Domingo, 25 de agosto de 2013 | Hoy
TEATRO › FAVIO POSCA Y PAINKILLER, SU NUEVO UNIPERSONAL
En su octava obra, el actor es consecuente con su estilo. “Mi mirada se centra en la parte oscura de lo humano. Eso está, pero llevado a la fantasía. Siento que la gente quiere divertirse.”
Por Emanuel Respighi
La traducción literal de Painkiller sería algo así como “asesino del dolor”. En Estados Unidos, además, se denomina así a unos analgésicos muy fuertes y populares que se pueden comprar en cualquier drug-store. Y también así se llama el nuevo espectáculo que Favio Posca está presentando en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, en la trasnoche de jueves a sábado. Posca dice que el nombre le cerró por todos lados. “Es un nombre que me identifica, que me gusta cómo suena y que tiene que ver con lo que yo hago”, explica el artista a Página/12. “Quiero que con este espectáculo la gente venga y se divierta durante dos horas. Le alivio el dolor a la gente. Me dicen que les duele la mandíbula de lo que se rieron. Poder cambiarle a la gente el dolor físico o espiritual de la realidad que nos toca vivir, por risas, es bárbaro. Mis espectáculos funcionan como islas de ficción en las que la gente acude a divertirse”, agrega el actor y músico.
La cabeza de Posca funciona tan aceleradamente como lo que transmiten sus movimientos, arriba y abajo del escenario. Basta ver la manera en que se desplaza, la forma en la que remarca sus ideas con sus manos, o escuchar esa carcajada más propia de un efecto radial que humana que suelta a cada instante, para que el interlocutor/espectador/compañero se cargue de esa energía posquiana que parece no agotarse nunca. “Soy así, esta es mi forma de caminar la vida”, dice el creador de todo tipo de criaturas “falladas”, desde el inagotable El Perro hasta los nuevos personajes que presenta en su flamante espectáculo. Sin ser complaciente, en su octavo unipersonal Posca es consecuente con una manera de hacer humor, que no es otra cosa que pensar la conducta de la gente: construye una galería de personajes que pone el foco en la oscuridad del ser humano. Tratando de hacer de lo trágico y lo miserable el lugar propicio para la carcajada liberadora, el actor de Mamá esta presa, Alita de Posca y Bad time, good face, entre otros, vuelve a interpelar a los espectadores con personajes moralmente ambiguos.
–¿Siempre pensó sus obras como espacios para que la gente se evada de sus problemas, o eso lo fue descubriendo a medida que la gente reaccionaba frente a sus espectáculos?
–No fue pensado ni todos mis espectáculos funcionan igual. Hubo obras en donde hacía bajadas de línea mucho más descarnadas y deformes sobre lo social. Hubo espectáculos en que la gente se asustaba con lo que veía y se iba. Tuve obras más fantasmáticas, donde activaba el inconsciente de los espectadores.
–Espectáculos en los que interpela al espectador sobre el rol social que cada uno tiene.
–Eso va a estar siempre en mis obras. Mi mirada se suele centrar en la parte oscura de lo humano. Eso está presente en Painkiller, pero llevado a la fantasía. Siento que la gente quiere divertirse. Y está bueno que así sea. Lo que pasa es que tiene el envoltorio Posca. No voy a contar chistes ni construir gags. Si lo hago, es porque el personaje lo amerita. Por ejemplo, ahora hago un personaje nuevo, que es el hermano de Favio, que es cordobés y que cuenta chistes e imita. El tema es que Favio le prohibió que imite a otra gente que no sean sus personajes... La gente que me viene a ver a mí sabe que se va a divertir, más allá de que en mis espectáculos siempre hay una mirada sobre el comportamiento humano.
–En esa búsqueda, sin embargo, sus criaturas parecen intentar hacer foco en lo peor de la humanidad, sin detenerse en la coyuntura social. ¿No le interesa?
