Mié 19.12.2012
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TEATRO › EL GRUPO MEXICANO TEATRO DE LA BREVEDAD PRESENTA TALADRO

Mitos y verdades del amor

La compañía, que viene de actuar en el festival Experimenta, está mostrando un espectáculo que combina teatro, danza, radioteatro y plástica y que tiene como eje el amor, un tema que atraviesa la idiosincrasia mexicana.

› Por María Daniela Yaccar

De visita por Buenos Aires, el grupo mexicano Teatro de la Brevedad brindará la segunda y última función de su obra Taladro, que combina teatro, danza, radioteatro y plástica, y que versa fundamentalmente sobre el amor. ¿Podría ser de otra manera? “En mi país se adjudica todo a la fuerza del amor”, despotrica José Alberto Gallardo, director del espectáculo y de la compañía, que en el DF abre las puertas de su hogar para que el público se encuentre con las historias que escribe. “En nuestra sociedad, el amor dicta el destino de las personas. Esa noción elude muchas responsabilidades, lo mismo que la figura de Dios. Muchas tragedias personales y nacionales han ocurrido ‘porque Dios así lo quiso’”, cierra, en la charla con Página/12. Taladro se presenta hoy a las 21 en el Teatro Machado (Machado 617).

El grupo pasó primero por Rosario, donde ofreció una función en el marco del festival Experimenta. La sencillez del tema central de la obra contrasta con la complejidad de la puesta: en un extremo del escenario hay una mujer sola (Dionisia Fandiño), cortando agresivamente tomates con una cuchilla y cayendo sobre la mesa de tanto en tanto. En el otro extremo hay un hombre solo (Damián Cordero), con una computadora y otros aparatos electrónicos, conduciendo un programa de radio. En un momento, las historias se cruzan. Damián –los personajes llevan el mismo nombre que los actores– es interrumpido permanentemente por el fantasma de su relación pasada. El narra la historia, mientras Dionisia, que es bailarina, cuenta su versión fundamentalmente con el cuerpo. Ella juega con el riesgo: la cuchilla con la que antes cortaba la comida roza después su cuerpo bañado en jugo de tomate. Gallardo sostiene que la inclusión de objetos reales (y no de utilería) en la escena está inspirada en Rafael Spregelburd. “Haré una confesión: Veronese es otro argentino que cambió mi vida”, desliza.

–¿Qué dice esta obra sobre el lugar que el amor ocupa en la sociedad mexicana?

–Mucho de nuestra vida se dicta bajo el mito del amor. Digo “mito” porque en eso se ha convertido: la experiencia del amor ha sido revestida de mucho material mitológico y romántico, y por eso hace a nuestra idiosincrasia. Esta obra fue un intento de apuntar al derribo de esos mitos. Tengo 35 años. Los que tienen 30 ya no creen en el amor como cuestión sustancial de la existencia. Un amigo mexicano, que es crítico, me dijo que esta obra está hecha por la última generación que revistió de mitología al amor. Sin embargo, el personaje de Damián está ya en el desencanto o en el desprendimiento de los mitos. Admito que es un espectáculo bastante autobiográfico.

–Podría decirse que ustedes han llegado a la Argentina para contradecir a Thalía...

–Completamente (risas). En mi país se adjudica todo a la fuerza del amor, como lo hace Thalía. Si las nuevas generaciones ya no creen en él es por consecuencia del exceso de melodrama, de melancolía, romanticismo y mitos. Algunas personas siguen creyendo. El amor sigue al alza, pero también los divorcios: recientemente en la Ciudad de México se creó una ley de divorcio exprés. No tienes que hacer juicio, ni presentarte con el otro. Se hace en quince minutos. Somos una cultura que asienta sus creencias y comportamientos en mitos de la Edad Media. Somos un pueblo católico, machista y etcétera. Las nuevas generaciones están hartas de eso. Mis amigos vienen todos de hogares de padres divorciados, eso sienta un precedente para ser un poco incrédulo. Mi caso es particular, beckettiano: mis padres son como los de Final de partida, pueden vivir en botes de basura y seguir juntos.

–¿Taladro se hace eco también del machismo propio de la sociedad?

–Desde luego la mirada es masculina, porque es la mía. El personaje protagónico es un hombre: es el que narra la historia y la arranca. El sentido machista está en la cuestión del poder o en el hecho de que el personaje masculino se instale por encima del femenino para dominarlo. Ella está puesta como víctima, pero siempre desde la mirada de él. No obstante, eso tiene más que ver con la culpa que él siente que con una cuestión machista. Lo que nos interesó trabajar fue, más bien, cómo las personas que formaron parte de nuestra vida en el pasado nos siguen taladrando con su presencia. Eso provino del trabajo con los actores: el inicio de la obra fue una especie de entrevista en la que les preguntaba “¿qué piensas tú del amor?”, “¿cómo lo has vivido?” De ese material extraje lo que la obra propone sobre la comunicación. A veces en una pareja no importa si una experiencia es positiva o negativa, en ambos casos puede ocurrir que la comunicación no exista o sea sesgada. Lo negativo no se dice: ése es el cáncer de todas las relaciones.

–¿Cómo surgió la idea del radio show?

–Damián me preguntaba a quién tenía que decirle el texto, que al principio era un monólogo, y yo le decía “al público”. Y él decía: “Pues sí, pero, ¿desde dónde? Y, ¿para qué?” No encontraba la respuesta hasta que hice una conexión con lo que ocurre en las redes sociales, donde uno vierte sus pensamientos y necesidades más íntimas. Hay quienes en Facebook abren su corazón de manera profunda, y puede ser que nadie los lea ni les ponga una manita de “me gusta”. Hay una incomunicación o una comunicación virtual: no se necesita la réplica del escucha sino que hay simplemente alguien que necesita decir. De ahí la idea del radio. Damián es un aficionado que transmite un programa por Internet. No sabe si tiene radioescuchas. Hay una enorme soledad pese al deseo de comunicación. Las relaciones humanas se están disolviendo un poco a través del lenguaje binario.

–Como contrapartida, el espectáculo busca un acercamiento permanente al espectador. Todo ocurre muy cerca de él, hay contacto visual y hasta algún roce.

–La obra nació pensada para un trolebús estacionado. El escenario era el pasillo entre los asientos de los pasajeros, un espacio de menos de un metro. El espectador para nosotros es importante. Fuimos descubriendo la posibilidad de que actores y espectadores compartamos el mismo espacio–tiempo. A pesar de que el público está presenciando una ficción, no deja de tener conciencia plena de que hay un ser humano delante de él. El espectador acude al teatro porque necesita algo. Pero el actor también solicita algo a los espectadores. Ese “algo” es lo mismo que busca una persona que publica en Face: consuelo. Y es lo mismo que pide el locutor del programa de radio. Buscamos un empate humano, que se borre la situación de poder que pone al actor arriba y al espectador abajo.

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