Martes, 25 de junio de 2013 | Hoy
TEATRO › TEATRO > SE ESTRENó LA PIEZA TEATRAL TIERRA DEL FUEGO, DE MARIO DIAMENT
El dramaturgo y periodista se basó en un hecho real –el encuentro y el diálogo entre una pacifista israelí y un palestino preso por terrorismo– para construir una ficción que toca un tema sensible. “La única forma de quebrar un círculo vicioso es escuchando al otro”, dice.
Por María Daniela Yaccar
Londres, 1978. La tripulación israelí de la compañía El Al se traslada en micro del aeropuerto Heathrow al Hotel Europa. Cerca de la entrada del hotel, la azafata Yulie Cohen Gerstel detecta a dos hombres de aspecto árabe con bolsos. Sospecha. Alerta a sus colegas. Al instante, los hombres abren fuego con ametralladoras. Muere una azafata, amiga de Yulie. Hay decenas de heridos. Muere uno de los palestinos y el otro, Fahad Mihyi, es capturado por la policía. Pasan veintidós años. Cohen, que milita en organizaciones por la paz, visita en la cárcel a Mihyi, quien cumple cadena perpetua en Londres. En estos episodios reales se inspiró Mario Diament, dramaturgo y periodista, para escribir Tierra del fuego, una historia sobre aquel encuentro, el diálogo, el perdón y la comprensión mutua; de y por la paz.
Cuenta Mario Diament –quien reside en Miami desde hace dos décadas y se ha convertido en uno de los dramaturgos más reconocidos de habla hispana– que una noche en la que no podía dormir encontró en la televisión un documental sobre Cohen y Mihyi. En la obra estos personajes se llaman Yael (Alejandra Darín) y Hazzán (Pepe Monje). Diament quedó impactado. Enseguida le descubrió potencial dramático: era una historia de vida perfecta para ser llevada al teatro. También para expresar algunas cosas que él, por su condición de judío, quería decir. No anotó el nombre del documental pero, pasado un tiempo, logró encontrarlo. Mi terrorista se llama y es de 2002. Lo dirigió justamente Yulie Cohen Gerstel, a quien Diament luego envió el texto de Tierra del fuego. Ella lo aprobó.
“La historia tenía todos los elementos que me interesaban sobre una realidad tan conflictiva como la de Medio Oriente”, dice Diament, de paso por Buenos Aires. Tierra del fuego, con dirección de Daniel Marcove, se presenta los sábados y domingos a las 20 en El Tinglado (Mario Bravo 948). Completan el elenco Miguel Jordán, Ricardo Merkin, Elena Petraglia y Juan Carlos Ricci. “Me moviliza mucho el conflicto palestino-israelí. Esta historia sirve como reflejo de conflictos no resueltos. Yael enfrenta al enemigo, se propone quebrar el círculo vicioso”, explica el autor, utilizando los términos que usa Yulie en el documental. “Fue una sorpresa que a ella le haya gustado la obra, porque me metí en cosas que no contaba en el documental”, concluye Diament, contento porque muchos espectadores le han dicho que ésta era una obra “necesaria”. Y es verdad. La obra destila la tensión de lo urgente.
Tras ver a Hazzán (o a Fahad) y escucharlo atentamente, Yael (o Yuli) –que por supuesto ha vivido traumada por ese episodio de finales de los setenta– escribe una carta para pedir por su liberación. Las personas que la rodean, como su padre, su marido y la mamá de la azafata fallecida, no la comprenden. No entienden qué la mueve, qué la lleva a perdonar a ese terrorista, a ese asesino. Los personajes reflejan diferentes perspectivas. También aparece el abogado de Hazzán. “Hay quienes me han dicho que la obra era pro-sionista. También me han dicho que era pro-palestina. Pensar una cosa o la otra es un error”, sentencia el periodista, que como corresponsal de La Opinión cubrió la Guerra de Yom Kipur. Palpó las cosas todavía más de cerca como soldado del ejército israelí en la Guerra de los Seis Días. En la actualidad es docente en la Universidad de Miami, y desde Estados Unidos envía columnas para El Cronista Comercial.
