Mié 31.08.2005
espectaculos

TEATRO › ENTREVISTA A CAROLINA FAL Y JOAQUIN FURRIEL

“El silencio es muy poderoso”

Los actores de La malasangre cuentan cómo abordaron el clásico de Griselda Gambaro, dirigidos por Laura Yusem.

Ella es la hija de una familia acomodada de 1840. El, un jorobado intelectual, elegido para darle clases a la muchacha, a la que terminará enamorando. Ambos, personajes protagónicos de La malasangre –obra de Griselda Gambaro que nuevamente es llevada a escena por Laura Yusem (quien ya la había dirigido para el estreno de 1982)–, se encarnan cada noche en la piel de Carolina Fal y Joaquín Furriel respectivamente, de jueves a sábado a las 21 y los domingos a las 20, en el Teatro Regina (Santa Fe 1235). Entre Dolores (Fal) y Rafael (Furriel) comenzará una historia de amor, “enmarcada en un clima muy hostil, donde el autoritarismo, la humillación, la hipocresía y el manejo del poder de una manera casi inescrupulosa es moneda corriente”, cuenta Furriel, satisfecho, al igual que su compañera, del trabajo que han hecho con la pieza de Gambaro, sobre todo porque contaron con la supervisión y el asesoramiento continuo de la autora que ambos confiesan admirar.
–¿Cómo fue el primer acercamiento que tuvieron a la obra?
Carolina Fal: –En mi caso, la conocí cuando tenía 16 años, en el estudio de Cristina Banegas, cuando dos compañeros pasaron a hacer una escena que me pareció fuertísima. Entonces quise leer la obra. En ese momento me impactó muchísimo y me pasó lo mismo cuando la volví a leer, ahora, para hacerla.
–¿Y cómo la trabajaron con Laura Yusem?
C. F.: –Teníamos sólo dos meses para ensayar, por eso no hubo mucho espacio para experimentar, y empezamos a trabajar con la letra sabida. Pero fue una muy buena experiencia, yo nunca había trabajado así. Laura (Yusem) tenía una idea muy concreta de lo que quería como resultado y nos lo transmitió claramente, y a mí me gusta esa clase de desafíos. Y también me gustó la forma en que nos dirigió, una forma muy íntima, personal y concreta. Para mí es muy valioso cuando un director no está perdido.
–¿Realizaron algún tipo de investigación histórica para trabajar los modos de la época?
C. F.: –No, nos basamos en la obra. Lo histórico está dado por la escenografía y el vestuario. Pero los temas de los que habla, como el amor y el autoritarismo, tienen que ver con la humanidad, no tienen época.
–Pero la historia que cuenta transcurre en 1840, durante el rosismo. ¿Consideran ustedes que, sin embargo, también está hablando de la realidad actual?
Joaquín Furriel: –Hoy en día existen personajes muy similares a los de esta obra. El poder opera de un modo similar, cuestionando y anulando cualquier opinión diferente. También se habla de la permanente búsqueda de enemigos: en aquella época eran los unitarios y hoy, del mismo modo, siempre hay uno que cree tener la razón, ser el “Bien”, y encuentra un “malo”, un enemigo, el terrorista... y cualquier persona puede ser ese terrorista. La obra tiene una gran actualidad y lo vemos luego de cada función en el público, al salir de la sala y encontrar un touché, alguien que quedó con algo. Para mí esta obra es un clásico, reúne cualidades universales y al mismo tiempo tiene una estructura muy sólida. Y por eso está muy claro lo que hay que trabajar como actor.
–¿Cómo es eso?
C. F.: –Está muy claro lo que representa cada uno de los personajes y al mismo tiempo son de una complejidad arrolladora. Esa aparente simpleza, o claridad del texto, tiene a su vez una cantidad de sutilezas que hacen de esta obra un material tan complejo que en todas las funciones descubro algún significado nuevo, que no había entendido antes plenamente.
J. F.: –Al estar tan claros los personajes se corre el riesgo de caer en el estereotipo; por eso debemos estar muy atentos, ahondar todas las noches en las sutilezas del personaje, no ir a los trazos gruesos sino buscar la humanidad de cada rol.
–¿Podrían describir cómo es el personaje del otro a través de los ojos de su propio personaje?
C. F.: –Rafael conoce la dignidad, en un mundo en que lo opuesto es moneda corriente, y eso es lo que la seduce a Dolores. El es una persona con honestidad intelectual y moral, y es quien logra transformarla. Con él, por primera vez, ella se ve cómo una persona fea: mi personaje en una oportunidad lo manda a castigar y ella nunca se había dado cuenta de que era capaz de eso.
J. F.: –En mi caso, Rafael ve a Dolores como una chica con los caprichos propios de haberse criado en una familia que le mostró algunas cosas y le ocultó tantas otras; que repite opiniones que no le pertenecen, heredadas de su padre, y comportamientos que son de su madre y no le van. Y al mismo tiempo tiene una rebeldía propia de quien está buscando una identidad, sus propios valores. Es ahí donde se abre una grieta muy seductora para este personaje. Ella no está con el chip puesto, repite al principio pero después comienza a cuestionarse.
–Entonces se está discutiendo el rol de la mujer en la sociedad...
C. F.: –También podría decirse que se habla de eso. Dolores va a marcar el comienzo de una nueva mujer, va a luchar por lo que quiere, no va a ser como su madre, aunque le cueste la vida. Si bien no va a lograr su objetivo, es una mujer que empieza a actuar para que las cosas sean diferentes.
–¿Consideran que los personajes de Gambaro son fracasados, derrotados?
C. F.: –Mi personaje es victorioso, aunque muera la persona que ama, porque ha luchado por lo que quiere, contra su padre, y ha logrado su libertad.
J. F.: –Hay algo realmente sublime en esta idea romántica de morir por una causa. Yo siento mucha admiración por esos hombres que han marcado la historia de la humanidad, que han tenido una convicción, una certeza y han ido hasta el final. Ahí está la almendra de lo que es la dignidad: tener una causa. Este personaje es mucho más poderoso que el que tiene el poder de gritar y matar, que tiene una máscara debajo de la cual hay mucha debilidad.
–¿Esto es lo que significa la frase “yo me callo pero el silencio grita”, que pronuncia el personaje de Dolores? ¿Es el silencio una forma más poderosa de desafiar al poder?
C. F.: –El silencio es muy poderoso, impide la comunicación...
J. F.: –A mí, cada vez que escucho ese texto, se me vienen a la memoria las abuelas y madres de Plaza de Mayo. Esas reuniones en las que tenían que hablar con otros nombres, en las que simulaban estar festejando un cumpleaños y en realidad se estaban pasando información. Había un gran silencio en esas mujeres. Es muy de nuestra historia el silenciar, ya desde la época de los aborígenes durante la invasión española. Lo que yo entiendo es que, hoy, callo; pero el silencio está sembrando algo y habrá una cosecha mañana.

Entrevista: Alina Mazzaferro

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