Mié 18.02.2015
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TEATRO › ALBERTO LECCHI Y EDUARDO ROVNER ESTRENARON EL HOMBRE LOBO

“Cada uno puede ser lobo de sí mismo”

La culpa y el miedo a la venganza son los temas que atraviesan esta pieza teatral ya publicada pero nunca representada en la Argentina. Las miserias humanas salen a flote en una noche de luna llena. Rovner escribió la obra y Lecchi la puso en escena.

› Por Paula Sabatés

En 2009 y 2010, el cineasta y director Alberto Lecchi montó Illia (Quién va a pagar todo esto), una pieza del prolífico dramaturgo Eduardo Rovner. Al primero le maravilló el texto del autor; al segundo, la puesta de su colega, que era la primera vez que dirigía para las tablas. Por eso, cuando terminó de escribir El hombre lobo, una pieza que ha sido publicada pero nunca representada en suelo argentino, el ex director general y artístico del Teatro Municipal General San Martín se la dio al director para que la leyera antes que nadie. Hoy, luego de cinco años, aquel proyecto de volver a trabajar juntos es una realidad. Protagonizada por Luis Campos, David Di Napoli, Miguel Dao, Gabriel Wolf y Tina Ottaviano, la pieza se ve viernes y sábados en el Auditorio Losada.

Como explican los teatristas, El hombre lobo es una historia que habla de la culpa y el miedo a la venganza. Tres amigos cazadores se encuentran en una noche de luna llena. Uno de ellos está asustado: en una noche como ésa le disparó a un animal al que no pudo identificar, y ahora teme que se trate de un licántropo que quiera venganza. Su sensación de paranoia irá aumentando, ayudada por la aparición de una mujer que dice haber sido amante de una de esas bestias que se transforman. En ese clima de miedo, la tensión entre ellos va creciendo y salen a flote las peores miserias de cada uno. Ahí es cuando descubren que el lobo puede ser cualquiera de ellos. O todos.

–¿Cómo fue que se reencontraron para trabajar?

Eduardo Rovner: –Tiene que ver la experiencia anterior. Yo terminé de escribir esta obra cuando todavía estaba en cartel Illia. Y como me encantó la puesta de Alberto de esa obra, se la di directamente a él a ver qué le parecía. Por suerte le gustó y desde ahí estamos conversando para hacerla. Al principio tuvimos un recorrido montañoso, agreste. Tuvimos inconvenientes en llevar adelante el proyecto. Hasta que el año pasado encontramos una manera de hacerlo y ahí empezó el trabajo.

–¿Trabajaron juntos en la puesta?

E. R.: –Poco. Pero eso es algo a favor, no en contra. Yo confío ciegamente en Alberto, me encanta cómo dirige. Ni tengo ganas de ir a los ensayos (risas). La primera vez que fui al ensayo fue ahora, diez días antes del estreno. Y las charlas también fueron pocas entre nosotros. Intercambiamos algunos pareceres y opiniones pero intenté que Alberto hiciera su trabajo, porque yo creo que el autor es dueño del texto, pero de la puesta es más dueño el director. El director no tiene por qué estar subordinado al autor, es tan artista como él. Creo fuertemente eso.

–¿Usted coincide, Lecchi?

Alberto Lecchi: –Sí, también creo que el texto ahora es un poco mío y que yo estoy para destrozar lo que él escribió (risas). Una cosa escrita se puede decir de mil maneras, pero es el director el que decide de qué forma se hace. La puesta es eso, la elección del director en función de lo que cree que es mejor para el actor. Yo he escrito guiones para cine y cuando veo lo que hicieron los directores es distinto a lo que yo hubiera hecho, e incluso distinto a lo que yo escribí. Pero lo importante no está en eso. El secreto está en no tergiversar el mensaje. Lo importante es que Eduardo vea en la puesta la historia que él quiso contar.

–¿Y qué es para cada uno lo que se quiere contar?

E. R.: –Yo quise contar una idea que tuve hace tiempo, sobre aquel que agrede, que ejerce violencia sobre otro y que en algún momento siente culpa por lo que hizo y eso lo lleva a tener miedo a la venganza de aquel a quien agredió. Eso nos pasa siempre, en las relaciones personales incluso y sobre todo. Pero como para mí una obra teatral no puede tratar de conflictos pequeños, o sí, pero no es algo que a mí me atraiga, quise darle dramaticidad a esa idea. Entonces busqué entre los distintos oficios alguno en que se agrediera de forma constante. Hasta que llegué a los cazadores, y el desarrollo vino desde ahí, de pensar qué le pasa a un cazador que está acostumbrado a matar. De pensar cómo reacciona cuando le llega la culpa.

A. L.: –Yo también creo que la obra habla sobre la culpa, el miedo y de que todos tenemos un lobo propio adentro. De que todos podemos ser nuestros propios lobos. Por otro lado, me parece que el texto tiene una particularidad muy linda, además, que es la de la relación de tres amigos. Una relación que fluctúa todo el tiempo entre algo de complicidad y algo de odio, de bronca por momentos que vivieron en el pasado y que ahora se están echando en cara. Entonces hay tensión cada cinco minutos. Y eso es lo que traté de llevar a la obra.

–Teniendo un recorrido mayoritariamente en el campo audiovisual, ¿le costó plasmar el texto para teatro?

A. L.: –Para nada. Tuve la suerte de hacer mucha televisión, que te da una seguridad en lo técnico, con la cámara, que la verdad es envidiable. Siempre usé ese medio para experimentar en el buen sentido. Agarraba un capítulo y lo hacía todo con plano secuencia, o todo en angular. Hasta que para mí la cámara dejó de existir. Yo hoy voy a hacer una película y no pregunto ni con qué cámara se filma, ni con qué soporte. Me da igual. Por lo único que me preocupo es por el actor, que es lo más importante de todo. Agarro una peli y hago toda la puesta como si fuera una obra de teatro. Así que no me cuesta. Menos en este proyecto, en el que cuento con actores que no tienen tapa de diarios pero que son excelentes, de un enorme amor por lo que hacen. Lo hacen porque les gusta la actuación y no por la plata que cobran. Valorizar eso es importante.

–¿Qué lugar ocupa la mujer dentro de la obra?

E. R.: –Es la que dispara el desarrollo dramático. Aumenta la tensión porque en la obra el protagonista está esperando que venga el hombre lobo a vengarse y esta mujer extraña le cuenta que tuvo un hombre lobo como amante, lo que lo hace estar más paranoico y tenso. De repente ella puede ser el lobo.

A. L.: –Es que todos pueden ser el lobo. Cada uno para sí mismo. Me parece que eso es lo interesante de esta historia. Nunca hay un solo lobo.

–Como hombres de trayectoria en las tablas, ¿cómo ven hoy el teatro porteño?

A. L.: –Creo que uno tiene para elegir. Están las obras de la calle Corrientes y las otras. Hay de todo. Yo creo en las cosas que se hacen con honestidad. En todos los circuitos se pueden hacer cosas con honestidad y también cosas malas.

E. R.: –Para mí es muy difícil hablar de un teatro. Acá hay miles de teatros y miles de públicos. El que va a ver espectáculos que son de divertimento, y no lo digo de forma peyorativa, no es el mismo que va al off, posiblemente. Hay tantas diferencias y son todas tan válidas, que hablar de un solo teatro es algo a lo que me opongo.

* El hombre lobo se puede ver viernes y sábados a las 20.30 en el Auditorio Losada, Av. Corrientes 1551 (entrada por librería).

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