Domingo, 17 de febrero de 2013 | Hoy
TEATRO › FEDERICO LUPPI ESTRENA LA NOCHE DEL ANGEL EN EL PICADERO
Tras traducir y adaptar la obra del dramaturgo italiano Furio Bordon, el actor la dirige y protagoniza. Pero en esta entrevista no habla sólo de eso: la política, su entredicho con Darín, los ataques y operaciones que recibe y su amor por la actuación conforman la charla.
Por María Daniela Yaccar
Hay entrevistados que hablan mucho y otros que hablan poco. Hay quienes hablan mucho, pero sin hacer pausas ni para tomar café, y están los que se toman su tiempo para redondear una respuesta. A esta última categoría pertenece Federico Luppi. Cada tanto, en el bar del Teatro Picadero –donde ocurre la nota con Página/12–, el actor gira su cabeza cana hacia la ventana y entonces se sabe que lanzará alguna definición que por teórica no deja de ser poética. En cambio, cuando acelera el ritmo, es cuando empieza a enojarse como algunos de sus personajes memorables. Habla, Luppi. Se ve que le gusta. Puede ahondar largamente en el régimen que le sugirió Hugo Arana para bajar una panza “que parecía un almohadón” como en el célebre entredicho que tuvo recientemente con Ricardo Darín. Por eso reconoce: “No soy un buen vendedor”. Es que tras una hora de charla se acuerda de que está promocionando una obra que tradujo, adaptó, dirige y en la que actúa, La noche del ángel, del dramaturgo italiano Furio Bordon. El estreno en Buenos Aires es hoy y se podrá ver los domingos a las 18.30 y los lunes a las 21 en Pasaje Discépolo 1857.
Protagonista de una parte importante del cine argentino –El romance del Aniceto y la Francisca, La Patagonia rebelde, Sol de otoño, Plata dulce y muchos etcéteras están entre sus películas–, a los “setenta y tantos” años Luppi es un ser todavía enamorado de su oficio. “Me sigue pareciendo maravilloso e inexplotado”, asegura, cuando se le pregunta si alguna vez se le cruzó por la cabeza meterse en política. La respuesta es que no. Pero prácticamente en todo lo que dice la política aparece, sea la alusión más o menos explícita. En la calle, el hombre sumó otro motivo para el abrazo popular al apoyar al Gobierno, a la vez que generó uno para el rencor de otros: “Un par de veces me han provocado duro, pero en general la gente me trata muy bien. Le confieso que me gustaría tener 25 años o, a veces, ser Cassius Clay”.
Arriba del escenario, Luppi también provoca. No le tiene pudor a tocar un tema tabú a lo largo de los tiempos como es el incesto. En La noche del ángel lo acompañan su mujer, la española Susana Hornos, y el joven Nehuén Zapata. Hay un dato pintoresco: Hornos, que es varias décadas menor que Luppi, es en esta obra su hija. Su personaje es el de una psicóloga. Luppi hace de actor. Zapata es un paciente de ella. La relación padre-hija está signada por un episodio edípico sobre el que no se dan demasiados detalles.
–Llevó esta obra a varias provincias, como hizo con Por tu padre. ¿Les tomó el gusto a las giras?
–Tienen la ventaja de que te encontrás con un público más virgen. Pero hay tanta apetencia por ver a los actores de la Capital que no sabés si la efervescencia corresponde a la calidad de la obra o a ese entusiasmo. Aunque toca un tema duro, la obra cala en la gente, que se ve que está más avispada para ciertos temas. Giramos por La Pampa, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. Tuvimos dificultades con la producción. En el mundo del teatro hay muchos chantas que no presentan los contratos, no van a Actores y no responden a las requisitorias del sindicato. Los tanos tienen una palabra muy linda, “truffatore”, que significa el enredador, el que busca siempre la vueltita. Los actores tienen pudor de que el público se entere de los manejos turbios del mundo del escenario. A mí el que no me gusta es el mundo del chimento, pero no por pudor prejuicioso. Se vende la imagen de que todo el ambiente está lleno de culos, tetas, putones, locos y gays. Cada uno es como es, pero hacen tanta exhibición de eso que da la impresión de que es un mundo facilongo, facilista, superficial, torpón.
–¿Se preguntó por qué el público sigue sosteniendo ese mundo del chimento?
