Sáb 23.11.2013
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TEATRO › LO QUE LA PESTE NOS DEJO, POR LA COMPAÑIA POMPAPETRIYASOS

“Queremos exorcizar ese fantasma”

El grupo de teatro comunitario de Parque Patricios recrea en el Parque Ameghino el pasado del lugar. En 1871, era el Cementerio del Sur, donde enterraron a las víctimas de la fiebre amarilla. El espectáculo habla de exclusión y de muerte, pero utilizando el humor.

El director musical Esteban Ruiz Barrea, la directora teatral Agustina Ruiz Barrea y el actor Pablo Corradi.
Imagen: Rafael Yohai.

“El día que murió Buenos Aires, nació el norte y nació el sur, y en el sur un fantasma que habita por sus calles...” En 1871, una epidemia de fiebre amarilla sorprendió a la ciudad con un saldo de 14 mil muertos, lo que produjo una reducción notable de la población porteña, y un éxodo importante de las familias más adineradas, que migraron del sur al norte intentando escapar de la peste que no daba tregua. En el barrio porteño de Parque Patricios, el Parque Ameghino (Caseros 2300), que por aquel entonces era el Cementerio del Sur, fue la tumba de los cadáveres que se contaban por miles, y tuvo que ser clausurado por la magnitud de la emergencia sanitaria.

Escoltado por la ex Cárcel de Caseros y el Hospital Muñiz, el parque recuerda a los caídos con un monumento, y es quizás a causa de ese pasado que lo atraviesa, que en él anida un estigma, el mismo que buscan desentrañar allí los Pompapetriyasos, el grupo de teatro comunitario de Parque Patricios, que trae a la memoria colectiva esa parte de nuestra historia con su obra Lo que la peste nos dejó, todos los sábados a las 20.30.

Entre los pibes que juegan un picadito y las madres que llevan a sus hijos a los juegos, un grupo de payasos irrumpe en la cotidianidad del parque con un plan de rodaje. Cámaras, luces, actores de reparto, maquilladores, vestuaristas, guionista y director corren de acá para allá ultimando los detalles de la filmación, todos ellos con su nariz colorada de clown. El director cinematográfico se dirige a los espectadores para pedirles su colaboración en calidad de extras del rodaje, y así se activará un contrato implícito, de complicidad, que permanecerá durante toda la función.

Con el pavimento como escenario, y el follaje de los árboles como escenografía, “los Pompas” intervienen el espacio con una obra para chicos y grandes que despliega múltiples artes y disciplinas. El juego circense, la sonoridad característica de los coros murgueros, los malabares y la danza se combinan para hablar de una Buenos Aires que un día se partió en dos y ya no volvió a ser lo que era. En el Norte se radicó la aristocracia porteña, mientras que en el Sur surgieron la villa y el conventillo, y con esta generación de pobreza se instaló un fantasma, el mismo que hoy sigue cultivando el prejuicio.

Realizada por y para la comunidad, la puesta exhibe una impronta callejera, popular y carnavalesca porque –como en el carnaval de la primera escena donde conviven bufones, reos y monjas– habilita un mundo ficcional donde la muerte y la risa pueden convivir sin contradecirse, y porque, ante todo, rompe con las reglas de lo esperado.

Agustina Ruiz Barrea, directora teatral, su hermano Esteban Ruiz Barrea, director musical, y Pablo Corradi, actor y vecino del barrio, son una parte del colectivo que capitanea este proyecto. “Cuando decidimos trabajar en el Parque Ameghino, en 2006, el propio espacio empezó a hablar, y descubrimos que ahí está el Monumento a los Caídos por la fiebre amarilla, entonces surgió la idea de hablar sobre la peste”, cuenta la directora. “Algo que aparecía en las improvisaciones que hacíamos era también esta mirada del sur como lo que sobra de la ciudad. Algunos te dicen: ¿vivís ahí? ¡Qué lejos!, o se preguntan: ¿eso es Capital? Hay una no percepción de este lugar y empezamos a preguntarnos por qué ocurre esto. El tema de la obra surge, entonces, de mirar el espacio en el que vivimos y hacerle preguntas. Las cosas no están porque sí, todo contiene una historia, y eso es muy poderoso porque uno empieza a vivir el barrio desde otro lugar”, continúa.

–La obra aborda temas sensibles como la exclusión social, la discriminación e incluso la muerte, pero el humor es un recurso retórico importante en la puesta. ¿Qué justifica esta decisión?

Agustina Ruiz Barrea: –El humor aparece como recurso técnico porque lo que se cuenta es demasiado crudo, entonces éste permite que el espectador se entretenga y, a su vez, pueda sentirse parte de la ficción todo el tiempo. De otra manera, la obra no se soportaría. En la ficción generamos golpes de efecto emotivos que logran llevar al espectador a lugares oscuros, pero luego aparece la figura del payaso para alivianar esos efectos e impedir que el público se sofoque.

–¿Cómo es la experiencia de trabajar en el espacio público?

Esteban Ruiz Barrea: –Es difícil. Hay que convivir con todos, con la murga, con los pibes que juegan al fútbol o con la policía que te pregunta qué hacés. De todas maneras, para nosotros, los artistas, no hay mejor escenografía que el parque...

Pablo Corradi: –Uno de alguna forma es un comunicador, que modifica al otro a través del teatro, de las imágenes, de la música, y el público es activo respecto de eso. Además, lo que decimos en la obra es bastante explícito, entonces el otro se acerca y se siente parte.

–Volviendo un poco al nombre de la obra... ¿Qué nos dejó la peste?

A. R. B.: –La peste nos dejó un fantasma; nos dejó el sur como un lugar peligroso, al que cuesta abordar. Con esta obra, queremos tratar de exorcizar juntos ese fantasma. La ciudad se desarticuló, y los lugares de encuentro, como los cines, los teatros y los clubes, que generaban muchos mecanismos de seguridad y posibilidades de repensarnos, desaparecieron de los barrios. Nuestro eje y motor como grupo, desde hace doce años, es hacernos preguntas, y estamos convencidos de que el arte es un derecho al que todos tenemos que poder acceder, porque todas las personas que vivimos y transitamos una experiencia artística fuimos modificadas. Para esto, y para poder seguir de pie, peleamos y gestionamos sistemáticamente.

Informe: Candela Gomes Diez.

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