TEATRO › EUGENIA LEVIN, BECKY GARELLO Y SU OBRA LA MARCA EN EL ORILLO
Los directores tomaron la historia de Victoria Montenegro para darle forma a una puesta en la que resulta fundamental “contar desde el amor, que es desde donde las Abuelas buscan a sus chicos”. La pieza se presenta todos los jueves en Club Tadrón.
› Por Facundo Gari
Eugenia Levin conoció a Victoria Montenegro hace “muchos años”, a través de una amiga en común. De ese encuentro, la directora y dramaturga teatral tomó notas: Montenegro es hija de desaparecidos, nieta restituida a su familia biológica por las Abuelas de Plaza de Mayo; había sido apropiada por el coronel Hernán Antonio Tetzlaff, el asesino de su verdadero padre. Luego puso esos apuntes y el material periodístico recolectado sobre el caso a disposición de Cristina Merelli, que escribió La marca en el orillo, pieza teatral presentada el año pasado en el ciclo Teatroxlaidentidad (TXI). Tras pasar después por varias salas porteñas y del interior, se muestra ahora los jueves a las 21.30 en el Teatro Tadrón (Niceto Vega 4802). La dirección corre por cuenta de Levin y Becky Garello, ambos cineastas y socios hace más de 20 años en la productora El Secreto, que prepara el documental Parar el viento, sobre los desaparecidos de la promoción 1972 del Colegio Nacional de Buenos Aires. “Tenemos la convicción de seguir colaborando con las luchas de derechos humanos, con las Abuelas y con Victoria, para que se siga difundiendo su vida y su proceso de recuperación de identidad”, explica Levin en diálogo con Página/12.
La evidencia a la que hace referencia el título fue esencial en la búsqueda que condujo a la recuperación. Victoria nació el 31 de enero de 1976. Sus padres eran Hilda Ramona Torres y Roque Orlando Montenegro, militantes primero de la Juventud Peronista y luego del Ejército Revolucionario del Pueblo. Cuenta Garello que Roque se ocupó de escribirles cartas a sus familiares a propósito de la buena nueva: eran papás de una niñita con un lunar en la rodilla izquierda. Trece días después, un grupo de tareas entró a la casa de Boulogne en donde vivían. Tetzlaff era el jefe del operativo. Había sido jefe de grupos de tareas de El Vesubio, jefe de Inteligencia y encargado del arma de Comunicaciones en Campo de Mayo. Seis meses más tarde, con el gobierno de facto al mando del país, se apropió de la beba y le hizo un DNI con el nombre de María Sol. “La familia de Victoria es salteña. Antes de venir para Buenos Aires, sus padres eran de Metán, al igual que sus tíos. Años después de su desaparición, una tía venía a buscarla. Se plantaba a la salida de las escuelas y miraba las piernas de las chicas”, relata Levin.
Lo que la obra condensa en 40 minutos son los “más o menos diez años” entre que Victoria comenzó a sospechar sobre su identidad hasta que finalmente logró abrirle las puertas a la verdad. Manuela Díaz compone a una protagonista fuertemente adoctrinada que, elocuentes resistencias mediante, se abre paso a los mandatos inculcados por Tetzlaff, un monstruito inquieto que interpreta Jorge Noya. Ella lo consigue de la mano de Gustavo “Guti” Tarelli (actuado por Federico Saslavsky), ahora su marido y padre de sus tres hijos. “Es una historia de amor. Esto también hay que transmitirlo. Es esencial que una historia tan dura se transite desde el amor, que es desde donde las Abuelas buscan a sus chicos”, suma Levin. La educación castrense de Victoria, en momentos en que todavía creía ser quien no era, impresiona en la pieza. Ella habla de una guerra contra la subversión, de su apropiador como un héroe de la Patria y un ejemplo a seguir, de las Abuelas como viejas locas y molestas, mientras el espectador tiene conocimiento de que se trata de una persona a la que, con ese mismo discurso, le intentaron borrar las huellas digitales. Lo sabe seguro porque lo informa un folleto que se entrega en boletería con la entrada y, antes de arrancar la pieza, una voz en off. Penosamente, esa manipulación de la historia reciente, de la dictadura y de sus protagonistas está “latente en la derecha más conservadora”, indica Garello. “No hay que darle la posibilidad de que nos lleve puestos”, consigna.
Poco a poco, con Guti alertándole ciertas “anormalidades”, la protagonista va desanudándose la soga que le ata el cuello. Es en sentido literal: en la pieza, Díaz tiene un lastre al cogote y es apenas uno de los objetos “simbólicos” en juego, además del propio lenguaje, que es poético con visos dramáticos y sintéticos. Según Garello: “Lo testimonial trasciende lo teatral. Todo lo que vas a ver es verdad, aunque es tan tremendo que no lo parece. El de-safío fue mostrar lo que le pasó a Victoria sin que fuera un golpe bajo. Por eso el contexto es de esperanza y luminosidad, sin ser light”. Hay, entonces, una intención artística en convivencia con una “responsabilidad” asumida por los directores en cuanto a la difusión de la búsqueda de los casi 400 nietos que quedan por hallar. “Como comunidad estamos incompletos”, dice Levin, que también es miembro de la Comisión Fundadora de TXI. “Convivimos con seres que viven una vida de mentiras. Somos parte de una sociedad que tiene que terminar de completar rasgos: quiénes fuimos, quiénes quedamos, quiénes son nuestra herencia y futuro y quiénes fueron los asesinos.”
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