TEATRO › JUAN PALOMINO PROTAGONIZA OCHO CARTAS PARA JULIO EN CIRCE
En la obra, el actor interpreta a Nito Basavilbazo, “la antítesis de Cortázar”, un personaje que aparece en el cuento “La escuela de noche”. A partir de las cartas que el dramaturgo Gabriel Lerman imaginó que Nito le mandaría a Julio, se teje un perfil del escritor.
› Por María Daniela Yaccar
¿Juan Palomino en un espectáculo sobre Julio Cortázar? A simple vista, y a juzgar por los pensamientos que el actor suele disparar en las entrevistas, Palomino no pareciera ser una persona demasiado cortazariana. Pareciera estar hecho de otro tipo de influencias. “Cortázar me encanta. Provee a mi imaginario de un montón de luces de neón, de velas, faroles de autos, linternas... Me ilumina y es intocable. Pero tuvo una etapa en la que expresó su visión universalista del arte no comprometido con lo local, con lo latinoamericano. Tuvo la mirada contemplativa del artista que se va a vivir a París y manifiesta cierto desdén en la concepción de una sociedad como la nuestra, que pelea por reivindicar sus propios orígenes. De alguna manera, lo europeo, lo parisino en él, en esa etapa, es mucho más fuerte que Buenos Aires.” Así sintetiza Palomino, en la charla con Página/12, el contraste que produce en él el autor de Rayuela. En Ocho cartas para Julio este contraste queda expuesto, ya que el actor interpreta a Nito Basavilbazo, “la antítesis de Cortázar”.
Basavilbazo es un personaje que aparece en el cuento “La escuela de noche”, ambientado en el normal Mariano Acosta. Para el espectáculo que encabeza Palomino, el dramaturgo Gabriel Lerman imaginó cartas que Nito le mandaría a Julio. Son ocho, en las que se abordan distintos temas, como la escritura, las luchas políticas, el exilio y el vínculo entre ambos. A su vez, se teje un perfil de Cortázar. Hay música de Fernando Lerman, que toca el saxo y la flauta, el director es Daniel Berbedés y Juan “Pollo” Raffo toca el piano. Se hizo una función en Café Vinilo y quedan dos en Circe, este sábado y el 25 de julio, a las 23.30 (Córdoba 4335). Más allá de la actuación, Palomino también tuvo que ver con cómo se encara la figura de Cortázar en la obra. Cuando se juntó con Lerman por primera vez surgió, como tema de conversación, aquel fascinante intercambio epistolar entre Cortázar y el escritor peruano José María Arguedas. Intercambio que, entre otras cuestiones, versaba sobre la antinomia lo local-lo foráneo.
No es casual: Palomino vivió su infancia en Perú, donde nació su papá. “Lerman propuso, entonces, este personaje: un amigo de Cortázar oriundo del norte. Describimos la vida de Cortázar a partir de la mirada de Nito, a modo de homenaje a diferentes escritores latinoamericanos. Sobre todo a Arguedas: yo lo tengo como uno de los trágicos escritores peruanos, termina suicidándose después de escribir una carta a Cortázar. Es cierto que no hay nada más alejado de mi persona que Cortázar. Pero, a pesar de eso, me ilumina”, repite el actor. “En Ocho cartas... contamos la evolución de un artista, desde el Mariano Acosta, sus sueños en Chivilcoy y en Banfield, pasando por su relación con el tango, el jazz, su visión afrancesada, la máquina de escribir, el cigarrillo, el boxeo. Su mirada crítica hacia el peronismo y su descubrimiento, su participación activa, en la revolución cubana. Es una pincelada de un hombre que no siempre es el mismo”, resume Palomino, que actuó en la película Los dioses de agua, recientemente estrenada, y que encarna ni más ni menos que a Perón en Encuentro de genios, una obra escrita por Beto Casella (ver recuadro).
–¿La experiencia de hacer esta obra alteró su percepción sobre Cortázar?
–Nunca cambió mi percepción, porque cuando yo era joven lo descubrí ya involucrado como intelectual de izquierda con la revolución cubana y como jurado en el Premio Casa de las Américas. Es decir que lo descubrí ya como un artista e intelectual involucrado en las causas de los pueblos y las revoluciones. La revolución cubana lo modificó y empezó a hacer un contacto con la política; antes la miraba de soslayo. Era crítico con el peronismo, producto de su concepto europeísta del arte. Para él, el arte no estaba atado a ningún tipo de concepción política o partidaria.
–El intercambio epistolar entre Cortázar y Arguedas tiene vigencia. Se lo puede revisar con claves como la redefinición de Latinoamérica en el mapa mundial o el papel que los artistas han asumido a partir del kirchnerismo.
–América latina es el punto de referencia en este momento. Por lo geográfico, las riquezas que tenemos y las conclusiones político-partidarias que se entrelazan a partir de la aparición de Chávez, Lula, Kirchner y fundamentalmente Evo Morales. En la Argentina, la 125 estableció un antes y un después. Y el fallecimiento de Néstor Kirchner hizo que muchos actores se manifestaran sobre el ex presidente. Después de tantos años de neoliberalismo y pensamiento único, de muerte de las ideologías, apareció en América latina el fervor por la construcción de un nuevo socialismo. Por otro lado, arte y política van de la mano. Si reviso mi historia, esta idea está en la primera nota que me hicieron: a los veintipico hablaba de un paro de actores. Antes de ser “famoso” por la televisión, ya tenía una mirada política de la realidad y nunca dudé en expresarme.
–¿Qué le representa pasar de un formato masivo como la televisión a un teatro para no tantos espectadores?
–Este espectáculo es un espacio de libertad. Y un espacio reducido es el ideal para contar una pequeña gran historia. Salto de hacer una obra en el Teatro 25 de Mayo, como Perón, y después me pongo en la piel de Nito. Son espacios que uno va eligiendo. La vida del actor atraviesa estas aristas. Hace más de cuatro años que no hago telenovelas, porque no me llaman. Mi carrera ha virado para el lado del cine, con los nuevos realizadores de treinta y pico, en películas de género. Estoy por irme a filmar a Africa otra película con el director de Los dioses de agua. Un actor tiene muchos climas. Esta es una primavera en la que me reencuentro con autores que me han nutrido cuando era chico. Nunca me creí ese cuento de la estrella. Nunca dejé de viajar en subte, nunca me aislé, nunca dejé de caminar por la calle...
–Al estar hecha de cartas que Nito escribe para Cortázar, ¿desde lo actoral lo fundamental para esta obra fue hacer un trabajo fino sobre la palabra?
–Sí. Soy producto de las cartas: he escrito muchas cuando me vine para acá. He pasado la lengua por el sobre, por las estampillas, iba al buzón... He escrito cartas de puño y letra, tengo imágenes y sabores de lo que significan. En la obra es fundamental el tema de la lectura: acerca. Leer un pedazo de papel que está escrito es una vuelta al origen de las texturas. Estamos en la época de las imágenes. En las redes, mientras menos palabras escribas, más posibilidades tenés de que el mundo te lea. Los puntos, las comas, los acentos y silencios son fundamentales en lo epistolar. Me gusta leer y estar influido por la música. La máquina de escribir se funde con ella, como si fuese un instrumento más. El espectáculo no es un recital de poesía, es más una performance de las palabras, el papel, los sonidos y la luz. Trabajé a Nito a partir de la palabra. Basavilbazo es un hombre del norte que representa la identidad del escritor no reconocido, pero que de alguna manera tiene un compromiso político desde sus inicios.
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