–La misión, en ese sentido, no es mostrar cierta bajeza para avergonzar, sino exponerla para liberar. Busco que nos riamos con lo que pasa, pero no de lo que pasa. En mis espectáculos, la liberación se da recién cuando el espectador se logra divertir. Mis obras son mataprejuicios, no tienen hipocresía. Me gusta decir las cosas sin ser rebuscado, con inocencia y naturalidad. Tiene que ver con la libertad con la que trabajo mis personajes y las situaciones.
–¿Y la exposición sin filtro es una manera de pensar la vida o sólo es un recurso artístico?
–Es una manera de pensar el arte. En la vida no soy igual que el que se sube al escenario. La gente muchas veces cree que yo soy tan zarpado, tan travesti o tan homosexual como lo son mis personajes arriba del escenario. En realidad, mi arte tiene que ver con eso, con poder desdoblarse para componer lo que tenés ganas de transmitir como artista. Soy un culo inquieto, generando cosas o haciendo deportes, pero logro desvincular al arte de la vida personal.
–Pero sus personajes tienen el denominador común de ir hasta el fondo, ninguno tiene medias tintas...
–Eso es natural en mí. No me lo propongo. No me lo cuestiono, tampoco. Me sale así. Muchas veces me dicen que me sigue mucha gente joven. Y la verdad es que no lo sé, o sí, pero no me lo propuse. El lenguaje que desarrollé dentro de lo teatral pegó mucho más dentro de la gente joven. De cualquier manera, ahora el espectro se amplió bastante. Claro que la gente joven es la que más me entiende. Aunque gente de 60 años también se para aplaudirme. Creo que ahora soy menos hermético.
–¿Y eso tiene que ver con la edad, con una maduración como artista, con la búsqueda de otros tonos?
–Me lo habrán dado las horas de vuelo. Es aprender a volar y manejar con mayor sutileza lo que pretendo decir y hacia dónde quiero llegar. A lo mejor, antes, yo quería expresar algo pero era tan fantasmático o terrible que la gente se asustaba. Ahora aprendí a decir lo mismo sin pensarlo, con mayor libertad e inocencia, incluso... En este espectáculo tengo personajes duros, pero a la vez muy queribles; o algunos que socialmente no son aceptados pero terminan siendo entrañables... Hay un pibe que hace una plegaria a Dios antes de ir a robar. Le habla al “Dios de todos” (de los putos, de los machos, de los negros, de los ricos, de los gordos, de los buenos, de los malos...) para que lo proteja porque tiene que salir a afanar, le pide que le dé “sus escudos antibalas” y le promete que va a cambiar. Es un pibe que empieza a contar las cosas buenas que hizo y a reconocer todas las malas.
–Es un Dios provocador...
–Es provocador, pero también es real. No estoy inventando nada. Simplemente es un momento privado de un ser humano, que en esta vida le tocó salir a robar. El tipo en un momento dice que le tocó salir a robar para darle de comer a la madre, y le pide a Dios que eso lo cuente como algo bueno y no como algo malo. “No es lo mismo afanar para uno mismo que para la madre”, dice en un momento. Y también le señala que a él lo dejaron durante cuatro días en una caja de cartón, y sin embargo sigue confiando en Dios. Es un ser de fe, que sale a afanar sólo cuando lo necesita.
–¿Es un personaje que, antes que victimario, es víctima?
–Pero no me detengo a enseñarte nada. No me pongo en el púlpito. Hago mis shows para que el público se divierta. Si, además, logro que algo te deje pensando, mejor. Hay un personaje que es un travesti, y que siendo muy feo, lo hago partícipe de lo social, lo hago querible y lo acerco... No es que lo pienso, más bien lo siento. No me propongo despabilar conciencias, no me subo a ese caballo. Sé que soy un artista que te saca la risa desde otro lugar. No lo hago desde un chiste o un remate, sino desde la narrativa. A veces hago emocionar, a veces provoco la carcajada y otras genero que alguien se pregunte de qué carajo me estoy riendo. Soy más instintivo que pensador. Por eso también es muy íntegro y verdadero. Hay algo que conservo y valoro como un tesoro y es la integridad del ser humano. Siento que soy un ser humano íntegro. Yo peleo por la integridad, por el compromiso con uno mismo y con los ideales que uno tiene. Esto me ha llevado a pegarme muchos palos, porque muchas veces, la gente, lo que no entiende o no puede alcanzar, lo ensucia.
