Martes, 15 de agosto de 2006 | Hoy
PLASTICA › JUAN CARLOS DISTEFANO, EN LA GALERIA RUTH BENZACAR
A ocho años de su última exposición, hay una nueva oportunidad para ver la obra reciente de un gran escultor.
Por Fabián Lebenglik
Juan Carlos Distéfano no es un artista compulsivo sino reflexivo. Se toma el tiempo necesario para realizar sus impactantes piezas escultóricas. Un indicador que revela el tiempo de reflexión y realización es que su última muestra individual fue la retrospectiva que presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes, hace ocho años.
Ahora podemos ver una nueva muestra de Distéfano, con piezas realizadas durante los últimos siete años. Y esas obras tienen la marca reconocible del estilo Distéfano: el centro de sus reflexiones es el cruce entre cuerpo y violencia. En sus obras el cuerpo humano modula torsiones, se extenúa, se estira, se contrae, se expande, se confunde con los objetos, forzado por distintas clases y grados de violencia. Son cuerpos atravesados (e inscriptos) por el dolor de la violencia social y política que caracteriza la historia facciosa y sangrienta de la Argentina.
Para puntear rápidamente la trayectoria del artista se puede decir que Distéfano, a partir de 1960, formó parte del departamento de diseño gráfico del Instituto Di Tella. En 1964 presentó su primera exposición de pinturas y participó del Premio Ver y Estimar. Dos años después, anticipando su tendencia al volumen, exhibió una serie de pinturas en relieve. Entre aquella exposición en la galería Rubbers y la siguiente, en 1976, en Artemúltiple, cuando muestra por primera vez sus esculturas, pasarían diez años. Esto marca el ritmo parco del artista, alejado de toda mundanidad.
En 1968, junto con Emilio Renart y David Lamelas, participó en la Bienal de San Pablo. En 1969, gracias a una beca, viajó a Europa y residió en Roma durante un año.
En 1976 abandonó el diseño gráfico y comenzó a dedicarse por completo a la escultura en poliéster. En 1977, a causa de que la dictadura había prohibido la novela Ganarse la muerte de su mujer, Griselda Gambaro, ambos abandonaron la Argentina para exiliarse en Barcelona. En 1980 realizó una nueva exposición en Buenos Aires, a la que le seguirán otras tres (una en 1987 y dos simultáneas, en 1991, en la galería Ruth Benzacar y en la Fundación San Telmo). En 1998 llegó la retrospectiva del Museo de Bellas Artes.
La mirada de Distéfano está puesta especialmente en los años de plomo de la última dictadura. Mientras que las obras de los últimos años también se centran en las consecuencias de la violencia que suponen la marginación y la exclusión social.
Más allá del excelente montaje –con diseño de Gustavo Vázquez Ocampo–, cronológicamente la muestra se abre con la pieza Por gracia recibida (1999, poliéster reforzado con fibra de vidrio, de 66x68x118) el proyecto que Distéfano presentó cuando fue convocado para el Parque de la Memoria. En esa obra, sobre las ondas que funcionan como evocación del agua, se apilan los cuerpos de las víctimas de los vuelos de la muerte, ante la presencia de un testigo que no quiere ver: alguien que reza de rodillas –ante los cuerpos en caída libre–, cuya cabeza muestra una torsión imposible, de 180 grados, que le garantiza cumplimentar su ritual, sin ver lo que está pasando. Ese gesto inhumano coloca al testigo orante en el lugar de los cómplices, por acción u omisión.
La mezcla de coherencia e insistencia de Distéfano, así como su perseverancia –en los materiales y las técnicas, tanto como en la ética de sus reflexiones– muestran, como pudo verse hace ocho años en su retrospectiva, una suerte de marcha y de ritmo, riguroso, delicado, exhaustivo, en el que el artista mide su tiempo. El tratamiento de los materiales, texturas, colores, transparencias, incrustaciones, produce toda una secuencia determinada por la lógica de las variaciones. En cada caso esas características formales indican o puntualizan aspectos, funciones, jerarquías, situaciones, lugares sociales, cuestiones ideológicas, etc., atribuibles a cada figura.
Como decía quien firma estas líneas en ocasión de la retrospectiva de 1998, en estas mismas páginas: “Si se pensara una idea/fuerza sobre la que se desarrolla todo este cuerpo de obra, podría decirse que es la gravedad. En principio la gravedad como fuerza física de atracción según la cual los cuerpos tienden a estar ligados a la Tierra. Los personajes que a través de distintos tipos de tensiones y desequilibrios padecen el tira y afloje de las ideas y los materiales, siempre fuerzan la ley de gravedad. Por otra parte, la mayor parte de la obra de Distéfano está construida como reflexión sobre la gravedad de la violencia y del ejercicio del poder autoritario, tanto de la dictadura como de la posdictadura. La elevación y caída de los cuerpos, así como las fuerzas centrífugas y centrípetas que rigen sus movimientos pueden constituir un capítulo de la gravedad newtoniana pero, fundamentalmente, construyen una parábola moral”.
En la pieza En simultáneo II (2002, poliéster reforzado con fibra de vidrio), el escultor recurre nuevamente a la estilización de las ondas del agua sobre la que cae otro cuerpo víctima de los vuelos de la muerte. En la base de la obra, a modo de lecho y de pantalla, se transcribe la imagen de Videla gritando los goles del Mundial ’78.
El conjunto Los iluminados (2000/02, poliéster reforzado con fibra de vidrio, 126x188x291 cm) está integrado, como describe Adriana Lauría en el catálogo, “por seis hieráticas figuras arrodilladas en el barro en actitud de oración, que vuelven su rostro para no enfrentar con el entendimiento una masacre que justifican con delirio sacro. El color que cubre a cinco de ellas y las insignias pictóricamente esbozadas las identifican con las distintas fuerzas de ‘seguridad’. Se forman detrás de un oscuro representante de aquella iglesia que, por apañamiento u omisión, se complicó con crímenes reñidos con toda clase de piedad”.
En el subsuelo de la galería se exhibe la serie Kinderspelen (2003/06). Se trata de un conjunto de nueve piezas de poliéster con fibra de vidrio, con tres temas, cada uno repetido tres veces en blanco, negro y gris.
El punto de partida de este conjunto es el célebre cuadro de Brueghel, Juegos de niños (un óleo sobre tela pintado en 1560, de 118x161 cm). En aquel cuadro, la ciudad está invadida por niños que saltan y se divierten jugando más de ochenta juegos diferentes.
En el conjunto de las piezas de Distéfano, los juegos infantiles son una réplica que anticipa y reproduce la violencia social. En esos juegos siniestros se ofrece una galería de violencias físicas. El conjunto está dedicado a la memoria de la escultora mendocina Eliana Molinelli, fallecida en el 2004, quien trabajó, desde el arte, por el desarme y la convivencia, en un programa para producir esculturas con las armas y municiones entregadas por la población civil al gobierno provincial. En las piezas de Distéfano, varias de las figuras tienen revólveres incrustados como parte de su musculatura y anatomía.
Cada una a su modo, las esculturas van modulando la relación entre belleza y horror como correlato de los efectos de la violencia sobre los cuerpos, en una muestra cuya elocuencia saltará a la vista para todos los que la visiten.
(Galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 9 de septiembre.)
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