TEATRO › EDGARDO MOCCIA HABLA DE SU ESPECTACULO LA IRREDENTA
El docente, actor y director repuso el texto de Beatriz Mosquera, que refleja la manipulación del poder político y religioso respecto de un tema sensible: la prostitución. En la obra, tres mujeres y una travesti se desesperan por alcanzar la felicidad.
› Por María Daniela Yaccar
“Siempre tuvimos un enfoque: hacer un teatro que tenga que ver con la gente, con la sociedad; tratar de aportar a la vida. No sé si logramos una toma de conciencia. Pero me mueve el pensamiento de que unidos podemos llegar a modificar algo”, sostiene Edgardo Moccia, docente, actor y director, que está a la cabeza de Almas Fuertes. Este grupo suele poner en escena obras inéditas, pero en esta ocasión se decidió por un texto de Beatriz Mosquera, La irredenta (viernes a las 21 en el Taller del Angel, Mario Bravo 1239). En el pequeño cuarto de una pensión, tres mujeres y una travesti que se dedican a la prostitución se desesperan por alcanzar la felicidad. Cada una atraviesa su oficio de manera diferente, pero comparten una búsqueda: sostener la esperanza. “Lo que más me interesó de la obra es cómo muestra la manipulación perversa del poder político y religioso, a través del personaje de la madama, que les promete siempre un más allá”, analiza Moccia.
No es frecuente ingresar a una sala de teatro y que esté sonando cumbia antes de que se apaguen las luces. Eso ya informa al espectador algo acerca del sujeto que será el centro de la acción. En el escenario hay un vestido blanco, que es el símbolo de la esperanza de Azucena, una foto de un hombre y una tarima, en la que la madama dará sus discursos políticos. La irredenta es una pieza femenina, filosófica y de realismo exasperado –como otros textos de la autora–, que intenta introducirse en el punto de vista de quienes ejercen la prostitución. La han hecho varios grupos en Buenos Aires, y en este momento, según comenta Moccia, se está representando en Brasil y en Portugal. Las actrices son María Fernanda Correa (Irredenta), Gisela Barba (Dolores), María Soledad Tortoriello (Azucena) y Natalia Romero (Lola). Todas ellas se formaron con Moccia en La Matanza, en el taller que da en un centro cultural del sindicato de trabajadores municipales.
–¿Cómo llegaron a esta obra?
–Por primera vez, después de hacer obras escritas especialmente para el grupo, decidimos hacer una pieza ya representada. La propuso una actriz. Me entusiasmó tanto que no me interesó que se haya hecho. Les propuse a las actrices un desafío, algo que hago yo mismo, porque me siento fundamentalmente actor: trabajar con el cuerpo. La cabeza impide la acción del inconsciente creativo. Los cinco y el asistente (Jorge Suárez Soria) llegamos a un cuento que podíamos contar todos de la misma manera. Sabíamos qué había escrito Mosquera. Primero trabajamos el cuerpo con música. Después incorporamos la palabra y trabajamos con improvisaciones durante ocho meses. Yo actuaba con ellas, era el hombre con el que tenían que compartir las situaciones del oficio. Llegábamos a sentir impotencia, dolor, amargura, odio, rabia, tristeza, ternura, amor... Esto hizo que ellas internalizaran los personajes mucho antes de abordar el texto de la autora.
–¿Tuvieron contacto con Mosquera?
–Sí. Y estoy muy contento porque, en nuestro primer encuentro, le dije a Beatriz que la obra me había interesado mucho por cómo refleja la manipulación perversa del poder político y religioso. Quise hacer obvio eso, y creo que lo logré, sobre todo con el personaje de Lola, la madama. Ella muestra la manipulación tan terrible del poder político, la cosa de querer llevarnos a la ilusión de pensar en el más allá... como dice ella, “bastante más allá”. Estas mujeres están buscando algo que les permita conseguir ese pequeño momento de felicidad que todos los seres humanos queremos tener en algún momento. Todos buscamos eso.
–Esta obra es de 1989. ¿Cómo influye en el texto el contexto histórico, hoy que se habla más de la trata de personas y la violencia de género?
–Le voy a contar una cosa íntima. Me operaron y tuve que contratar a una señora para que me cuidara. Esta señora viene a mi casa dos veces por semana para hacer la limpieza y prepararme la comida. Me merece un gran respeto, fundamentalmente por su sentido común y la profundidad con que ve las cosas. La invité al estreno junto con su hermana, que según ella tiene un gran potencial como actriz pero fue muy poco al teatro. Me dijo que pasó un momento formidable, que le encantó la obra, que rió y lloró... Y lo más interesante es que me dijo que cuando hablara de putas lo haría de manera distinta, con otro respeto. Porque solía prejuzgar cuando hablaba de ellas, por esa formación machista que tenía de chica. “Yo pensaba que no eran mujeres que sufrían de esa manera, que no tenían las necesidades que uno tiene”, me dijo. Esto vale mucho. Hay fachos que en nuestro país siguen hablando con ligereza de nuestros desaparecidos, de esas personas que arriesgaron su vida para luchar por una sociedad mejor, más allá de si estuvieron acertados en el momento y en la forma. Ese tipo de anécdotas me dan satisfacción como hombre de arte comprometido con la vida.
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