TEATRO › EL FENOMENO DE LA TRANSPOSICION ESCENICA DE PELICULAS Y NOVELAS
Javier Daulte, Eliseo Subiela, Maruja Bustamante y Roberto Ibáñez, directores y autores que emprendieron el arduo camino de la adaptación, explican las diferencias de lenguajes y los desafíos que significa llevar al teatro materiales ajenos.
› Por Paula Sabatés
Si existe un fenómeno que ha despertado controversias a lo largo de la historia del arte es el de la transposición, proceso mediante el cual una obra es “traducida” a un lenguaje artístico distinto al del original. Actualmente, en Buenos Aires, al menos una decena de espectáculos se basa en un texto fuente que está en otro soporte. Algunos de los encargados de las adaptaciones se preocupan por ser lo más fieles posibles al original. Otros, en cambio, no tienen reparos a la hora de introducir huellas de estilo individual y de época. Sobre este fenómeno conversó Página/12 con Javier Daulte, Eliseo Subiela, Maruja Bustamante y Roberto Ibáñez, directores y autores, todos ellos, que emprendieron el difícil camino de la transposición.
Cecilia Roth y Darío Grandinetti entran a escena y el público estalla. Se olvida, al menos por un rato, de que encarnan a un par salido de una película francesa del año 2000. Están ahí, en ese momento, dirigidos por el gran Javier Daulte, y no importa qué hubo detrás. Claro que importa después, cuando uno sale del teatro: quien nunca vio Una relación pornográfica, la película con Nathalie Baye y Sergi López sobre la que está basada la obra homónima, querrá conseguirla para poder ver cómo esa historia fue contada en primer lugar. Curiosamente (o no), Daulte no tuvo esa inquietud: “Por esas cosas de la vida no había visto la película. Cuando me propusieron llevarla al teatro decidí no verla hasta luego de comenzar a ensayar. No quería condicionarme, quería tomar mis propias decisiones porque el cambio de registro era muy fuerte”, cuenta a Página/12.
Para él, el desafío más grande consistió en transformar en escénico el universo de la película, en “darle espacialidad”. En ese camino debió enfrentarse con un obstáculo complicado: la película tenía varias escenas de sexo entre los personajes y la producción del espectáculo decidió respetar el guión tal cual estaba en el filme. “En el teatro el tema del sexo es muy difícil, porque va más allá de la decisión de mostrar desnudos o no, sino que tiene que ver con la credibilidad del lenguaje. Si uno ve en cine a una pareja haciendo el amor cree que está haciendo el amor, en cambio si la ve en teatro sabe que no lo están haciendo. Y en último término, si creyera que lo está haciendo sería tan violento que en vez de involucrarlo, al espectador lo distraería”. La solución que encontró el director fue reemplazar el acto sexual por escenas de baile en las que la pareja se entrelaza de forma simbólica.
Daulte dice que la clave de la adaptación está en tratar de reconocer el funcionamiento de los distintos elementos en un soporte y en otro. “Algunas cosas funcionan en cierto lenguaje y otras no”, asegura el director, para quien hay materiales más susceptibles a una adaptación y otros que se resisten un poco más. “Muchas veces me propusieron llevar obras mías al cine y dije que no porque lo que más les llamaba la atención de esa obra en cine no iba a funcionar.”
Otro caso interesante es el de El túnel. En 1996, Roberto Ibáñez escribió la adaptación teatral de la novela de Ernesto Sabato, que además protagoniza, y viajó con ella por varios países de todo el mundo. El año pasado, al cumplirse un año de la muerte del escritor, el espectáculo aterrizó nuevamente en Buenos Aires, donde hoy puede verse dirigido por Andrés Ba-zzalo. “Había sido seducido por el texto en mi adolescencia. Al tomarlo me di cuenta de que era muy teatral y de que no era complicado encontrar momentos interesantes para llevarlo a la escena”, cuenta el autor, que hizo una síntesis de ciertos momentos que le permitieran seguir el hilo conductor y que a la vez le sirvieran para “transmitir la idea filosófica de Sabato”.
