TEATRO › LOS MODERNOS Y SU NUEVO ESPECTáCULO, BIOGRAFíA
Pasaron diez años en los que “la compañía”, como se denominan Alejandro Orlando y Pedro Paiva, recorrió casi toda la Argentina y España. Malabaristas de la palabra y grupo coral de dos voces, Los Modernos ahora vuelven a hacer reír.
› Por Sebastián Ackerman
“Eran momentos muy delicados, estábamos haciendo teatro independiente en salas donde la gente no venía, entonces había que salir a buscar el público a los bares, a los pubs, a los restaurantes”, recuerda Alejandro Orlando la primera función en su Córdoba natal de Los Modernos, el dúo que conforma junto al uruguayo Pedro Paiva. Habían entrado en un restaurante vestidos con polleras, camisas con volados, sacos de pana y muchos anillos porque “había que llamar la atención”. Desde allí pasaron diez años en los que “la compañía”, como se denominan, recorrió teatros en casi toda la Argentina y España, con un estilo de humor particular: malabaristas de la palabra y grupo coral de dos voces, juegan con el sentido y la expresión para hacer reír hasta con las verdades de Perogrullo. Una forma del decir que recorre todas sus obras y que puede verse en Biografía, que se presenta de jueves a domingo a las 21 y los sábados repite a las 23 en La Casona del Teatro (Av. Corrientes 1975).
El camino recorrido les permitió generar un espacio propio, un estilo reconocible ya no sólo por el vestuario sino también por una interpretación que conjuga la formalidad de un texto supuestamente explicativo con el contraste de su exposición. Un humor absurdo y elegante. “Los Modernos en la posmodernidad es estar un poco pasado de moda. Entonces, más allá de que el nombre nos gustaba, encerraba un concepto”, explica Orlando, y agrega que la estética general es más de rocanrol que del teatro. “No veníamos con un formato teatral tradicional, de comienzo-desarrollo-final, sino que son infinidad de temas que tocamos, con un ritmo muy marcado, con comienzo-desarrollo-final en cada tema. Se fue armando un espectáculo distinto”, se entusiasma. Y Paiva cuenta: “Muchas veces pasa que, cuando termina la obra, fijate qué curioso, el público pide otra. ¡Y terminó una obra aparentemente de teatro!”, ríe. “Hacemos un espectáculo de teatro, con una estética muy puntual, que curiosamente tiene ribetes que no son ciento por ciento teatrales.”
Pedro Paiva: –Es una propuesta que no tiene escenografía, sólo un atril; entonces inequívocamente teníamos que potenciar el texto. Estamos comunicando una idea y, sabiendo que no somos académicos, no queríamos ser dos tipos dando consejos por donde tiene que ir la cosa. Entonces, al lenguaje había que tratarlo con respeto desde nuestro lugar, porque no somos lingüistas. Y si nos permitía jugar, que sea explícitamente un juego: si la palabra “novio” es el que “no-vio”, hasta ahí da el juego. “Casa-miento”: “Llevamos el anillo en el dedo anular. Anular de ser anulado”. Todo eso nos permitía el lenguaje, es el juego. Y ese texto termina diciendo: “Así no es posible hablar de amor”. Cuando todas las palabras, que son cosas para comunicar una emoción, tienen una doble lectura, es ahí donde se produce el juego.
Alejandro Orlando: –Y se completa desde lo actoral, ése es el verdadero juego. Uno comunica la palabra, pero el juego se completa con los actores en escena, donde se termina de concretar la idea de juego, de diversión, de humor. Te hacemos pensar en lo que decimos, pero como actores le ponemos la picardía necesaria para decir ese texto. Si no, pasa a ser algo académico y nosotros no somos académicos. Somos dos actores comunicando un texto que tiene una cierta información.
P. P.: –El humor, como lenguaje paralelo, te permite decir cosas que de otro modo son inadecuadas. Con el humor, cuando el tipo se está riendo, vos le metés la estocada. Eso es genial. Y si eso se sostiene con una estética, con un trabajo, salís agradecido por el buen momento. ¿Y quién no quiere pasar un buen momento? El humor es una herramienta que para nosotros no tiene precio...
P. P.: –Tienen 45 años de trayectoria, son una maravilla. Pero la comparación es siempre la comodidad del crítico. Es cómodo comparar: Messi con Maradona; Maradona con Pelé; Pelé con Di Stéfano... Así sucesivamente. Pero cada uno es, en su momento, el mejor o el único. Les Luthiers se compara, en algunos aspectos, con Monty Python; Monty Python tendrá cosas de Chaplin o Buster Keaton. Es interminable el tema. Estamos, sí, en una misma orilla. Cuando la cultura se divide entre lo chabacano y lo no chabacano, hay mucha gente en ambos costados. En los últimos, Les Luthiers, Fontanarrosa, Quino... y nosotros también quisiéramos estar de ese lado. ¿En qué nos parecemos a Les Luthiers? Que estamos del mismo lado. Estamos también del lado de Quino y Fontanarrosa, y no somos parecidos a ellos.
