TEATRO › CAMILA FABBRI Y MI PRIMER HIROSHIMA, UNA OBRA POLíTICAMENTE INCORRECTA
El espectáculo de la joven directora combina un monólogo con videos y establece una metáfora entre la primera bomba atómica arrojada a seres humanos y la primera relación amorosa. “El amor es tan bueno porque puedo compararlo con algo desgarrador”, subraya.
› Por María Daniela Yaccar
A pesar de que tiene un look claramente ligado al mundillo del arte independiente, Camila Fabbri no parece ser una directora de teatro. Tiene 23 años y aparenta menos, por eso hasta ella misma se ríe de lo rimbombante y seria que le suena la palabra “directora”. Por cierto, contrasta con su rostro de nena y con su voz débil, insegura. “Muchos se sorprenden de mi edad. Pero cada vez hay más jóvenes dirigiendo”, sostiene. Cuando tenía nada más que 21 estrenó Brick, su ópera prima. El año pasado mostró su segundo trabajo, Mi primer Hiroshima, que volvió recientemente al Elefante Club de Teatro (viernes a las 21, Guardia Vieja 4257). Es una obra de 40 minutos que combina un monólogo con videos y que establece una metáfora entre la primera bomba atómica arrojada a seres humanos y la primera relación amorosa. Metáfora arriesgada, sí. Políticamente incorrecta. Fabbri lo sabe.
Los dos hechos, el amoroso y el bélico, uno bien individual y el otro social por definición, se cruzan en esa metáfora por su condición de estallidos. Lorena, una joven aviadora, interpretada por María Canale, relata al público una historia de amor, la primera, que en esta obra parece ser la más importante. Aunque ella es contemporánea a los espectadores –en un momento se quita las lágrimas con un pañuelo descartable–, dice haber sobrevolado Japón en el momento en que cayó la bomba. Sus palabras se completan con imágenes del horror, extraídas de YouTube. Fabio, el chico del cual habla Lorena, está presente en escena, interpretado por Julián Infantino. Pero su presencia es casi fantasmagórica, pues no dice una palabra.
“Cuando llevé el texto a la clínica de (la escritora, dramaturga y actriz) Romina Paula, me remarcó: ‘Es transgresor hablar de algo que fue terrible y compararlo con algo tuyo’”, recuerda Fabbri en la charla con Página/12. Mi primer Hiroshima es autobiográfica, admite. “Pero no busqué que la relación fuera tan estricta. Tomo una posición sobre el amor. Hablo de lo dramático y lo terrible que tienen las cosas buenas. El amor es tan bueno porque puedo compararlo con algo desgarrador. El revés del goce, lo que viene después, va a estar vacío de eso y por eso será oscuro”, reflexiona la joven. “Hablo del drama como algo necesario. Lo feo está presente en cada cosa. Esto está relacionado con estar despierto: hablar del amor como signo total de algo beneficioso es signo de pereza”, concluye.
Se ve que a Fabbri le interesa la economía del afecto. Brick también hablaba del amor, pero de uno no convencional: los personajes eran tres obreros de la construcción que experimentaban sentimientos mutuos. “Empezaban a tener reacciones femeninas, celos, peleítas, cosas raras. Y tenían momentos muy románticos. El juego era con el estereotipo del obrero”, explica la directora, que se formó en el Centro Cultural Rojas y en la Escuela de Entrenamiento Actoral de Julio Chávez. Estudió un tiempo Dirección en el IUNA, pero se aburrió rápidamente, porque ya estaba trabajando en sus obras. “El estudio que cala más hondo es hacer, no asistir a un lugar en el que tenés que armar cosas que no te interesan. Es mi forma. Sé que tiene sus contras: te perdés de conocer gente que está en la misma que vos porque estás encerrada ensayando con tres personas”, compara.
–¿Por qué encaró para el lado de la dirección?
–Cuando escribo algo quiero dirigirlo yo. Es egoísta, pero no me puedo desapegar de mis textos. Siento que dramaturgia y dirección van juntas. Y eso que soy lo más inseguro del mundo. Pero conviven bien la inseguridad y el hacer.
–¿Intenta que la palabra ocupe un lugar central en sus obras?
–Lo que más me gusta es escribir, y lo que más escribo es narrativa. Tengo un blog. Los blogs están un poco devaluados. En general, cuando algún lector se encuentra con un texto un tanto largo en una computadora no lo lee. Escribí una novela hace un tiempo, que envié a un concurso de novelas que organizaba una editorial nueva. Quedó finalista, y a partir de ahí empecé a trabajarla para poder llegar a algo concreto en algún momento. Aunque dudo, siempre dudo. La corrección no tiene límite. Hay que ser muy aplicado para concretar escritos tan largos, y me cuesta. Siempre estoy empezando textos nuevos, más breves. La narrativa es lo que más disfruto y lo que más consumo. En mis obras produzco más intensidad en el relato que en la secuencia de la trama para la dramaturgia. El dramaturgo es un escritor. Que produzca una obra teatral es una consecuencia.
–Lorena es una chica contemporánea pero dice que sobrevoló Hiroshima al momento de la bomba. ¿Por qué estableció un cruce de épocas?
–Me interesan los cruces. No quería quedarme en el lugar de una obra de época. Sentía que perdía el encanto. Me interesaba jugar con la metáfora de la bomba nuclear respecto a un amor contemporáneo, pero no quería hablar de una historia romántica que perteneciera enteramente a un hoy. No me parecía interesante. La ficción quizás está puesta en mezclar épocas. Si no, no hay ficción, al menos en esta historia.
–¿Cuál es el sentido dramático de la presencia de Fabio en escena?
–No quería tener una actriz sola en escena. Le escapé a ese lugar del monólogo, quería abrir el panorama, permitir la visión de un otro, no quedarme con el cuerpo que relata. Como espectadora no me basta, a veces. Se me hace poco. Me parecía interesante un cuerpo masculino presente en todo ese relato, porque no quería idealizar al hombre del que habla Lorena. Quería que lo viéramos en carne y hueso. Que se sepa que existe.
–La obra plantea una mirada del amor que es cándida, luminosa, casi inocente, como si los personajes fueran niños. ¿Coincide?
–Es cierto. Esa mirada se condice con que la historia habla del primer amor. Solamente la inocencia lleva a dejarse desgarrar tanto por un vínculo amoroso. Aunque tal vez me equivoque y la tristeza de la ruptura pase siempre. Quizá esa ingenuidad pertenece a todas las edades. Pero en el aspecto infantil del relato está lo más interesante, quizá porque se vincula con el juego o con la entera credulidad. Quizá con un relato más adulto no hubiera podido tomarme tantas licencias. El adulto anda con más recaudos y la ficción pierde brillo. Lo romántico toma parte porque está ligado con algo infantil, sino se transforma en una cosa cursi. Y no quise eso.
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