Domingo, 8 de septiembre de 2013 | Hoy
TEATRO › CRISTOBAL JORODOWSKY, ARTISTA, PSICOCHAMAN Y PSICOMAGO
Miembro de una familia culturalmente ilustre y provocadora, estrena en la sala Sha Amor de mis amores, su primera pieza teatral. “A través del arte se pueden proponer situaciones, hacer experimentar a la gente un camino hacia la transformación interna”, sostiene.
Por Facundo Gari
A Cristóbal Jodorowsky basta preguntarle algo tan trivial como cuántos años tiene para comprobar la amplitud del traje de su filosofía y la coherencia con que lo viste. “Soy sin espacio y sin tiempo”, devuelve, sin pensarlo dos veces y a la vez lejos del casete. “Percibo en el espejo que mi cuerpo cambia pero siento que mi espíritu rejuvenece a cada paso. Soy cada vez más feliz, estoy más en paz, más realizado”, completa el artista, psicochamán y psicomago nacido y residente en México. Así, cualquier punta resulta una chance para charlar con Página/12 sobre algo más esencial. Incluso ocurre a propósito de la puesta en la Argentina de su enigmática primera obra teatral, tras haber dado el mes pasado una conferencia “pro conciencia” y un taller de sanación: Amor de mis amores –titulada así por la canción homónima del bolerista Agustín Lara– será estrenada hoy a las 20.30 en el Teatro Sha (Sarmiento 2255). Tendrá sólo cuatro funciones. “Es una tragicomedia sobre el proceso del héroe, de la maduración del ser humano, pasando por los conflictos, los nudos psicológicos y las pasiones. Hablamos de la alquimia, de la sanación, de la posibilidad de transformarse, con mucho humor. Esta pieza es una proposición de camino”, adelanta el director.
Hijo y discípulo de Alejandro Jodorowsky, Cristóbal transmite esa realización que dice vivir. Más aún: su presencia desnuda, deja al interlocutor tratando de taparse los garrones con pañuelitos de vergüenza. ¿Será porque tiene look de prestidigitador de Las Vegas? Sólo el trajín de la conversación demostrará que si saca la ficha no es para hacer alardes ni chantajes. “El gran miedo del ser humano es ser uno mismo”, atiza. ¿Y en qué hito de su vida podría rastrearse el germen de esa conciencia? ¿En sus estudios de terapias energéticas en París? ¿En sus visitas a curanderos, espiritistas y chamanes latinoamericanos? ¿En la “sanación genealógica” que ha practicado incansablemente junto a su padre? ¿En su formación actoral en la escuela de Mimodrama de Marcel Marceau, los talleres del Teatro Laboratorio de Grotowski y el Acteur Studio de John Strasberg? Acaso en el guiso de esos periplos, pero él se va bien atrás. “Vengo de una familia de artistas neuróticos, de padres sin educación emocional, de una vida terrible. Mis inquietudes surgen de la necesidad de transformar el sufrimiento”, asegura.
–¿En qué consiste esa sanación de la que habla y a la que apunta el “camino” de la obra?
–En un estado de conciencia amplio, la percepción de la totalidad de la existencia dentro de uno mismo, y el encauzamiento de ese potencial en felicidad, libertad y éxito. Exito no en el sentido de ser aplaudido y tener dinero, sino en el de realizar propósitos. Tiene que ver con ser uno mismo, no como individuo, sino como dimensión espiritual colectiva.
–¿La mayoría de las personas no es “uno mismo”?
–Somos imitadores de imitadores que han imitado a otros imitadores. La misión del animal humano es vivir hasta que termine el universo, entonces tiene que repetir su familia. Si dejas de imitar, la matas simbólicamente. Pero el cerebro no hace diferencia entre lo simbólico y lo literal, entonces cree que dejando una idea, una estructura emocional, una forma de hablar y de moverse, matas de veras. Le cuesta mucho transformarse así. Una parte de nosotros quiere hacerlo y otra parte no, que se llama el “yo conservación”.