–Me tengo que meter en una sociología de una complejidad que me excede. Hay una parte oscura de lo humano, controvertida y contradictoria, unida a cierta idea del mal. El mal siempre es atractivo. Hay un melodrama que lo aúpa. Hay un suspenso basado en la idea de que lo que ocurrirá no es celestialmente bondadoso. ¡A la gente le encanta saber sobre la lencería de las bailarinas! Veo televisión sin prejuicios. Y veo tantas bajezas... Más allá de la efervescencia escatológica, hay una pérdida de la autoestima. Tengo la convicción de que cuando la gente se pone a chaparrear caca después no sale tan fácil de ese lugar. Es como la droga. Ayer miraba a los Caniggia (Charlotte y Alexander, hijos del futbolista). Mi sensación es que son un poco torpes y bobos. Ellos fueron a Carlos Paz a un teatro. Ahora que se les terminó el contrato, todos hablan de ellos como si fueran especímenes mediocres, ¡pero antes los levantaron como estrellas! Esto tiene que ver hasta con el momento político actual. Hay una cosa de roñería, agresión, bajeza conceptual y facilismo tontamente agresivo. Pero nadie argumenta nada. Ya es una técnica. Este es como el mundo de la sospecha.
–¿Le gusta algo de la televisión actual?
–Nunca creí que la televisión fuera una caja boba. Como cualquier cosa de cualquier país es, inequívocamente, el reflejo real de la gente que ahí vive. Aquí refleja creatividad, chicas y chicos lindos, buenos actores. Las ficciones están muy bien hace rato. En mi época había más “enchufes”, ahora los chicos estudian, saben que la carrera es dura y que hay mucha competencia. Cuando me dicen “actores eran los de antes” no me dan ganas de discutir. No es verdad. Uno ve películas en Volver y quiere matar a algunos con una alpargata.
–Frente a la hegemonía de la televisión y de Internet, ¿qué lugar le queda al teatro en una sociedad?
–Su prestigio se eleva, pero hay una disminución de público, porque hay un mundo audiovisual que es prácticamente gratis. En cable pasan muy buen cine y hay series inglesas, norteamericanas, francesas y escandinavas espectaculares. Son de gran calidad, con relatos modernos, rigurosas secuencias, perfecta realización formal, grandes intérpretes y comprometidas desde el punto de vista social. Me gustan Wallander, en sus dos versiones, Acussed, Dowton Abbey, Vexed, Rebus, Zen, Dexter, The Killing... Hay dos que nunca pude ver completas: Lost y Doctor House. Esa omnipotencia sabionda en una isla donde tenían de todo, hasta computadoras, no me la creí nunca. Y me irritaba ese médico canchero que te decía que te ibas a morir en dos segundos salvo que te atendiera él. Pero otras series se meten con temas hondos y complicados. Ahora hasta el cine norteamericano está metiendo temas durísimos. Acá está pasando lo mismo, salvando las distancias ideológicas entre una producción de Pol-ka y de otro canal: lo real no desaparece. Hay especímenes sociales que no dejan de estar. La televisión blanca, un poco rosa, se acabó.
Susana Hornos se acerca a Luppi y hablan de la cena de esta noche. El actor cuenta que hace poco visitó Mar de las Pampas, donde comió mucho, entonces comenzó una dieta “a base de sopas, frutas y no sé cuánto”. “Tuve que salir de la carne siendo carnívoro. Y del pan, una de las cosas que más quería en la vida. Por él mataba”, dice. Distintos temas de conversación se suceden: sus años en España tras el corralito, los chorizos caros de Villa Gesell, las vacaciones de los hombres entre los edificios altos, la música fuerte en el colectivo –Luppi viaja en transporte público, no tiene auto– y los que hablan por celular. “Soy un protestón profesional. Falta que me paguen”, se define. Entonces llega ese gran tema que lo enciende en estos tiempos: la política nacional.
“Hace mucho tiempo una amiga me prestó los cuadernos de Lacan y los estudios de la Escuela Psicológica de París. Me rompí la cabeza, no entendí un carajo. Pero detecté una cosa realmente notable, que decía: el ser humano se ha vuelto tan pragmáticamente individualista, sectario y encapsulado que, aun en mundos democráticos, lo que hace es desconocer el conflicto. Esta es una forma de matar al otro. Las agresiones que vemos todos los días, como ‘yegua de mierda’, tienen que ver con que el otro debería desaparecer. Hay un sentido de la muerte en el insulto real. No exagero”, inaugura Luppi otro capítulo de la charla.
–¿La política le interesa desde joven?
