Viernes, 17 de mayo de 2013 | Hoy
TEATRO › POMPEYO AUDIVERT Y DOS OBRAS SOBRE LA MASACRE DE EZEIZA
El actor, autor y director estrena Edipo en Ezeiza en El Camarín de las Musas y brinda una única función de Museo Ezeiza 1973 en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. “Las fuerzas del campo popular aprenden de las luchas anteriores”, afirma.
Por Hilda Cabrera
Ezeiza, 20 de junio de 1973, no es sólo materia de textos históricos y políticos y narraciones testimoniales. El actor y director Pompeyo Audivert encuentra en la masacre de Ezeiza una realidad histórica y social que puede ser expresada a través de “una teatralidad que funcione poéticamente como un piedrazo en el espejo”, y con ese propósito es que ha creado Museo Ezeiza 1973, instalación que viene presentando con intervalos desde hace cuatro años en diferentes espacios. Este trabajo de creación colectiva que dirige se verá el lunes 20 en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti con actrices y actores de la Cooperativa Ezeiza y otros invitados. A esta puesta se suma una nueva obra, esta vez escrita y dirigida por Audivert. El título es Edipo en Ezeiza y va los sábados en El Camarín de las Musas. El regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina después de dieciocho años de exilio y la puja de dos sectores enfrentados por ocupar un espacio y mostrar su apoyo al líder convierten a estas teatralizaciones en expresión de un suceso que será rito y trampa. “No quiero un teatro que sea solamente espejo, que muestre la realidad tal cual es y me conforme con un señalamiento crítico”, apunta Audivert. De ahí su interés en que su dramaturgia funcione “como un calidoscopio donde todos los fragmentos de ese espejo que se rompe reflejen el hecho y la necesidad de indagar en aquello que el sistema político y social imperante ha lapidado”.
–¿Entiende que existía un proyecto colectivo que se quebró ese 20 de junio?
–Ezeiza es una tragedia nacional en la que confluyen mitos y contradicciones que, en términos teatrales, tienen parentesco con la tragedia griega. Allí hay unidad de tiempo y espacio, y un drama colectivo y político fundamental en la espera del padre que llega del exilio.
–¿Quiénes son esos hijos? Por un lado se encontraban integrantes de algunas organizaciones de izquierda y, por otro, militantes del movimiento peronista y sindicalistas agrupados en la CGT de la época.
–Uno estaría representando a las fuerzas progresistas, a los que traen a Perón, que entonces se expresaban en el camporismo, y otro, a los que copan la parada y establecen la derechización del peronismo. Pero el que regresa no baja en el campo popular sino en una base militar, y al bajar es “el otro Perón”.
–Si se toma en cuenta el discurso de Perón del 1º de mayo de 1974, el que baja es el verdadero y no el imaginado.
–Las opiniones dependen del análisis político que haga cada uno. Para nosotros aquella fecha es el inicio de una caída. Caen las expectativas de la izquierda y se instala un poder que dejó expuestos a los luchadores, algunos atrapados en las contradicciones del peronismo.
–¿Por qué en Edipo en Ezeiza cruza aquel hecho con una situación familiar?
–A diferencia de la instalación Museo..., aquí no se trata de relevar un paisaje histórico a través de “un procedimiento estallado”, sino del impacto que produce en una familia instalada en un espacio beckettiano, donde el tema político de Ezeiza funciona como rémora o lastre de una plenitud perdida. Estos personajes con identidad dentro de un paisaje político e histórico perdido se hallan ahora en un vacío existencial.
–¿Por eso se dice que la sospecha tiñe todo: “La identidad, la geografía y la representación”?
–Esos personajes no saben si el otro es quien dice ser ni dónde están, o si quienes están representando son o no actores. La otredad es una idea bien teatral, donde un cuerpo encarna en otro. La idea de “no ser sólo uno” atraviesa también nuestra vida. Y no me estoy refiriendo a una esquizofrenia. En nuestras obras está muy presente el estallido del tiempo, el espacio y la identidad. En este sentido, Samuel Beckett es un autor ejemplar. Plantea la imposibilidad de decir quién soy, de dónde vengo, dónde estoy y qué estoy haciendo.
–El dramaturgo Eugène Ionesco se refería también al estallido, en especial, del lenguaje...
–Es que en las crisis históricas necesitamos volver a las fuentes, y las fuentes son poéticas. El arte liga lo histórico y lo antihistórico, y el teatro liga esos dos conceptos de una manera más social.
–¿Considera a Museo... un trabajo testimonial?
–Para nosotros es una indagación sobre un fenómeno colectivo estallado, donde el público circula por una suerte de museo-morgue, donde sobre una serie de bases se apoyan los cuerpos de los actores, y sobre ellos, elementos que pudieron haber quedado en Ezeiza después del desbande. Los actores dicen ser esos objetos, por ejemplo una guitarra rota, y dan un nombre y cuentan quién era el dueño de ese objeto.
–¿Cómo fue la elección de los intérpretes de Edipo...?
–Escribí la obra pensando en ellos. La idea era mostrar a un padre y a un hijo interrogando a la madre que había vuelto del mercado. Ella está sentada, cubierta con la bandera argentina, y ellos dudan de que esa mujer sea la madre. Escribí con ellos en mi cabeza. Por eso digo que la imaginación tiene actores. Hice la primera improvisación en San Luis, adonde viajé para dar clases. Entre los alumnos se encontraba una señora mayor, un hombre de mediana edad y un muchachito de 15 años. Todos estudiantes de teatro. La mujer se sentó en una silla, los varones la ataron y comenzaron el interrogatorio. Eran preguntas básicas: quién sos, de dónde venís... La mujer respondía “soy mamá, vengo de hacer las compras...”. Pero ellos sospechaban. En ese juego de preguntas que se reiteran, el interrogado puede sentir que su identidad se quiebra, que hay otro adentro suyo y debe descubrirlo. Esto mismo sucede con el afuera. Nos preguntamos qué es una ciudad. ¿La fachada de una realidad ominosa que nos tiene atrapados? A partir de ese juego, de exacerbar una situación e intensificar una pregunta, surgen hipótesis, asociaciones y se subvierten la identidad y la realidad familiar, histórica y política. En ese interrogatorio, esta familia trata de dar con lo que es en ese paisaje social que se extingue, como a partir de Ezeiza se fue extinguiendo una voluntad política que, en este momento, creo, se está reactivando a través de las fuerzas sociales en lucha.
–¿Sirvió la experiencia?
–Las fuerzas del campo popular aprenden de las luchas anteriores. Faltan organizaciones más totalizadoras, pero tal vez sea bueno que no las haya todavía, porque eso permite que progresen, se conecten entre sí de forma parcial y sigan avanzando. Pienso que hoy se entiende más el hecho de que vivimos dentro de un sistema perverso que nos mantiene alienados. Todos dicen ser democráticos y en muchos la palabra democracia es un disfraz. El voto está mediatizado por instancias burocráticas que convierten a nuestra voluntad política en una ficción y, por lo tanto, a nuestro voto. La ambición de muchos es controlar la subjetividad colectiva, y por eso todo el mundo dice más o menos lo mismo.
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