–¿En qué sentido “lo ensucia”?
–Lo ensucia porque no lo entendió. Y eso me llevó a pagar una gran factura. El ser tan frontal, delirante u oscuro me llevó a pagar un montón de facturas, que tienen que ver con que la gente se levante y se vaya.
–¿El riesgo es no ser “popular”?
–Yo lleno salas a donde vaya. Me va superbien. Pero es cierto que no soy un artista popular. Siento que lo que hago es diferente de lo que hace todo el mundo. Ni mejor ni peor, pero sí diferente. No sólo por la mirada que tengo sobre el ser humano, sino también por la forma que tengo de abordar un show. Eso hace que el público sea más exquisito y más exigente. En el Parakultural o en el Rojas eran 80, y ahora son muchos más. Pero para mí valen lo mismo. Es tan importante actuar en una cancha de básquet como estar en el Paseo La Plaza, con una sala hermosa y un sonido increíble. A todo le pongo las mismas ganas.
–Si ve a estos espectáculos en perspectiva, ¿nota que existe un hilo conductor que los contiene?
–Painkiller es un nuevo disco de un mismo artista. El hilo conductor tiene que ver con la forma y con la música de los espectáculos, que tienen mi sello. La gente sabe que va a venir a ver a Posca. No voy a hacer un clásico. No me interesa y la gente no me lo tomaría. A no ser que haga un clásico en el San Martín, como los hice, pero con un elenco. A la hora de ver el sello Posca la gente viene a ver un show donde hay un tipo solo que deja todo. Venir a un espectáculo mío no es venir a ver un unipersonal, sino disponerse a vivir una experiencia; pasás por todos los estados. Siempre fui un obsesivo para estudiar danza, pantomima, canto. El talento con estudio es un misil. Creo en entrenar y en la necesidad de estar muy pilas a la hora de subir al escenario. A mí me gusta hacer un show en donde a veces siento que no puedo respirar porque me falta el aire.
–¿Le ha pasado eso?
–Tengo que seguir cantando y no sé desde dónde saco el aire. Y lo hago mientras espero que llegue la bocanada de oxígeno. Es más: a veces me pasa que estoy tan compenetrado en un baile que me olvido de respirar. ¡Me falta el aire! ¿Viste cuando estás muy cansado que te olvidás de respirar?
–No.
–¿No? A mí me pasa cuando me excito, como que entro en un trance, me paso de revoluciones y me agito mal. Y no es una forma de decir. Es real. Si no entrara en trance, no podría hacer tantos personajes con la energía con que los hago. Realmente siento que lo que hago no lo hace nadie. Siento que soy penetrado por los personajes que interpreto, que no son otra cosa que espíritus diferentes que toman mi cuerpo. Cada personaje tiene su propia psiquis. En todo caso, se unen en la soledad, en la deformidad de ciertos aspectos, en el no ser aceptados. Son fallados, pero no se quejan ni se victimizan.
–No juzga a los personajes.
–¡Ni en pedo! Yo los admiro a todos. Si no admirara a los personajes no podría hacerlos. Los hago con ese respeto que les tengo.
–Durante la entrevista señaló en varias oportunidades que “nadie hace” lo que usted hace. Suena pedante. ¿No le teme a eso?
–Soy un tipo resincero y no tiene que ver con subirme a ningún pony. Como dice el Perro: no soy el mejor, simplemente no hay otro como yo. No soy mejor que otro. Nadie hace lo que yo hago. Hay muchos unipersonales, pero no con mi estilo rockero.
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