Domingo, 26 de agosto de 2012 | Hoy
TELEVISION › DIEGO CAPUSOTTO VUELVE CON PETER CAPUSOTTO Y SUS VIDEOS
Bombita Rodríguez, Violencia Rivas y los personajes más nuevos surgidos de las mentes del actor y del director Pedro Saborido tendrán durante ocho lunes la pantalla de la TV Pública a su disposición para “seguir derribando discursos”.
Por Roque Casciero
Es difícil estar frente a Diego Capusotto y no reírse. Esa máscara que creó a través de programas como Cha Cha Cha y Todo x 2 pesos dispara de inmediato al menos una sonrisa. Y eso sucede aunque el actor no la esté usando para hacer humor sino para hablar de la muerte, por caso: cada gesto de Capusotto está tan incorporado al inconsciente colectivo como generador de carcajadas que los labios de su interlocutor se arquean automáticamente hacia arriba. Y si se logra evitar el reflejo porque el tema es serio, siempre se estará esperando que haga la “gran Luis Almirante Brown” y después de un pensamiento profundo suelte esa frase que haga reír hasta que duela la panza. Pero Capusotto no es ni Bombita Rodríguez ni Pomelo ni Violencia Rivas, aunque los contenga a todos y los deje salir a placer (suyo y de quienes lo siguen con fanatismo). De su mente y la de Pedro Saborido sale esa galería inagotable de personajes que pueblan Peter Capusotto y sus videos –que desde mañana a las 22.30 vuelve a la TV Pública durante ocho semanas–, pero también las situaciones en las que esas criaturas de ficción se mueven. Y si bien se le cree cuando dice que “los personajes siempre salen de un estado de emoción burlona, o de un juego, de la idea de derrumbar ciertos discursos”, lo cierto es que sus creaciones han sido analizadas y apropiadas desde la filosofía, la crítica de rock y hasta la política, y han traspasado la televisión para llegar al cine, la radio y la literatura. Algo así sólo puede lograrlo alguien muy serio. Y seriamente gracioso.
–Usted explicó en una entrevista que con Saborido se organizan como adultos para trabajar como chicos. ¿Cómo se logra eso?
–Con la decisión de querer ser parte de eso. Es como una especie de trascendencia personal que nos hace juntarnos con un objetivo. Estamos siendo algo en ese encuentro. Aprovechamos para opinar, para burlarnos de lo que nos molesta, para sentar algún tipo de precedente, para aliarnos con los espectadores... Y una vez disparada, la idea deja de pertenecernos. De ahí que algún tipo, desde un lugar académico, haga un análisis del programa. Y es un análisis en el que estamos involucrados, pero no nos pertenece: es la visión del otro. Así tiene que ser. Una vez que algo es lanzado al aire y es recibido, uno se empieza a diluir en eso que empieza a tener una pertenencia más grupal. Desde ya que tiene una génesis, que tiene que ver con la juntada con Pedro, pero tampoco hacemos el programa para nosotros: está la idea de poder compartirlo, de unir voluntades o que la risa sea un poco más fuerte. Es hacerse escuchar.
–¿En algún momento cambió la dinámica entre ustedes?
–No, hay una forma de trabajo que se mantiene. El programa no se “profesionalizó”, sigue con el mismo espíritu. Obviamente que, desde que empezó hasta lo que es hoy, fuimos siendo más concentrados con respecto al programa, y me parece que el resultado final fue mejor. Fue mejor cuando el programa empezó a ser cooptado por personajes que tienen más importancia que quienes lo hacen. Eso no pasaba al principio; en ese momento éramos Saborido y yo jugando a algo que no se sabía muy bien qué era, donde se nos aparecían cosas muy puntuales vinculadas al rock, y lo que sí sucedió es que hoy podemos poner cualquier cosa que no tenga que ver con el rock y que esté bien. Es parte de un espíritu que logró el programa en el que, a modo casi de advertencia, ponemos la frase “un programa de rock”. Pero a esta altura es casi un chiste.
–Pero, ¿no es eso mismo lo que hace que sea un programa de rock?
