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Domingo, 24 de mayo de 2015

TEATRO › MENEA PARA MI TRANSCURRE ENTRE LAS PENURIAS Y DIFICULTADES DE UNA VILLA PORTEÑA

La cumbia como banda sonora de la vida

La puesta tiene como eje central el resultado de la falta de amor en el camino de los jóvenes. “En cada ejercicio de improvisación, yo flasheaba escenas de esta obra, escenas con la cumbia”, rememora la autora y directora Mariana Cumbi Bustinza.

 Por Andrés Valenzuela

“En cada ejercicio de improvisación, yo flasheaba escenas de esta obra, escenas con la cumbia”, rememora Mariana Cumbi Bustinza. O Cumbi, a secas, quien escribió y dirige Menea para mí, una puesta de danza teatro que se presenta cada domingo, a las 20.30, en El Extranjero (Valentín Gómez 3380). Según reconoce, para el desarrollo fueron fundamentales algunas experiencias de adolescentes. “Paraba con la barra brava de Huracán y en un barrio bajo, porque mi novio era de ahí”, cuenta, aunque aclara que la historia es ficción. Al menos, tanta ficción como se puede, porque Menea para mí transcurre entre las penurias y dificultades de una villa porteña, donde el aguante es tan importante como la amistad para sobrellevar el día a día. El eje de la obra es el resultado de la falta de amor en el camino de los jóvenes. Por eso cuenta la historia de dos muchachos (“el Masi”, interpretado/bailado por Luciano Crispi, y “el Tucu”, Ezequiel Baquero) y la relación de uno con “la Pao” (Vicki Shwint). Los acompaña una troupe de bailarines y actores que se animan al canto. “La propuesta me interesaba por sus ideas”, explica Baquero. “En la danza teatro no había mucha mezcla con la cumbia y me pareció un enfoque piola. Y me toca de cerca porque es lo que escuchaba de chiquito y porque de pibe iba a la bailanta.”

–¿Cómo desarrollaron la obra?

Mariana Cumbi Bustinza: –En un principio pasaba todo más por el cuerpo. No había escenas en sentido teatral. Los dos primeros meses de ensayo sólo hacíamos coreografías que tenían que ver con la cumbia, con el gesto. Pero empecé a ver que se armaban estos personajes y que necesitaba mostrarlos en interacción, más allá de la abstracción de la danza. Ahí empezó a pesar la historia de amor entre la Pao y el Masi, el amigo, la hermana. Ya tenía lo denso de vivir en un barrio bajo, de pasar frío, de lo difícil que es ir a la escuela, la bailanta, el riesgo. Decantó en un peso que muchas veces deja pasmada a la gente. En un punto, escucha la cumbia y da para bailar, pero la gente no sabe si reír o siente que está mal hacerlo.

–No se oculta la violencia que envuelve a los personajes, pero el tono no es acusatorio, sino de comprensión. ¿Era la idea original?

M. C. B.: –Totalmente. Era decir: “Miren, nos pasa esto porque tenemos estas carencias y no tenemos otra opción que ser así”. Que la gente lo comprenda, luego que piense y haga lo que quiera.

Luciano Crispi: –Cuando desde lo teatral abordás el personaje, la compasión o el juzgamiento vienen cuando lo mirás y reflexionás desde afuera. Tratamos de transitarlos y eso nos obliga a no tener una posición crítica. Quizá sí lo pone al público en ese lugar, pero no lo sabemos.

Vicki Shwint: –Yo nunca fui al mundo de la cumbia. Para mí fue buscar y ver cómo podía encontrarme en eso. En mi vida siento cosas que capaz los personajes también. El aprendizaje fue identificarme con el personaje.

–El escritor Leo Oyola suele decir que la cumbia no le gusta porque es un género triste. ¿Coinciden? ¿Cómo es su vínculo con la cumbia?

M. C. B.: –Hay cumbias y cumbias. Hay algunas que sí, te ponen triste. En la obra usamos una cerca del final, la del Presidiario, que es de un pibe que sale de la cárcel. Algunas cumbias tocan temas tan duros que te ponen mal. Pero a mí no llega a ponerme triste. Sí me emociona. Digo “guau, lo que tiene que vivir cierta gente, y resistir y seguir”. Otros temas los canto, los bailo y me generan felicidad.