–Lo que dice recuerda al “quien se rebela contra la autoridad paterna y la vence es un héroe”, de Freud...
–Sí, pero ya no creo en Freud. Creo que hay que transformarse en el padre. Ser el padre, la madre, la familia uno mismo. Ser tú en tanto energía. Esa energía está paralizada, la tienes que transformar, encauzar. La sanación es transformar todo lo tóxico, lo repetido, en otro yo. Uno debe ser el alquimista de su propia energía.
–Amor de mis amores tiene, entonces, una impronta de servicio.
–Sí. Yo he aprendido a palos. Cada momento de mi vida ha sido un trampolín para mutar. El dolor enseña mucho, pero para descubrirse hay personas que deben atravesarlo y otras que no. Lo que hago es un servicio y un placer. Doy conferencias gratuitas en los países que visito y va mucha gente. Y amo el teatro. Es mi vocación desde niño: empecé a los cuatro haciendo de Mowgli, de El libro de la selva, a los saltos. El teatro me sirve para decir cosas útiles para que las personas realicen sus procesos interiores. No de manera directa como en las conferencias. Amor de mis amores cuenta con dieciocho actores geniales...
–Resultado de las audiciones hechas en julio. ¿Cuánto se involucró en ellas?
–Hice los castings en tres días, sin mirar currículum, sino personas. Me mojé de ellas, de las casi 400 que vinieron. Una vez hecha la selección, hicimos un trabajo a partir de situaciones personales. Fue muy delicado, muy fino, muy relacionado con la sensibilidad profunda, con un propósito común de la vida, así que necesitaba un grupo para defenderlo.
–Recientemente, su hermano Brontis presentó en Buenos Aires la pieza El gorila. En esa ocasión, dijo que el teatro es “el último lugar en que se entrena la imaginación”. ¿Usted qué opina?
–Lo amo a Brontis, pero no estoy de acuerdo. Al contrario, la imaginación está apareciendo en el mundo de forma rutilante. Los seres humanos quieren crear porque es su naturaleza, pero hoy hay más medios, sobre todo por las tecnologías y la bendita Internet. El teatro ayuda a confirmar el hecho de que la imaginación está latente, literalizándola; lo cual es un milagro, como hacer magia. El teatro demuestra que es posible realizar lo irrealizable, y eso da esperanza. A través del arte se pueden proponer situaciones, hacer experimentar a la gente un camino hacia la transformación interna. Como un “clic” que inicia un proceso. Una obra de teatro puede cambiar el curso de una persona.
–¿Esa es una presión?
–Un desafío. No estoy pretendiendo cambiar el mundo, sino compartir algo con la gente. Doy un mensaje subliminalmente, con imágenes sugestivas. Empiezo con un acto de psicomagia, con un ritual verdadero de uno de los actores, pero la obra no es un panfleto, tiene teatralidad.
–¿Hay receptores para ese “mensaje subliminal”?
–Claro que sí. Hay cada vez más espiritualidad. Está creciendo en todo el mundo. Los jóvenes están muy inquietos. Saben que hay un conocimiento y por eso recurren tanto a las ayahuascas y todo eso. Buscan su iniciación. Hay tal grado de información que ya no se le puede ocultar preguntas a la gente. Puedes ver los rituales en YouTube. ¿Qué es el chamanismo? Está ahí, a tu alcance. No obstante, somos trogloditas todavía. Cosas terribles siguen pasando, pero soy optimista. Al final de mi obra digo algo al respecto. La gente está muy abierta, entrando en contacto, viajando, aprendiendo que mientras más contacto interior haces, entras más en contacto con el mundo. Coges mejor, tienes mejores relaciones de cualquier clase. Cuando medito hago así (cierra sus ojos un instante). No necesito ir a ningún lugar, a ninguna montaña, para unirme con toda la existencia. Viajar le hace bien al cuerpo, pero no hay que ir detrás de los que dicen “ven, este es un lugar de poder”. Todos son lugares de poder. Hasta el water. Yo hago mis mantras mientras cago.
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