Viernes, 25 de enero de 2013 | Hoy
TEATRO › LA COLECCION, DE HAROLD PINTER, CON DIRECCION DE AGUSTIN ALEZZO
El nuevo trabajo del maestro de actores recupera una de las mejores obras del primer período del gran dramaturgo británico y lo hace con una puesta tan sobria como inteligente.
Por María Daniela Yaccar
Cuando el año pasado estrenó Los justos, de Albert Camus, a Agustín Alezzo le hicieron un reportaje televisivo en el que le preguntaron si esa obra hablaba del uso de la violencia con fines revolucionarios. El respondió que no. Dijo, sabiamente, que esa obra –ubicada en Rusia en 1905, cuando un grupo de jóvenes anarquistas se proponía derribar al régimen zarista– trataba de la relación del hombre con la historia y la política, con su tiempo. Y también habló de humanismo. Su respuesta revelaba un modo de dirigir, que se repite en La colección, el nuevo trabajo del maestro de actores que acaba de llegar a la cartelera de El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960, viernes a las 21 y sábados a las 22.30). En esta obra de Harold Pinter, una supuesta infidelidad es la excusa para dejar en el aire interrogantes filosóficos espesos sobre la verdad, la (in)comunicación y la hipocresía.
Es cierto que el texto del dramaturgo inglés, Premio Nobel de Literatura en 2005 y fallecido en 2008, se presta para ello. En las obras del temprano Pinter –pues el tardío es más explícito, como consecuencia del compromiso político creciente del autor–, la verdad se escurre en las conversaciones de los personajes. Por lo tanto, quien decida dirigir una obra como La colección, escrita a inicios de la década del ’60, tiene dos alternativas: o se plantea una hipótesis sobre los hechos que ocurrieron, o se despreocupa por lo que ocurrió. Desde la óptica de esta cronista, Alezzo eligió el camino correcto. El espectador no sabe si Stella (Lorena Sainar) y Bill (Matías Leites y Federico Tombetti) pasaron la noche en un viaje a Leeds, que ambos compartieron por motivos laborales. Pero eso no importa. Como en una película de David Lynch, aunque con un registro enteramente realista, aquí el todo es más que la suma de las partes.
Alezzo le hace justicia al pensamiento de Pinter, quien alguna vez dijo: “Creo que existe algo como la verdad en la vida, pero no estoy muy seguro de cómo expresarla en el teatro. Es muy difícil y es interminable: el significado no tiene fin”. O también: “Me parece que el lenguaje intrascendente es una forma de evadir el tema, de escapar de la verdad de una situación. No sabemos cómo enfrentarla, tenemos miedo de ella, entonces se utilizan maneras de lenguaje, formas de expresión para no permitir que se sepa lo que realmente está ocurriendo”. Pinter era clarísimo al manifestar su posición política frente a diversos temas: condenó el golpe a Salvador Allende, al gobierno de Margaret Thatcher, criticó a Tony Blair por su actuación en la guerra de Irak, entre otras cosas. No obstante, en su teatro, “lo que se dice actúa como una especie de cortina de humo casi todo el tiempo”.
La colección es la suma de relatos de cuatro personajes que mienten o que dicen cada uno su verdad. Por tanto, no hay Verdad que pueda ser alcanzada por lo que ellos digan (¿sería la Verdad, entonces, lo real en términos lacanianos, aquello que es imposible de ser abarcado por el lenguaje?). En el escenario, separadas por un teléfono público, hay dos viviendas: la de Stella y James (Manuel Elizondo) y la de Bill y Harry (Sebastián Argañaraz). Son dos parejas. Bill y Harry son homosexuales, aunque ello tampoco se verbaliza. Harry, el mayor de todos los personajes, ha rescatado a Bill de la pobreza. El joven es ahora un diseñador de modas que comparte un viaje con Stella, que se dedica a lo mismo. En Leeds, donde participaron de un desfile, parece haber ocurrido algo entre ambos. Por eso James se dirige a la casa de Bill, y así comienza una seguidilla de episodios en los que reina la comunicación al mismo tiempo que la incomunicación entre estos personajes. Que pertenezcan a una clase acomodada –salvo Bill– puede leerse como un guiño del autor. Como lo dijo Alezzo en una entrevista que concedió a este diario, los buenos modales y el lenguaje sofisticado también pueden ser vehículos de las peores mentiras. Incluso, añade esta cronista, pueden ser los más eficaces.
Los jóvenes actores (Leites y Tombetti encarnan ambos a Bill en distintas funciones) demuestran haber comprendido el universo pinteriano, ya que ponen su cuerpo al servicio de un relato complejo, en el que la anécdota es mucho menos que lo que realmente se quiere decir. Se destaca Tombetti en el rol del arrogante Bill. En esta versión de Alezzo, las actuaciones son medidas, sobrias y poco adornadas, tal como ocurría en Viejos tiempos, otra obra de Pinter que el director montó en El Camarín de las Musas, en 2012. Afortunadamente, Pinter se está multiplicando en la cartelera porteña. No es un autor para cualquiera, eso sí, aunque sería ideal que lo fuera. Ocurre que sus historias no son fácilmente digeribles. Son para los que están dispuestos a quedar atrapados dentro de una trama que no deja nada en claro y a llevarse una tarea para el hogar: seguir pensando, y con la menor cantidad de cortinas de humo posibles.
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