–Sí, hay como un espíritu por el que personajes vinculados a la cultura rock siguen y van a seguir estando. Pero hay personajes que se involucran, abren la puerta de golpe, y no están vinculados al rock. A lo sumo puede haber una conexión en el imaginario, porque ese personaje puede hacer algo que la cultura rock también hace. Tampoco tenemos que estar cerrados, el rock tiene su limitación. Si fuéramos a hacer un programa limitado al rock, ya lo habríamos terminado. Lo que pasa es que la cultura rock no necesariamente tiene que ver con un cantante sino con una manera de pensar la vida, ironicemos sobre ella o no. Y hay cosas que conectan a la cultura rock: hoy, porro fuma un empresario que va con la novia a ver a Arjona a Vélez. Ahora, también eso está ligado a la cultura rock y a una forma de conexión personal y de hecho colectivo: las drogas, la expansión de la conciencia... Lo que hacemos nosotros es que la conciencia se expanda siempre hasta ahí (carcajadas), porque en algún punto se termina negociando. El peligro de que se expanda demasiado la conciencia es tener que llamar a la policía para encontrarla.
–El programa contribuyó a alivianarle cierto peso al rock, cierta “museificación”, como diría Spinetta.
–Desde ya. El rock también se va comiendo a sí mismo con ciertas posturas que son muy exteriores y estereotipadas.
–Pero cuando ustedes las señalan con humor, uno reacciona y se da cuenta de que está haciendo cualquier cosa.
–Claro, es como ir lentamente convirtiéndose en un estúpido y no darse cuenta, que es algo que nos pasa permanentemente a todos.
–Por ejemplo, las estrellas de rock locales ya no pueden tener un costado “pomelesco”...
–No creo, porque a veces es más importante el peronaje que lo que estás tocando. Si no tenés nada para tocar o para decir, el personaje te come, y no importa si aparece un boludo en televisión que ironiza sobre eso. Siempre va a haber algún salame detrás de la puerta esperando pasar (risas).
–Desde el costado político del programa, ¿también contribuyen a alivianar ciertas discusiones?
–No creo, porque en el terreno político hay una disputa territorial que tiene que ver con el poder y que excede cualquier ficción. Lo nuestro no está encuadrado dentro de lo que sería un programa de humor político, no es el programa de Tato Bores: la agenda política no la tenemos ni nos interesa. Lo político nos atraviesa y con una mirada irónica podemos señalar algo que esté vinculado a eso, pero desde un lugar inverosímil como Perón padre del rock nacional... Estaba esa cosa del gran papá Perón, que terminó abarcando algo que no tiene relación. O el caso de Bombita... Después si pensamos que todo es político y que hacer política es decir lo que está pasando, sí podríamos pensar que estamos teñidos de algo político. No nos interesa lo macropolítico sino lo micro, lo chiquito, el ser humano y sus circunstancias: ahí entran la relación de pareja, el rock, la muerte o lo que queramos señalizar... Que, en general, son siempre los mismos cuatro o cinco temas que nos atraviesan y nos obsesionan. El tema es que, con el humor, uno pone cierta distancia o se fuga de algún lugar de angustia. O, de alguna manera, también asume ese lugar de angustia. Todos estamos en una especie de escalera mecánica en la que vamos de una mano de la angustia y de la otra, de los ritos felices que necesitamos para vivir mejor. Y siempre van parejo: hoy la angustia se fue para atrás, pero siempre vuelve. No creo que el programa aliviane, aunque sí algunas puntualizaciones que hemos hecho han tenido incidencia en el afuera: hemos visto banderas de Bombita, por ejemplo.
–¿Y qué les parece eso?
