TEATRO › OPINION
› Por Ricardo Piglia *
Queridos amigos:
Siento no estar con ustedes esta noche, estoy un poco embromado, nada grave, sólo tengo algunas dificultades para movilizarme, lo que no ha hecho más que agudizar mi tendencia a no salir de casa. Nunca he podido estar en el lugar indicado en el momento preciso. Siempre llego demasiado tarde o demasiado temprano. O no llego, como en este caso. Agradezco al jurado, y en especial a mi admirado amigo Gastón Burucua, por esta distinción. Me alegra compartir el premio con Abelardo Castillo, nos conocemos desde hace muchos –muchísimos– años. Cuando éramos jóvenes coincidimos fugazmente en un proyecto común. Luego nos fuimos alejando hasta hacernos invisibles, como sucede a menudo en Buenos Aires. Pero ahora este evento social nos ha vuelto a juntar, lo que no deja de tener su gracia. La ironía es la mejor forma de soportar los premios, y los homenajes. La literatura, se sabe, es una sociedad sin Estado, su realidad es múltiple, contingente, y en fuga. Ningún poder puede obligar a nadie a que le guste un libro y tampoco puede imponer categorías entre los escritores, ponerlos en un orden, definir a uno mejor que a otro. Los premios, las academias, las cátedras, las historias de la literatura, los aniversarios, las necrológicas, las listas de best-sellers, tratan inútilmente de categorizar ese mundo confuso y pasional. Intentan establecer jerarquías y dictaminan que un escritor sale primero y otro sale segundo o tercero como si fuera un ranking de box o el resultado final de una maratón. Por un instante todo parece estar fijo y en su sitio, pero esa ilusión no dura nada; en todo caso, dura lo que dura la ceremonia de entrega. Luego vuelven a reinar felizmente el desorden y la confusión. Pero en esos momentos epifánicos y un poco oníricos, parece brillar una calma apacible. Los padres fundadores han muerto, asesinados o de muerte natural, y los hermanos se reúnen y se comprenden y olvidan las estúpidas rencillas, las figuraciones y la guerra de poéticas; es una pausa, una tregua, un descanso a la sombra en medio de la intemperie sin fin. Por eso siento mucho no estar con ustedes en esta celebración y les envío a todos –y en especial a Castillo– un abrazo cálido y fraternal.
* Carta enviada por el escritor para la entrega de los Premios Konex.
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