Mar 06.08.2013
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TEATRO › JULIO ORDANO HABLA DE SU PUESTA DE LUCES DE BOHEMIA, DE RAMóN DEL VALLE INCLáN

Un poeta maltratado por la sociedad

“Lo fundamental es que uno no haya sido modificado ni sojuzgado por el poder”, afirma el director, que eligió una obra del autor que impulsó el esperpento. Para éste, el sentido trágico de la vida española sólo podía ser expresado a través de una estética deformadora.

› Por Hilda Cabrera

La travesía que en una fría noche emprenden el afiebrado poeta ciego Max Estrella y el viejo asmático Don Latino es tanto un “mal sueño” como la resistencia a dejar el cuerpo para siempre. El hombre ha empeñado su capa, y así, sin abrigo y con hambre, le queda poco rescate. En Luces de bohemia, ese recorrido nocturno es el centro de una ruptura con la vida y con una sociedad que cultiva la indiferencia. Nacida como folletín en 1920, es una de las piezas emblemáticas del esperpento impulsado por el poeta, novelista y dramaturgo gallego Ramón del Valle Inclán, cuyo verdadero nombre era Ramón del Valle y Peña (1866-1936). Para este autor, el sentido trágico de la vida española podía ser expresado a través de una estética deformadora, semejante a las imágenes que devuelven los espejos cóncavos. Imágenes nunca bellas, sino grotescas y absurdas, como la de los personajes de las obras que incluyó en Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. De las piezas de este creador que decía “me huele España”, cuando no pocos intelectuales de su tiempo clamaban “me duele España”, el actor, director y docente Julio Ordano viene presentando Luces de bohemia, de 1920, en versión propia, salvando los escollos que desanimaron a sus colegas.

Se trata de una pieza que debe avanzar a la manera de un remolino, donde los personajes, a diferencia del insumiso poeta Max, adhieren a los códigos de una sociedad hipócrita. ¿Cómo llevar adelante la obra de un creador que, además de ideas, poseía gran riqueza lingüística, adoptando a veces términos de los países latinoamericanos en los que vivió, como México y Cuba, o visitó, como la Argentina, en 1910? O bien, ingresar en el modernismo de El marqués de Bradomín, de 1906 (adaptación de su novela Sonata de otoño); atreverse con los mitos gallegos de Divinas palabras (1920); reconocer el humor de Los cuernos de Don Friolera (1921), redescubrir un crimen en tiempos del golpe de Estado de 1923, de Primo de Rivera, en La hija del capitán (obra publicada en la Argentina, en 1927), y asistir a la caída de un dictador sudamericano a través de su novela Tirano Banderas (1925). Valle Inclán no tuvo la vida a su favor: perdió un brazo, sufrió prisión y censura. Luces... fue estrenada tardíamente en España, debido a la censura, y, en lo formal, por las dificultades de trasladar a la escena un texto que debía desarrollarse a la manera de una tormenta.

–¿Por qué se dice que Luces... no muestra desde el inicio la distorsión del esperpento?

–Algunos personajes son más esperpénticos que otros y tienen alguna relación con el grotesco, el sainete y la parodia. Las adaptaciones que conozco, así como la película española de 1985 que protagonizó Francisco “Paco” Rabal, no estaban trabajadas cerca del esperpento. No sé si es leyenda, pero el personaje de Max Estrella está inspirado en la vida del poeta modernista Alejandro Sawa y en sus palabras. En una escena, Max dice: “Irme, irme, ya no sueño sino con eso. Irme a una tierra cualquiera, donde la villanía no sea el estado social de la gente, donde a lo menos las afirmaciones y negaciones tengan el sentido filosófico que todos los léxicos les prestan, donde el honor se asiente en las almas y no en los labios. Irme, huir de aquí por dignidad, por estética, por instinto de conservación. Es que yo me siento aún sano en esta sociedad de leprosos”. Max se siente vencido y elige apartarse. Vive la desilusión de no haber podido modificar un estado de cosas tan corrupto.