A. O.: –Uno trabaja para hacer un camino propio. No deja de ser una putada que te comparen con Les Luthiers, aunque sean los número uno del mundo, sin dudas. Si te detenés en los pilares que los sostienen, no tenemos nada que ver. ¡Ni siquiera somos músicos! Eso de alguna manera es lo que no terminamos de tragar. Entendemos que estamos en la misma orilla, y que si nos comparan es un elogio, pero nosotros queremos tener un camino propio, que lo venimos laburando hace diez años.
P. P.: –Ellos han marcado tanto un tipo de humor, que es más fácil ubicarnos en la línea ésa. ¡Queremos algún día ser líneas de otros! Ya vendrá alguien que diga: “Nosotros somos como Los Modernos”.
En estos diez años de trayectoria fueron modificándose algunas cosas. El primer espectáculo, Breve desconcierto breve, se llamó así porque “lo primero que generaba el show, al ser nuevo, era un pequeño desconcierto. ¿Qué me están diciendo? ¿Por dónde va?”, dice Paiva. “Era un desconcierto breve porque a los cinco minutos te dabas cuenta por dónde iba la cosa. Entonces, a quien le gustaba se volvía fanático; y a quien no, se dormía. Eran dos opciones clarísimas”, asegura. Pero ahora el texto está acompañado por segmentos musicales, en los que el dúo, a cappella, interpreta canciones que funcionan como nexo entre un tema y otro del espectáculo. “Fuimos viendo que necesitamos que el espectador se vaya relajando cada vez más, y si hay mucha información se siente avasallado”, analiza Orlando. Entonces, “hemos incluido canciones que han ido como relajando, y el público ya entra en el código”, comenta.
P. P.: –No es la primera vez que nos llevan a la murga uruguaya, y tengo que decir que debe ser cierto, ¡pero yo no me doy cuenta! Debe ser cierto... Lo único pensado así es el final, la retirada. No es casual que lleguemos naturalmente donde llegó la murga, y yo he salido en murgas en Uruguay. ¡Algo tiene que haberme quedado, es inevitable!
A. O.: –Muchas veces le digo que escribamos una murga, pero nunca se hizo...
P. P.: –Sería fácil para nosotros escribir un cuplé. Pero se ve que el resultado es similar: Alejandro tiene la voz un poco más grave que yo, da la impresión de que cantamos a dos voces... Prefiero que quede la ilusión. Y si creen que cantamos bien... ¡no vamos a andar diciendo que no!
El desembarco de Los Modernos a España fue como acompañantes y terminaron haciendo una temporada... de tres años. Orlando estaba haciendo una obra de un autor catalán en Córdoba y, a la vez, se presentaba con Paiva en funciones de trasnoche. Entonces, el catalán decide llevar la compañía cordobesa a Barcelona, y como le había gustado el trabajo de Los Modernos, también los suma, pero para presentarse en otro teatro. “Era un proyecto a término, duraba tres meses”, detalla Orlando. Y después de esos tres meses, “toda la compañía se volvió a la Argentina y con Pedro nos quedamos tres años más, trabajando de miércoles a domingo por toda España”. En ese tiempo, llegaron a estrenar espectáculos, que venían a presentar en Córdoba durante dos semanas y luego se volvían. “Pero sentíamos que nos estábamos salteando Buenos Aires. Y fue un tema delicado decidir si volvíamos o no. Fue muy fuerte para nosotros el cambio. Y acá estamos”, concluye.
Los temas que desarrollan Los Modernos en sus espectáculos pueden ser producto del ingenio de Paiva, el escritor del dúo, pero también son resultado de investigaciones que el uruguayo realiza para abordar alguna cuestión puntual. “Cuando escribo, la información tiene que ser exacta”, explica Paiva. “Hay una responsabilidad nuestra en comunicar un texto, aunque sea de humor”, apuesta, y señala que la mayoría de las veces no es tanto el texto como su interpretación lo que genera gracia. “El texto dice: `Instrucciones para tener y perder la fe. Dicen que la fe mueve montañas y, si la vista no me engaña, si no lo veo, no lo creo. Ahora, si lo creo, parecen mentira las cosas que veo’. ¡Y la gente se ríe!”, destaca. Y Orlando continúa: “Y yo digo: `Aunque usted no lo crea, se conserva en el Vaticano en un recipiente de fino cristal de Murano un estornudo del Espíritu Santo y un suspiro de San José... Aunque usted no los vea’. Cuando Pedro lo escribió, pensé `Qué grosso el Pelao’. Y él me dice que no lo inventó, ¡que es verdad! Hay un recipiente que dicen que tiene un estornudo del Espíritu Santo. Pensás que te están jodiendo, ¡pero tenés que poner una moneda para verlo!”.
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