Martes, 2 de julio de 2013 | Hoy
TEATRO › SERGIO ARROYO HABLA DE NUNCA LEJOS DE ELLA
Basado en un relato de Alice Munro, “la Chéjov canadiense”, que ya tuvo una adaptación cinematográfica protagonizada por Julie Christie, Arroyo cuenta la historia de un matrimonio mayor enfrentado al fantasma cruel del Alzheimer.
Por María Daniela Yaccar
Pareciera que, en su momento, el amor de Fiona y Grant –casados desde hace 44 años– todo lo pudo, hasta que la relación llega a su punto álgido: en la mujer se repiten, cada vez con más frecuencia y énfasis, los olvidos, las confusiones, los errores. El Alzheimer se apodera de ella. Grant ve cómo su amada se deteriora, y tiene que adaptarse al hecho de que, de pronto, él es un desconocido para ella. Un eterno resplandor de una mente sin recuerdos, pero sin que medie la intencionalidad. ¿Qué es el amor cuando no hay memoria?, se pregunta Nunca lejos de ella, versión local de un relato de la célebre Alice Munro, The Bear Came over the Mountain, dirigida por Sergio Arroyo. Se presenta los viernes a las 21.30 en el Teatro Picollino, Fitz Roy 2056.
Sí, se trata del mismo cuento que Sarah Polley llevó al cine con el título Lejos de ella y con Julie Christie y Gordon Pinsent en los protagónicos. Arroyo dice que no vio el film, estrenado aquí hace un lustro, para evitar que lo condicionara en la dirección. La idea de poner en escena este relato de la escritora canadiense –considerada en la actualidad una de las más destacadas de la lengua inglesa– fue de Regina Lamm, la Fiona argentina, quien además se encargó de la traducción del cuento. La adaptación para el teatro es de Carlos Furnaro. Grant es Jorge García Marino. La dupla, bien acompañada por el resto del elenco (Jorge Sabaté, Tania Marioni y Nani Ardanaz), da vida a una historia que se centra más en la relación entre el amor y la vejez o el amor y la enfermedad que en el deterioro físico y mental de Fiona. Lo más deslumbrante de la historia son los intentos de Grant por acercarse a Fiona, quien, internada en un geriátrico, descubre otro amor.
“Más que lo patológico me interesó el vínculo entre Fiona y Grant”, afirma Arroyo, que no está ni cerca de la edad que tienen los personajes centrales. Pero el tema de la vejez lo preocupa y lo ocupa, incluso más allá del teatro: su próxima iniciativa será un programa de radio en el que entrevistará a artistas de larga trayectoria. En el momento de la nota estaba dialogando con dos emisoras. “Nunca lejos de ella muestra una crisis en una etapa de la vida, arriba de los setenta años. Soy muy joven todavía. Pero imagino lo que es estar en esos cuerpos y en esas mentes en ese momento en que la vida empieza a tener un límite más concreto. La muerte no tiene edad. Pero todos aspiramos a tener la mejor calidad de vida y a llegar a viejos lo más jóvenes que podamos”, desliza el director, actor, investigador y docente.
–En la obra aparecen detalles que no favorecen a Grant, como que alguna vez engañó a Fiona. ¿Qué cree que le dice al espectador esa información?
–Ellos se eligieron permanentemente. En su vida, Grant pasó por todas las vicisitudes con las que se pudo haber encontrado: relaciones con otras mujeres, las dificultades de su profesión (era profesor de Literatura) y las imposibilidades de alcanzar trascendencia y de tener hijos. Fiona siempre fue su cobijo, su contención, aunque haya tenido otras mujeres. Ya en la vejez, él empieza a perderla en un aspecto, que tiene que ver con la conciencia. La riqueza de Grant está en comprometerse con su duelo. Para hacer el duelo de aquello que está perdiendo, lo que más necesita es, paradójicamente, su memoria. Y se vuelve colaborador, gentil y solidario con Fiona.
–¿Cuál es, desde el punto de vista teatral, la riqueza de Alice Munro?
–Tiene una especie de lectura clínica del campo de lo humano. Es una mujer de ochenta y pico de años, que vive en un pueblito frente a un lago precioso y unos árboles muy bonitos y que se conecta específicamente con su posibilidad de escribir. En el último material que escribió, que es un poco autobiográfico, habla del haberse podido conectar nuevamente con la escritura creyendo que en los últimos momentos de su vida iba a descansar en paz en su casa. Dice que es imposible retirarse de eso que uno cree que tiene que hacer en la vida. La obra habla de eso también. A Munro se la llama “la Chéjov canadiense”.
–Sí, pero al menos esta versión teatral del relato no tiene mucho que ver con el dramaturgo ruso. La explosión de los personajes pasa más por fuera que por dentro.
–En Chéjov ves el cuerpo del actor encarnado en un personaje determinado y sabés que en él hay un mundo de crudeza, una naturaleza que rechazamos en lo cotidiano. Munro plantea un poco esto. Es cierto que esta obra no es tan chejoviana, quizá por la dirección. El final de la pieza sí tiene un código más cercano a Chéjov, porque la sensación es que no termina, que habrá más días en la vida de esta pareja. Si se detecta a tiempo un deterioro como el que sufre Fiona, el avance de la enfermedad es lento: una persona puede atravesar muchos años con esta patología.
–Abordar un tema médico en el teatro debe haber sido un desafío, así como también meterse con la vejez. ¿Cómo se hace para no caer en golpes bajos o evitar el aburrimiento del que mira?
–Monté esta obra tomando como referencia a muchas personas a quienes vi muy de cerca. Fui testigo de cómo el paso del tiempo afectó sus comportamientos, sus conductas, sus modos de hablar, sus acciones, temperamentos, enojos, alegrías, sonrisas y rabias. Trabajé mucho con esas imágenes.
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