–¿Por eso se asocia el surgimiento del esperpento con la decadencia social?

–Una decadencia que veían intelectuales y escritores como Miguel de Unamuno, que llamaba al pan, pan, y al vino, vino; que no buscaba la aceptación de los poderosos; sentía la necesidad de expresarse con independencia del poder de turno y se enorgullecía de eso. El discurso de Unamuno en la Universidad de Salamanca no se olvida. Era rector cuando uno de los adláteres de Francisco Franco gritó “¡Viva la muerte!”. Unamuno respondió con ese lúcido discurso que cerró un general nacionalista gritando “¡Mueran los intelectuales!” .

–Era, como dijo entonces Unamuno, la fuerza bruta contra la razón y el derecho. Aquélla fue una situación dramática, pero en otro contexto y en cualquier país, ¿cuál es el compromiso de los intelectuales?

–Defender las propias convicciones. Eso es importante. Pero saber también que si no se logra lo que se ha buscado es porque el otro o los otros son más fuertes, más poderosos. Lo fundamental es que uno no haya sido modificado ni sojuzgado por el poder.

–Eso respecto a los poderes, ¿y ante los jóvenes? ¿La práctica de la docencia, como en su caso, pone a prueba las convicciones?

–En ellos, la actitud es diferente. Por tener mayor fortaleza, los jóvenes sienten que algo pueden cambiar, y actúan. En este momento doy clases en la Universidad del Salvador y organizo seminarios en las provincias y el extranjero, pero cerré el taller que mantuve durante 44 años. Había decidido no dirigir, pero me siguen llamando, sobre todo para actuar. En otra época tuve problemas con algunas obras, con Bent, que quise estrenar en 1981. Me dijeron que era imposible. La obra cuenta una historia de homosexuales en un campo nazi. Ese mismo año dirigí Coronación, de Roberto Perinelli, en Teatro Abierto, y se produjo el incendio del Teatro del Picadero. Fue una época brava. En 1984 integré el equipo de asesores de los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, en el Juicio a las Juntas Militares. Mi trabajo era asesorar en el “decir”. En un tribunal, las alternativas son leer o “decir”, que no significa actuar. Se trata de nociones sobre qué es importante transmitir, y con qué ritmo y expresividad para captar la atención del otro.

–¿Cómo reaccionaba entonces la gente de teatro y cuál es la diferencia respecto del presente?

–En la época de Teatro Abierto, teníamos en claro qué era un gobierno dictatorial, y no podíamos dejar de comprometernos. Ahora nos expresamos, pero cada uno en su grupo. Y en cuanto a los temas... Estuve viendo bastante teatro por ser jurado de los Premios Trinidad Guevara, y he visto que la mayoría de los elencos presentan obras con tendencia al humor, que me gusta, pero me interesan también otras, como Luces..., donde su protagonista es símbolo de los que defienden su independencia. Max Estrella, como el Sawa real, es un poeta maltratado por la sociedad de su tiempo, justamente por ese sentido de libertad. Esto, más el humor y el sarcasmo de Valle Inclán me atraen. Su descripción de época es clara y está bien escrita.

* Luces de bohemia, de Ramón del Valle Inclán. Elenco: Néstor Navarría, Héctor Fernández Rubio, Nilda Raggi, Josefina Vitón, Pablo Shinji, Hernán Vázquez y Marcelo Sánchez. Música original: Sergio Vainikoff. Vestuario y ambientación: Marta Albertinazzi. Asistente de dirección: Jimena Martín. Adaptación y dirección de Julio Ordano. Lugar: Teatro Actor’s Studio, Av. Díaz Vélez 3842 (Tel.: 4983-9883). Funciones: los domingos a las 19. Localidades: 70 pesos, estudiantes y jubilados, 40 pesos.

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