Lunes, 22 de abril de 2013 | Hoy
TEATRO › LOLA ARIAS PRESENTA MELANCOLíA Y MANIFESTACIONES EN EL C. C. SAN MARTíN
La directora y dramaturga repasa en capítulos la enfermedad de su madre, caracterizada como “depresión”. Una puesta arriesgada y un tema candente confluyen en un espectáculo que la autora define como ficcional: “Esta es mi madre vista a través de mis ojos”.
Por María Daniela Yaccar
Lola Arias cuenta en Melancolía y manifestaciones la historia de su madre. “En realidad, sería muy pedante creer que sé quién es mi madre”, aclara a Página/12 la directora y dramaturga. “Esto es ficción. Soy una escritora que trabaja sobre una experiencia real, no me subo a un escenario a hacer una confesión. Esta es mi madre vista a través de mis ojos”, concluye. En esta obra, que se puede ver los viernes, sábados y domingos a las 21 en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551), Arias, que aparece en escena, repasa en capítulos la enfermedad de su madre, antes denominada melancolía y hoy, depresión. El espectáculo impacta no sólo porque pone la lupa en un tema crudo y tan candente en la sociedad contemporánea, sino también por los artilugios de la puesta.
Hace seis años que Arias viene trabajando en teatro documental. Hasta el momento se dedicaba a contar la vida de los otros, como hizo el año pasado en Mi vida después, protagonizada por hijos de desaparecidos. Sus obras son historias de mucamas, de prostitutas, de lesbianas. Con Melancolía y manifestaciones –estrenada el año pasado en Viena– hizo el ejercicio de aplicar su método de trabajo a su propia historia. Al principio tenía nada más que un texto narrativo. No sabía qué iba a hacer con él. Después entrevistó a su madre y el material se convirtió en obra de teatro. “Los hijos suponemos que sabemos todo acerca de nuestros padres, pero en realidad no sabemos nada. La obra fue una excusa para entrevistar a mi madre como entrevisto a otras personas para otros proyectos. Hacer ese ejercicio sobre alguien tan cercano es raro y especial”, cuenta la actriz y cantante.
La actriz principal de Melancolía y manifestaciones, Elvira Onetto, hace playback y lo que se escucha es la voz de la verdadera madre de Arias. En el centro del escenario hay una especie de caja en donde se van sucediendo distintos episodios de la enfermedad de la mujer, como si se tratara de capítulos de un diario: la relación con su perro-guardaespaldas, sus idas y venidas con psicólogos, su amor por las manifestaciones, su participación en un coro, las largas estadías en la cama. Esa caja de a momentos se cierra y se proyectan videos. Los diferentes actores, que no son personajes en sí sino que van cumpliendo diferentes roles a medida que la historia crece, interactúan con las proyecciones. A la derecha de la caja, Arias relata la historia como el testigo privilegiado de una enfermedad, ese que está “a los pies de la cama”. También canta una canción, con Ulises Conti en la guitarra. “Este es un trabajo muy colectivo”, recalca la directora.
–¿A qué se debe su interés por el teatro documental?
–Mis primeras obras no eran así, pero el teatro de ficción me aburrió. Ese sistema tan claustrofóbico me parece absurdo: escribir un texto durante meses en mi casa, hablar con actores durante otros meses sobre gestos... todas las horas que pasé dentro de cuartos sin ventanas conversando sobre gestos me parecen el sinsentido total. El teatro documental me permitió abrir la ventana, filmar a mi madre, entrevistar gente, discutir, estar afuera. Me puso afuera en el sentido de relacionarme con otros. Me dio una excusa para poder entrar en todas las casas. Y me abrió un campo de investigación formal, además.
–En este caso, se destaca el uso del playback. Impacta que la voz de su madre aparezca en escena.
–Fue un gran descubrimiento. Quería traer algo de ella a la obra, y pensé mucho en cómo hacerlo sin usar los mecanismos tradicionales. Me di cuenta de que la voz era algo que hacía que mi madre estuviera presente. Así, el público capta algo del humor, de la forma de pensar de ella, y de hablar, claro, que refleja mucho qué tipo de persona es.
–¿Por qué la historia de su madre le pareció teatral? ¿Qué la llevó a contar esto?
–No lo sé. No creo que el arte cure y exorcice. Al contrario, creo que te ahoga y te llena de fantasmas. Fue muy revelador darme cuenta de que la obra no iba a curarnos, ni a mí ni a mi madre. El arte lo acorrala a uno con una idea que lo obsesiona. Si no la sacás te come por dentro.
–Es una obra con la que muchos se sentirán identificados, porque pese a que es una historia privada, el problema de la depresión está muy presente en estos tiempos.
–Cada vez que salgo de la obra alguien me cuenta una historia de antidepresivos, de pánico, de ataques de ansiedad... Es signo de una época. Vivimos en un mundo que va demasiado rápido para nosotros. Todo lo que nos rodea nos produce ansiedad: la demanda de productividad, el trabajo, el dinero, la conectividad. Mi madre empezó a tomar antidepresivos cuando arrancó la industria de los psicofármacos, en los ’50, ’60. Ahora es furor. La idea de que hay drogas para todo es contemporánea. La obra trabaja sobre cómo se vive bajo el imperio de los psicofármacos. La idea de Melancolía... es recuperar el valor que esa palabra tuvo en la historia del arte. Aristóteles dice que la melancolía es el don de los genios. La obra rescata esa mirada sobre el dolor. Es algo con lo que tenemos que vivir y que no es tan malo, no deberíamos simplemente adormecerlo con una droga.
–¿Su madre se abrió enseguida al proyecto?
–Sí, porque es una persona muy entrenada en el arte. Es profesora de literatura. No es alguien para quien todo esto es ajeno. Está entrenada en mirar documentales, leerlos, en analizar la vanguardia, por eso entendió lo que quería hacer. Hubiera sido muy difícil hacer esto sin contar con el acuerdo de ella. Sola me iba a hundir. No podía ir contra ella en un trabajo tan delicado sobre su enfermedad. Pasaron muchas cosas durante el proceso, y no fue unilateral lo que pasó. Pasamos del entusiasmo al miedo. Yo la quería estrenar y al mismo tiempo me quería meter debajo de la tierra. No fue fácil. Fue un experimento extraño, pero me correspondía hacerlo después de seis años de trabajar sobre vidas de otros. Ahora que vio la obra mi madre me dice que todo es ficción. Está bien porque ésta es mi versión, son mis relatos y mis recuerdos. Es mi ficción sobre ella.
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