el teatro: “Necesito impactarte desde algún lado, cachetearte. Si no, me aburro, como me pasa con el teatro moderno que parece estar de moda, en el que no pasa nada y hay una falta total de estética”, sentencia.
–¿Deseo... es un homenaje o una crítica a la tragedia griega clásica?
–Es ambas cosas. Es crítica con el sentido moral que tenía ese teatro, que por poco decía lo que había que hacer y lo que no, sobre todo en lo referido a las pasiones. En esta obra les damos rienda suelta, no hay una limitación, sino todo lo contrario, hay desborde de pasión. En ese sentido, más que moral, es inmoral. El homenaje se da en el tipo de actuación clásica, que acá respetamos porque es un lenguaje increíble, que no es ni naturalista ni grotesco sino que está en un medio perfecto.
–Más allá de la estética, ¿cree que hay también una resignificación temática sobre lo que es y no es trágico?
–No, y no fue la intención. El conflicto no es moderno porque el deseo es universal e histórico y las tragedias que de él se desatan también sucedieron en todas partes y en todos los tiempos. Por eso, lo que quisimos mostrar en la obra es que no importa a quién le sucede, sino que sigue sucediendo. Por eso Federico y yo actuamos de dos mujeres, pero en realidad no hacemos una representación femenina, es algo más andrógino. Es una obra que habla de la identidad, de quién quiere uno ser, de qué manera, cómo, en dónde y en qué lugar. La nueva significación, si se quiere, se puede ver más en la estética, que tiene cosas pop, trash y de otros estilos.
–Y en el coro, que cumple un rol diferente al de aquel entonces...
–Sí, también. El nuestro es un coro traducido a otro tiempo. En la tragedia clásica hacía las veces de un pueblo testigo, que iba contando lo que se veía en escena. Para esta obra no quería eso, por eso elegí que el coro estuviera conformado por las moiras, personajes mitológicos que decidían el destino. Por eso, al contrario de ese pueblo, éste es un coro más místico, que sabe lo que va a pasar.
–Este coro, y también el personaje de Afrodita, parecen disfrutar de las desgracias de los personajes. ¿Por qué lo hacen?
–Porque así veo yo lo divino, sea Dios, Zeus o el nombre que sea. Intenté representarlo como lo perverso disfrazado, como una instancia que disfruta del mal de los otros.
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