–Recuerdo haber leído biografías de políticos que me parecían aventuras novelescas. No me movía un interés partidista o filosófico: como todo tipo agrario quería encontrar la motivación de cada cosa, saber por qué son caros el trigo o la carne. Mi papá era carnicero, toda la vida lo vi ir a las ferias a comprar ganado y a discutir precios. Quería entender por qué a veces con tanta riqueza somos tan pobres espiritual y económicamente. Por qué hay tantos individuos en el mundo de la política que no valen una puteada. Mucha de esa gente ha dirigido el país con una vieja fórmula que conozco desde que tengo 14 años: hago negocios con la garantía del Banco Central, si gano guita el banco no recibe un mango y si pierdo me respalda, entonces devaluamos. Bajamos los intereses, que los pague el pueblo. Viví eso toda mi vida. ¿Por qué quiero saber de política? Porque no me gusta que me engañen. Apoyo este proyecto porque es la primera vez en mi vida que puedo ver algo parecido a un orden económico y social con posibilidades reales de avance y mucha pelea. Pero jamás podría ser político.
–Sin embargo, en un reportaje dijo que si fuese más joven hoy sería político y no actor.
–Quizá sería útil para el país, pero para un partido sería un muy mal político. El político tiene que tener muñeca, flexibilidad, capacidad de cambio, diferentes caras. Si fuera político, al otro día me rajan. No por un dechado de suprahonestidad, sino porque no sería útil. El único oficio que me ha interesado siempre es el mío. Me sigue pareciendo maravilloso, sensacional, todavía inexplotado y lleno de misterios y motivaciones. No tengo entereza y paciencia para lidiar con cretinos. Hay días en que tengo ganas de ser Cassius Clay por media hora. Cuando te metés a hablar de política hay reglas elementales: andá con un poco de información creíble y veraz y con un poco de buena fe. No se puede decir tonterías todo el tiempo. Escucho cosas de gente grande que lleva treinta años de política y me da vergüenza ajena. Y soy un masoquista. A la mañana leo cuatro, cinco periódicos. No es un ejercicio alegre.
–¿Habló con Darín luego de lo que pasó?
–No, ya volveremos a hablar. Sigo creyendo que se equivocó feo. Eso ocurre con bastante frecuencia en mi gremio. Hay mucha gente que no se hace cargo de lo que dice. Todos los días aparecen: “Hubo un malentendido, me sacaron de contexto”. A mí no me lo hacen. Si un tipo te miente en política, seguramente te va a mentir en la vida cotidiana, así hagas teatro con él o siembres trigo. Además, ocurre una cosa bastante complicada: un tipo habla, argumenta, camina y se comporta como un tipo de derecha, y vos le decís “sos de derecha” y se ofende.
–Hace un rato habló de los insultos. Ahora, a la distancia, ¿cómo evalúa el hecho de haberle dicho “pelotudo” a Darín?
–¿Qué le iba a decir? ¿Recórcholis? ¿Zopenco? Hay que tener un poco de decepción adulta. No le dije traidor, hijo de puta, delator, nada de eso. Y jamás me metí con la vida privada de nadie. Ni cuando dije lo que le dije a Mirtha (Legrand). Me metí solamente con gente que hizo operaciones políticas. Lo de Mirtha era una vergüenza espantosa, de una ignorancia supina, de un oportunismo bestial y totalmente perverso. ¿Por qué lo de ella es santificado y lo mío es tremendo?
–Sobre su vida privada sí se dicen muchas cosas.
–Si un tipo quiere hablar de política, hablemos, me la banco y te la bancás. Hablar de la vida privada inevitablemente conlleva un grado de miserabilidad. No me molesta ni me duele lo que digan de mí. Ni contesto, se me iría la vida. Cada vez que emito una opinión política aparece algo que tiene que ver con mi vida privada. Curiosamente, viene de los chimenteros de los canales donde está la derecha. El día que tuve el exabrupto con Mirtha en su mesa estuvieron Ventura, Lanata y dos periodistas que decían que yo montaba a una mujer desnuda a caballo y la torturaba en una quinta.
–¿Sugiere que hay operaciones en su contra?
–No, no sugiero. Son operaciones, clarito. Operaciones de la gente que tiene más dificultades para aceptar la discusión.
–¿Y en la calle? ¿Qué le dicen?
–En general me tratan muy bien, salvo un par de veces en las que me han provocado duro. Me gustaría tener 25 años para romperles la cara a trompadas. Es que me pregunto el porqué de esa gratuidad de increparte de esa manera.
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