L. C.: –No tuve mucha relación con la cumbia, más allá de lo que podía sonar en alguna fiesta. Pero transitándola en la obra, uno empieza a sentir esa pulsión, esa cadencia, va coincidiendo con la pulsión interna. En los ensayos veíamos cómo en situaciones de vulnerabilidad hay una necesidad grande de exacerbar todo. Eso sí lo reconozco en la cumbia. Está muy para afuera y arriba, y eso al mismo tiempo puede ser un poco triste.

–Como esa escena del exceso en la fiesta.

L. C.: –Claro, eso mismo de estar muy arriba para escapar de otra cosa.

Ezequiel Baquero: –La cumbia es un género como cualquier otro y tiene sus matices, depende de dónde conectás con cada tema. Hay algunos que son de fiesta y otros que podés conectar por un lado más íntimo, y se puede encontrar una tristeza ahí. Pero también entiendo que, como dice mi personaje, la cumbia es una expresión de la gente que es pobre. Entonces tengo que saber diferenciar lo que yo conecto con la cumbia de lo que conecta mi personaje, para quien la cumbia es un acompañamiento de toda la vida. Desde la cumbia podemos entrarle a los personajes de una manera más íntima. Cuando suena, es como si mi personaje se cargara.

M. C. B.: –También hay mucha ansiedad en la cumbia. Germán Matías es un chico que se unió después de arrancada la obra. El hacía stand up villero, como le dicen ahora; lo llamé para que haga un prólogo de la obra y terminó actuando. Y hay mucha ansiedad en él y nos la trajo a los ensayos. Ansiedad por todo: por darnos un caramelo o por ensayar. Y creo que eso es algo que la cumbia también tiene.

–Hay un pasaje de la obra dedicado al Gauchito Gil, que quizá no tiene estricta importancia desde el desarrollo de la historia, pero sí es algo por lo que pasan todos los personajes. ¿Por qué les interesaba esto?

M. C. B.: –Puse esa escena porque es el único punto en el que afloja la intensidad. Ese es el momento en el cual se ve más abajo a los personajes. En eso depositan la fe y no hay muchos otros lugares. ¿En quién confío? En el Gauchito. Confían en otros, también, pero pusimos al Gauchito porque aparece en la parte de la cárcel y es a quien le piden por quienes están presos. Y la fe es muy importante para la gente que tiene carencias y se puede agarrar de pocas cosas. En la fe pueden descargar y sentir en algún punto que las cosas van a estar bien.

L. C.: –Hay algo que va más allá de los estratos sociales. Cuando aparece la necesidad en cualquiera de sus rangos, cuando aparece la sensación de vacío, uno quiere completarlo con algo. La parte mística de la obra viene a llenar ese espacio, a lo que excede a la comprensión, a lo que no depende de mí. Es una última instancia y de las pocas que no se pueden destruir. Capaz no puedo comer, no puedo estar con mi familia ni desarrollarme como quisiera, pero esto no me lo pueden sacar.

V. S.: –Ese momento me moviliza porque después sigue el velorio y me hace acordar a sensaciones de cuando mi abuela falleció, cuando un amigo se suicidó. Y ese momento es sentir que lo que queda, a pesar de todo lo malo, son los afectos y los cariños.

E. B.: –Mi personaje es muy expresivo: cada vez que levanta la voz es para hablarle a la mayor cantidad de gente. Pero el del Gauchito es el único momento donde está solo, hablando para sí. Ahora me doy cuenta de que es el único en el que no reacciono a que la gente me está viendo. En los otros momentos, el personaje, pero yo como actor también, pide atención. Sobre lo religioso, me permito citar a Germán Matías, que siempre que discute con algún ateo le dice: “No sos religioso, pero te quiero ver cuando estés en una situación delicada”. Y entiendo que esa situación ahí se vive todos los días, en el miedo a qué pasa al salir a la calle porque bajaron a alguno. Está más a flor de piel lo religioso. Así como con la cumbia, también es igual de importante tener a quien pedirle, quien te escuche.

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Los actores y la directora quieren que se comprenda la violencia en que viven los personajes.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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