Jueves, 1 de noviembre de 2012 | Hoy
TEATRO › GUILLERMO ANGELELLI, DARíO LEVIN Y CRIATURA DE DIOS
La pieza que se presenta todos los viernes en El Camarín de las Musas se apoya en el lenguaje clownesco, pero con matices atípicos, que van desde la oscuridad algo siniestra del comienzo en un laboratorio a una suerte de liberación final de los sentidos.
Por Carolina Prieto
Un hombre acostado sobre una camilla, envuelto en papel film transparente. Tiene una manzana en la boca y un casco con cables a través del cual recibe descargas eléctricas. De a poco se pone de pie, descubre su cuerpo, reconoce sus manos, sus piernas y descubre también el ambiente que lo rodea, que tiene aires de laboratorio tecnológico. Está solo, no habla, produce sonidos e intenta nombrar las cosas con las que se encuentra. Pero las palabras se le escapan, como si desconociera o hubiera olvidado el lenguaje. Tiene una estética punk: pelos parados, ojos oscuros, botas altas, una cadena, un calzón y, si no fuera por la nariz roja típica del clown, podría ser un sadomasoquista salido de una escena bondage. Así comienza Criatura de Dios, la nueva propuesta de dos actores con muchísima experiencia en el clown y en el teatro: Guillermo Angelelli, uno de los miembros del mítico grupo Clú del Claun, que ahora asume la dramaturgia y la dirección de esta pieza, y Darío Levin, creador de obras conmovedoras del género como Cancionero Negro y Cancionero Rojo, que esta vez es el protagonista además del responsable de la idea original.
Desde el inicio, es evidente que el unipersonal –que se presenta los viernes a las 23 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960– se interna en una zona mucho más oscura y densa que la que suelen abordar los espectáculos enmarcados en un lenguaje muy cercano al universo del payaso, de la ingenuidad, el color y la alegría. Y en el transcurso de la obra, el humor irá asomando, pero siempre teñido de cierta tensión: las palabras son reemplazadas por sonidos guturales, gritos o monosílabos, y las acciones buscan el contacto y el encuentro. Los primeros interlocutores del personaje son una cámara con trípode y una pantalla que aprende a manipular y que trata como si fueran humanos creando imágenes entre tiernas y bellas. Pero el verdadero cambio y el alivio a su soledad llegan cuando descubre al público e intenta conectar con él, valiéndose de la música y el baile. Ahí es cuando se libera, despliega sus potencialidades y hasta se anima a seducir. Sobre esta pieza atípica y nada complaciente, que puede leerse como una metáfora de la soledad del hombre arrojado a la existencia, dialogaron sus hacedores con Página/12. “La apertura con el electroshock es fuerte”, reconoce Angelelli. “Es como arrancar desde el lugar opuesto en que suele ubicarse el clown. Y desde ahí iniciar un recorrido que lleva al personaje a otro lugar. Me interesa animarme a otra cosa: salir de la idea de que por ser clown tiene que divertir de entrada. Me gusta comprometerme con otro tipo de materiales y ver cómo en ciertos momentos se puede alivianar un poco la acción.”
–¿Cómo nació el proyecto?
Darío Levin: –Tenía ganas de hacer un unipersonal y lo llamé a Guillermo, con quien nunca había trabajado antes. La idea era experimentar a partir de la idea del descubrimiento, de un hombre primordial. Yo venía de hacer un trabajo con máscara neutra con unos alumnos míos y es una técnica que te conecta con un lugar muy primario e ingenuo, simple y básico. Y así apareció la idea de un hombre que habría olvidado todo.
Guillermo Angelelli: –Otra premisa fue trabajar casi sin palabras, que el lenguaje escénico no estuviera apoyado en el texto, lo que permite una proyección para poder viajar en un momento en que hay muchos festivales de clown en el mundo. Y evitar el subtitulado, que es asesino del clown y del teatro en general. No podés estar leyendo y mirando lo que pasa en escena a la vez. En Buenos Aires el clown se apoya demasiado en la palabra, pero en Europa no tanto. Y es lógico: es un lenguaje más emparentado con el gesto y el cuerpo que con el texto. Darío trabajó en una primera etapa todo lo que tiene que ver con el movimiento y con el descubrimiento junto a Lucas Condró. Cuando yo me sumé, ese material que trajeron despertó un imaginario y en el diálogo que fuimos generando llegamos a esta idea de una criatura medio Frankenstein pero no tanto, porque no está hecha de pedazos ni tiene un creador, pero sí nace en algo parecido a un laboratorio.
–El personaje nace en forma dolorosa, se encuentra lanzado al mundo, y de a poco intenta conectar con lo que lo rodea. ¿La obra puede funcionar como una metáfora extrema de la soledad?
G. A.: –Para mí el tema fundamental del clown es la soledad, porque en el sufrimiento uno siempre está solo. Y cuando lográs echar luz sobre esa zona de oscuridad, o de soledad, todo se vuelve más liviano. Es una metáfora que genera mucha empatía: por más que la soledad de cada uno sea distinta, todos la sentimos en algún momento.
D. L.: –En esa soledad, primero se descubre a sí mismo, después el contexto y empieza a poner nombre a los objetos: “Ma” es la cámara; “Pa” es la pantalla. A través del vínculo con esos objetos se relaciona con el público y elige a alguien en particular para interactuar. Nos interesó el contraste entre ese hombre salvaje, primordial, y un contexto más tecnológico en el que encuentra objetos que también irá descubriendo.
G. A.: –Tiene algo de homo fabris. Reconoce sus manos en un mundo que ya está construido con aparatos que en un principio desconoce totalmente. Es interesante cómo las máquinas creadas por el hombre pueden llegar a ser la nueva punta de la pirámide de la evolución y pueden llegar a dominarlo. Algo que de alguna manera pasa hoy: la persona que no maneja ciertas tecnologías queda fuera de muchísimas cosas, es un paria. Volviendo a la obra, desde el momento en que el personaje manipula los objetos y descubre al público, ahí empieza a ser verdaderamente un trabajo de clown. Y cuanto más sólida es la estructura del espectáculo, más posibilita el juego: el personaje puede lanzarse y jugar más con la platea.
–El clima del espectáculo cambia mucho desde ese momento: aparecen la música, el acordeón, el canto, el baile, el desfile, la seducción. Todo se vuelve más festivo y liviano. ¿Cómo ven el tránsito que vive el personaje?
G. A.: –Llega a un lugar de liberación, de encuentro consigo mismo, y de discernimiento porque elige a un espectador para interactuar. Al final aparece una idea del amor: en realidad el encuentro con alguien del público es circunstancial, hay una necesidad de acercamiento que es más profunda.
D. L.: –En cada función la relación con el público y con la persona que elijo es distinta. Hay algo de incomodidad porque esa persona es proyectada en la pantalla, pero siempre hay una disponibilidad para entrar en el juego.
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