Dom 09.02.2014
espectaculos

TEATRO › RED, DE JOHN LOGAN, CON JULIO CHAVEZ Y GERARDO OTERO

El maestro y los pintores del momento

Hábilmente conducidos por el director Daniel Barone, los actores se lucen en esta pieza que retrata al pintor Mark Rothko acechado por el desencanto. Particularmente, Chávez se impone como un intérprete sensible a la naturaleza poética de su personaje.

› Por Hilda Cabrera

Desde la primera escena de Red, el dramaturgo estadounidense John Logan retrata al pintor Mark Rothko (Marcus Rothkowitz, Letonia 1903-Nueva York 1970) en situaciones donde el conocimiento y la intuición se dan en forma simultánea. Esa amalgama sella al personaje que compone el actor Julio Chávez, le otorga un plus a la ironía que practica sobre lo propio y aquello que lo rodea, y fuerza el contrapunto respecto del asistente que –en su primer día de trabajo en el taller– sorprende al presentarse de traje en un espacio donde prosperan lienzos y bastidores, pigmentos, pinceles y brochas. Chiste que el maestro (radicado desde niño, en 1913, en Estados Unidos) asimila sin interrumpir su discurso ni despegarse del gusto por fijar códigos y atribuir un significado universal al arte. Pero el desencanto acecha en esta etapa de su vida, tanto como la presión social que plantea crudos interrogantes, restringe el poder de elección y desgasta. Asuntos que Rothko señala al decir que “no está todo bien, que uno está mal”, que hay desgarro.

Su protesta expresa la urgencia por aliviar la pena que destruye a quien aspira a un arte orgánico y pleno y siente que ha perdido. Esa urgencia encuentra en Chávez a un intérprete sensible a la naturaleza poética de su personaje. Por eso no resultan superfluos los gestos que adopta al promediar la obra. Gestos mínimos, característicos en los emigrados judíos que, en Rothko, fallecido por sobredosis de barbitúricos, impresionan como el regreso a un origen familiar.

La obra adquiere entonces otra intensidad. La inicial actitud arrolladora del maestro (casi un planteo) declina y retrocede ante las sensatas observaciones del asistente que compone Gerardo Otero, actor preciso en el manejo de la voz. Cualidad imprescindible en una puesta donde Chávez destaca especialmente por la enorme plasticidad de su voz.

Infaltable en una pieza de estas características, la cuestión generacional toma un curso acorde a las convenciones, de-sarrollada con talento y sutileza por los protagonistas, hábilmente conducidos por Daniel Barone, con el aporte de un valioso equipo de artistas técnicos. En esas escenas, el Rothko diseñado por Logan opina sobre “los nuevos” en el métier, calificándolos de “pintores del momento”. Estos son los que –supone– no habrán de permanecer en

el tiempo, a diferencia de un Pieter Brueghel o un Johannes Vermeer. En ese estado anímico, exagera y ridiculiza. Reitera aquello de “olvidar lo aprendido” y liberar el propio imaginario mientras acaba su ración de comida oriental tipo delivery y se pregunta cuánto le pagarán por los murales encargados para ser exhibidos en el restaurante The Four Seasons, de Nueva York.

De esa cotidianidad pasa a enumerar etapas de la historia del arte y de algunos de sus representantes: cubistas y surrealistas, cultores del expresionismo abstracto (donde se lo ha incluido) y el arte pop. En esas y otras secuencias, Chávez parece escapar de su personaje, como si teatro y realidad fueran una sola experiencia.

Contradictorio y acaso vencido, Rothko dirá que lo suyo no es pintar cuadros lindos y confesará su miedo a las posibles agresiones de los espectadores de su obra. Pero este maestro ya no provoca. Sus pinturas se compran por avaricia, para atesorar y decorar. Y el asistente se lo recuerda: “Sus pinturas no son armas; son sólo pinturas”. Otros, fuera de la ficción, opinaron distinto, como el poeta Stanley Kunitz, quien escribió “ni toda la corrupción de este mundo puede diluir sus preciados colores”.

Elegir a cada instante, restaurar el sentido del misterio y hallar un significado; lograr que la obra comunique por sí sola, crear sensación de movimiento y activar el poder de los colores conforman algunas de las ambiciones de este Rothko enfrentado a una verdad, a la necesidad de asumir la disparidad que existe entre lo que anhela y lo que encuentra en su realidad.

Q Red, de John Logan. Versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Elenco: Julio Chávez y Gerardo Otero. Dirección: Daniel Barone. sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660, tel. 6320-5300. Funciones: miércoles, jueves y domingo a las 20.30; viernes a las 21 y sábado a las 20 y 22. Entradas en la boletería del teatro y por sistema Plateanet, www.plateanet.com, tel. 5236-3000.

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