Ibáñez sostiene que, aunque el texto fue escrito para ser leído, no le costó mucho la traducción al mundo escénico. “Lo más difícil en su momento fue conseguir que Sabato nos diera los derechos”, cuenta. Pero el escritor no sólo dio el visto bueno sino que también fue a ver el espectáculo y “quedó muy contento”. El actor señala que lo mismo sucede con el público: “La gente que leyó la novela la reconoce en escena y eso le gusta. Los que no la leyeron, por su parte, salen deseosos de hacerlo. Es una retroalimentación”.
Mención aparte merecen los casos de Maruja Bustamante y Eliseo Subiela. La teatrista y el cineasta se sumaron a la adaptación, pero lo hicieron sobre originales propios. Así, la dramaturga trabaja sobre el montaje de Trabajo para lobos, película basada en su obra homónima y, a la inversa, Subiela se prepara para reponer la versión teatral de su emblemática Hombre mirando al sudeste, que estrenó en 2012. “La versión adaptada es una nueva obra, así tenga el mismo tema y diga lo mismo”, afirma el director.
La película de Trabajo para lobos representa el debut de Bustamante en la dirección de un largometraje. “Hubo otros intentos de llevar películas mías al cine, pero ésta es la primera vez que lo hago, principalmente porque podíamos filmar en el lugar en el que yo me imaginé la obra cuando la escribí, que es una casa familiar en el sur, y sobre todo porque es una de mis obras más realistas, por lo cual era fácil de hacer”, cuenta la actriz y directora, que en el transcurso de este mes repondrá en Capital Federal la obra que sirvió de base a la película.
El film cuenta la historia de tres hermanos y una madre que se reúnen en la casa de crianza para llevar adelante el último deseo del padre: un pedido de eutanasia. El elenco es el mismo que protagoniza la versión teatral, integrado por Diego Benedetto, Emiliano Figueredo, Sebastián Mogordoy y Constanza Nacarato. “Hice algunas modificaciones. En la obra la familia está encerrada en una habitación y para la película quería aprovechar las locaciones que teníamos. El cambio de soporte te da esas posibilidades y hay que rescatarlas.”
Bustamante cuenta que lo que más le costó fue lograr que los actores (ninguno había hecho cine) se adaptaran a la nueva forma de trabajo. “Les daba lástima cortar y adaptar los textos, librarse de los fetiches del teatro, de las escenas largas. Y a mí un poco también. Es muy diferente, en el escenario hay que decir todo lo que no se ve, pero en el cine está ahí, así que un montón de cosas no son necesarias”, explica la autora, aunque asegura que de todos modos la película tendrá “mucha teatralidad”.
Por su parte, Subiela aclara que en su caso “más que hacer una adaptación teatral de un guión cinematográfico, la idea fue recrear el mismo texto en lenguaje teatral, lo cual supuso también escribir escenas nuevas que no estaban en el guión fílmico”. Así, la historia del doctor Julio Denis y del joven Rantés, en Hombre mirando al sudeste, sufre algunas modificaciones. “El mayor desafío fue enfrentar lo que cualquier espectador que hubiera visto la película estaría esperando, o sea la escena del concierto. Es el clímax emocional de la historia, que en la película está contado con cientos de extras, decenas de planos y ritmo cinematográfico. En la versión teatral quería lograr la misma sensación sólo con tres actores y tres sillas en un escenario vacío, así que el ritmo cinematográfico fue reemplazado por el ritmo de los actores, sometidos a una marcación casi coreográfica”, revela el director.
Otro de los desafíos que tuvo que enfrentar el autor fue el referido a la elección de los actores. “El tema de los actores era complejo, sobre todo con el personaje de Rantés, que significó que tuviera que desprenderme de la imagen omnipresente de Hugo Soto.” En la versión, el recordado actor es reemplazado por el joven Alejo Ortiz, quien según Subiela “hace un Rantés adaptado a su personalidad, pero muy cercano al original de la película”. Por su parte, el personaje que inmortalizó Lorenzo Quinteros ahora es encarnado por otro grande: Lito Cruz. “El hizo un personaje más alejado del original, más sanguíneo, más involucrado emocionalmente con su paciente. Distinto, pero igualmente eficaz”, cuenta el director, que sintetiza: “El teatro y el cine son dos mundos completamente distintos. Entre otras cosas, y quizás fundamentalmente, porque en el cine el espacio lo crea la cámara y en el teatro lo hacen los actores”.
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