Martes, 15 de agosto de 2006 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A ELVIRA ONETTO, DIRECTORA DE “LARGO ENCUENTRO
En la obra de Pavlovsky se alude a la finitud y a la decadencia. La puesta trabaja sobre las entrelíneas del texto.
Por Hilda Cabrera
Largo encuentro impresiona como un monólogo interior fragmentado por cuatro personajes. Gerardo recuerda, y en ese estado dialoga con su amante Geraldine. Lo golpea un presentimiento: “Un día, no tan lejos, dirás... Lo que no fue”. Eso perdido para siempre genera extrañeza en esta pieza de Eduardo “Tato” Pavlovsky que se presenta los sábados en El Camarín de las Musas. Otra pareja, conformada por Susy e Ignacio, invade ese espacio y ese tiempo, especie de zona de espera o de intervalo, pues los personajes también actúan. Dirige Elvira Onetto, quien se guió para esta puesta por las entrelíneas del texto: “Tato no pone indicaciones. Al leer la obra se puede pensar que así es suficiente, pero cuando se trata de llevarla a escena, algo falta. Qué hacer entonces. Me inspiró el subtítulo: boceto tolstoiano para romper. Eso me habilitó –apunta la directora–. No agregué ni quité, simplemente fui ordenando e intercalando escenas.” Onetto ha trabajado como actriz en varias obras de Pavlovsky, y dirigido dos de este autor: la anterior fue Pequeño detalle. “Tato no escribe de manera jeroglífica, pero en sus frases faltan palabras. Mi intención es descubrirlas en los cuatro personajes que hablan por él”, sostiene. En Largo encuentro, “la historia de un largo desencuentro en convivencia” actúan Marcelo D’Andrea, Jimena Anganuzzi, Susy Evans y Daniel Genoud. Eduardo Misch asiste a Onetto en la dirección. La obra se ofrece en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, los sábados a las 21.
–¿Qué opina de las alusiones, tan frecuentes en la obra, en torno de la decadencia física?
–El tema de la finitud, el miedo a morir ya, o mañana mismo, aparece seguido en las obras de Tato desde Rojos globos rojos. También antes, pero de modo más filosófico.
–¿Lo relaciona con la pérdida de la pasión?
–En la obra, Gerardo todavía mantiene la pasión que él no ve en Geraldine, alguien que –dice– no se arriesga, que es vieja por dentro, como formando parte de una sociedad que no reacciona y se acostumbra a vivir en un mundo de guerras, apocalíptico.
–¿Cree necesario justificar la propia vida?
–Quién se arrepiente de vivir intensamente. Es preferible arriesgarse. Los que hacemos teatro sabemos cómo es ese salto al vacío. Nuestra mayor aspiración es que vengan a vernos y que algo de lo que hacemos resuene en el público. A mí este trabajo no me da seguridad económica, pero es lo que quiero hacer, además de las cosas cotidianas. No me propuse ser actriz ni directora, pero aquí estoy: hice mi caminito sin pensar mucho. Me interesaba la danza y tomé clases de expresión corporal. Fui conociendo gente y empecé a formarme con artistas importantísimos. En los últimos años, con Daniel Veronese. Con él vi que era posible otro tipo de actuación. Y continúo en el elenco de El hombre que se ahoga, invitada ahora al Festival de Cádiz y a realizar giras por otras ciudades españolas. Trabajé mucho como actriz, pero después de mi papel de Leo en Poroto, de Pavlovsky, donde me dirigió Norman Briski, no me llamaron en cinco años. Entonces empecé a generar proyectos.
–¿Se refiere a la dirección de Marta y Marta?
–Sí, y después llegó La señora Golde (de Las polacas), Pequeño detalle y Las tres caras de Venus, de Leopoldo Marechal, donde tuvimos problemas con los derechos. Me encargué de otras direcciones en la cátedra de teatro de la Universidad del Salvador. El año pasado trabajé sobre Jacobo o la sumisión, de Eugène Ionesco, y este año presentaremos Maraton (1980), de Ricardo Monti, en El Camarín de las Musas. La adapté, porque Monti la escribió para gente de mediana edad, con el ánimo destruido, y aquí el elenco está formado por jóvenes. En esta adaptación, los protagonistas son jóvenes “reventados”, otro producto de un sistema que aniquila ilusiones. –¿Cuánto influye en esa destrucción, a veces autodestrucción, la falta de trabajo?
–Los estudiantes de mis talleres me preguntan, justamente, cómo se consigue un trabajo. Esa es una gran dificultad, pero el camino del actor o de la actriz es andar sin garantías. La constancia es una herramienta, pero cómo se la mantiene cuando no hay para comer. A mí me sostuvo la docencia, pero sé que es una elección difícil. Ninguna carrera compra el futuro. La pasión sí, mientras una sea fiel a los propios deseos y no deje que se los arrebaten. En el teatro se logra a veces una buena convivencia. Si eso se reprodujera a escala mayor, en toda la sociedad, tendríamos posibilidad de crecer. Estoy atravesando un buen momento, porque actúo, dirijo y doy clases, pero siento que vivimos amenazados. Esta amenaza es a veces muy sutil y otras, brutal. Se habla de guerra, de hambre, y no nos inmutamos. Nos decimos interiormente que eso les pasa a otros, que a nosotros no nos sucederá nunca.
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