–La condición que me puse al escribir era ser honesto, no tratar de complacer a nadie, no cuidarme respecto de qué podía pensar éste o el otro. En la dictadura, como periodista, escribí muchas cosas que me ponían la piel de gallina. No lo veo como una cuestión de coraje. Sentí que tenía que escribir esta obra. Provoca la necesidad de reflexionar sobre cualquier conflicto. La única forma de quebrar un círculo vicioso es escuchando al otro. Sirve, también, para la Argentina de hoy. Los argentinos estamos en bandos separados, en el medio pasa un océano. No hay democracia sin diálogo. Y los que creen que son los dueños de la verdad nos llevan a épocas tenebrosas de nuestra historia.
–Mucho. Nací en abril de 1942, cuando la Alemania nazi implementó la solución final. Es un tema que dominó mi vida y mi obra. Por miedo, la gente le cerraba la puerta a un hijo y no le daba refugio. En la dictadura argentina encontré asociaciones, vi el efecto que el miedo puede tener en una sociedad. En Medio Oriente hay miedo de escuchar al otro. El miedo a mirar tiene un efecto erosionador en la posibilidad de reflexionar. En la sociedad israelí hay muchos que no piensan que ahí, al lado, hay territorios ocupados. Es una autodefensa necesaria, pero también es el miedo a incorporarlo como parte de la propia realidad y resolverlo. Esta obra no cuestiona el derecho de Israel a su existencia, sino la ocupación. Al mismo tiempo, defiende el derecho del pueblo palestino a su existencia.
–El ejemplo que encuentro en torno de su propósito es lo que está haciendo (Daniel) Barenboim con la orquesta árabe-israelí. No va a resolver el conflicto, pero es un ejemplo de convivencia. Uno tiene que aprender a convivir con el enemigo. La lección es ésa. Como dice Yael: “Fuimos capaces de hacer la paz con los alemanes y no podemos hacerla con los palestinos”. Soy un judío no religioso. Para mí, la condición judía lleva implícita la necesidad de entender al otro y de no repetir los esquemas que le hicieron padecer al judaísmo todo lo que padeció. Ser judío significa no discriminar, no aplicar el racismo y proteger al desvalido. Me duele sentir que hoy hay gente que está padeciendo lo que en algún momento padecimos los judíos. Viví en Israel, entiendo a judíos y a palestinos. Han sido 46 años de una ocupación que no tiene ninguna justificación, que es resultado de malas políticas y de una gran mediocridad en el liderazgo de ambas partes.
–Estuve hace seis años. Tengo con Israel una relación de gran familiaridad, porque fui soldado del Ejército, y en el ’79 volví como periodista. Encontré una gran proliferación de la religión. No me asombra, porque las respuestas que no se encuentran en la vida mucha gente las encuentra en la religión. Podés defender la ocupación argumentando que los territorios fueron dados por Dios. Al mismo tiempo, hay mucha gente que hace grandes esfuerzos de convivencia, muchas organizaciones en las que participan palestinos e israelíes. Hay padres que perdieron hijos, de ambos lados, que se unen para terminar con la violencia. Y hay muchas mujeres que tratan de encontrar un diálogo. Pero hay un esfuerzo enorme de propaganda por impedir que se hable. El gobierno israelí se siente cómodo con el statu quo. Por eso, gente como Yael busca algún tipo de respuesta personal.
Daniel Marcove trabajó como actor en obras escritas por Diament. Esta vez le tocó la dirección. “Me impactó el coraje del material. Sentí que era un momento para hacerlo. La realidad lo pone cada vez más en vigencia. Fomenta la reflexión desde un lugar emotivo”, desliza. “Además, abre una enorme asociación con nuestra realidad argentina. Hay un hecho esencial que tiene que ver con el poder aceptarse y comprender al otro”, dice, en consonancia con las palabras de Diament. Marcove no conoce Israel. “Mario me eligió por mi condición de judío y por mi acuerdo con el material”, subraya. Con los actores y el resto del equipo compartieron charlas sobre cómo encarar el trabajo, al tratarse de un tema tan sensible. “Es mucho más que un papel lo que les estábamos ofreciendo a los actores”, dice el director.
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