–Son interpretaciones para el imaginario de hoy que nos exceden, obviamente: la lectura que cada uno le da a Bombita, inclusive desde los militantes de los ’70, son variadas, y nosotros no podemos llegar a ese imaginario, porque es el de una persona que vivió una vida que no fue la nuestra. Bombita es un personaje que empieza a revalorizarse, porque también la vida y los sucesos históricos están teñidos de sangre, horror, desesperanza y traiciones. Tal vez algunos revalorizan ese personaje del militante a través de un programa de humor, que no tiene nada que ver, y pueden sí juntarse para generar un debate sobre lo que fue la militancia en los ‘70, y el disparador fue Bombita Rodríguez. Es que los personajes de ficción son inmaculados, de alguna manera: no tienen un reguero de sangre atrás. Y no lo digo por Bombita sino por cualquier personaje. Entonces se aliviana que un personaje de ficción pueda ser desmenuzado y traído a la mesa de negociaciones. Se hace uno más amigo de un personaje de ficción. Tiene más impunidad, también. Y tiene más contundencia en el meterse en la sensibilidad de quien está mirando.
–¿Ustedes se dan cuenta de cuándo un personaje va a ser duradero o cuándo se agota en el chiste de mencionarlo?
–Sí, sabemos cuando un personaje es fugaz, donde el chiste está en esa aparición fugaz y el personaje no tiene para contar más que eso, o cuando puede ser atravesado por distintas situaciones. Cuando en la película poníamos “Menú Chao” en lugar de Manu Chao, al personaje por ahí le podés encontrar una vuelta, pero me parece que el chiste estaba ahí, en esa fugacidad, ese impacto. Pero hay otros personajes que tienen un desarrollo hasta psicológico y se permiten involucrarse en otras situaciones.
–Ustedes dijeron que Violencia Rivas les llevó seis meses de desarrollo. ¿Esos son los personajes que duran más?
–Tampoco lo sabemos, es una incógnita, porque lo que tardamos en que se presente el personaje en su totalidad no quiere decir que no nos quedemos sin nafta en un par de programas. Lo que pasa con Violencia Rivas es que tiene un discurso de cierta contundencia...
–¿Cierta contundencia?
–Je, sí. Para nosotros amerita que ese personaje sea casi obligatorio que esté. Violencia Rivas es un disparador para nosotros, muchas veces lo que creemos lo colocamos en un personaje que es como una excusa, y desde la ficción termina siendo más contundente que si lo dijéramos no- sotros. De movida, se sabía que ese personaje iba a tener carne para seguir construyéndolo, porque se presenta en su juventud y en la actualidad. Pero todo nace del juego... Cuando en la película hicimos las pastas del domingo, era algo que nace del chiste de cambiar el sentido de la palabra. Por eso es como un juego de chicos que se divierten con lo que dicen y en lo que puede ser transformado. Es la realidad que se ve y en qué podemos transformarla. Y ahí hay mucho derrumbe... Es como el tipo que hace la filosofía slow, que ahora están con eso de aquietarse y demás. Y yo lo escucho e inmediatamente pienso en un tipo que tarda mucho en cruzar la calle y se lo llevan puesto, o que se le cae un edificio y podría haberse salvado, pero se movió tan lento... ¡Tardó mucho en reaccionar! Y por eso no pudo salvar a la nieta a la que iba a atropellar un colectivo (risas). Entonces la filosofía slow termina siendo nociva para la sociedad (carcajadas), termina provocando problemas a la gente por su lentitud exagerada. La filosofía slow puede ser interesante, pero también algo que digas: “Uh, no sé si es tan bueno”, y puedas ironizar. Ahí está eso que digo de jugar como niños. Un niño no dice “tenemos que defender esto” desde un lugar moral. Los chicos no tienen moral, se manejan por impulsos del adulto que le dicen “no hagas esto”.
–Y ustedes no tienen ningún adulto cerca...
–No, no, funcionamos también como adultos y estamos nocivamente intoxicados como cualquier adulto. Algún tipo de organicidad tenemos que tener, porque si no jamás saldría el programa. Pero el límite conceptual que tenemos es que si algo no nos causa gracia, no se hace. Estamos haciendo un sketch en el que hay un porro golpeador: el chabón sale con un porro y el porro le pega mal (risas). Y eso se puede relacionar con un tema que está tan candente hoy, que es el de la violencia en la pareja. No sé si no-sotros pondríamos a un tipo pegándole a una mina porque puede ser tomado livianamente desde la comedia, pero esto del tipo al que el porro le pega mal te hace pensar en una situación que existe, que es sufrida y que es tremenda. En el humor siempre estás con la tragedia al lado.
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