Vie 07.02.2014
espectaculos

TEATRO › EL CUIDADOR, DIRIGIDA POR AGUSTIN ALEZZO

Decodificaciones de la identidad

› Por Paula Sabatés

Agustín Alezzo mira desde la primera fila cómo cada actor ha incorporado en su cuerpo a aquel otro, el del personaje. Ya había dirigido textos de Harold Pinter (Viejos tiempos en 2012 y La colección en 2013), pero es evidente que los mundos construidos por el célebre dramaturgo inglés aún lo conmueven, porque sonríe y se pone serio cada dos por tres, como si se tratara de la primera vez que ve la obra. Y no sólo él: mientras observa comprometido el resultado de su trabajo, el director de El cuidador (sábados y domingos en El Camarín de las Musas) ignora que tres filas más atrás un hombre llora desconsolado frente a una escena y que cerca de él una mujer de repente se olvida de apantallarse con el programa de mano –cosa que ha hecho desde que empezó la función– para quedarse completamente quieta, expectante ante lo que está por pasar.

¿Por qué comenzar un análisis de la obra describiendo al espectador? Porque ésta, más evidentemente que otras (al fin y al cabo no existe aquella donde no suceda), se completa allí, en las butacas, en la instancia receptiva que llena o deja vacíos los espacios de indeterminación que tanto abundan en el texto. Claro que esto no quita mérito a los hacedores, al contrario. Más que nunca, son ellos quienes deben proporcionar signos estéticos e ideológicos lo suficientemente ambiguos para que un relato de estas características tenga sentido, y ése no es trabajo fácil. El cuidador explora temas constantes en Pinter, sobre todo los conflictos de identidad y la forma en que lo externo, que a menudo es considerado violento, la penetra y la determina. La historia de un ser humano especial, su hermano que no lo es menos y un hombre que aparece en sus vidas es sólo una excusa (casi una herramienta) para que esos temas puedan ser decodificados por el público. La puesta en escena debe dar cuenta de eso y lo hace, con un buen trabajo de todos los implicados.

Así, tanto los actores como el resto de quienes ocupan roles en la puesta en escena (el escenógrafo Marcelo Salvioli es de los más comprometidos, ya que tiene que lograr una atmósfera que sea a la vez decorado de una habitación y metáfora de la mente de uno de los personajes) deben adecuarse a ese doble estatuto. Porque así lo planteó Pinter y porque así lo quiere Alezzo, quien expresó, dejando en claro muchas de las decisiones artísticas, que para él un director debe “elegir una obra por considerar que el pensamiento motor de la misma lo comparte y debe poner todo a su servicio para que ese pensamiento aparezca profundamente iluminado y llegue al público, conmoviéndolo”.

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