TEATRO › ENTREVISTA AL DRAMATURGO ROBERTO “TITO” COSSA
El autor de Tute Cabrero y una de las mayores referencias teatrales del país cuenta cómo vive el cambio político mientras busca nueva sede para el Teatro del Pueblo y prepara el estreno de Un hombre equivocado. Su mirada sobre actores y autores ayer y hoy.
› Por Paula Sabatés
Al mismo tiempo que se efectuaba la ruptura del bloque del Frente para la Victoria, y sin saberlo todavía, Roberto “Tito” Cossa daba esta entrevista a Página/12 contando, entre otras cuestiones, cuál debía ser para él el rol de la principal bancada de la oposición. La excusa del encuentro era otra (el futuro de su querido Teatro del Pueblo, noticia por estos tiempos por una mudanza no deseada que llegará el año próximo), pero era de antemano una obviedad que la mayor parte del tiempo se hablaría de política. Está preocupado. Dice, a sus 81 años, que nunca imaginó que el gobierno de Macri fuera a ser “tan violento” y que no sabe “adónde puede terminar”. En uno de los pocos respiros que le da a su pipa de tabaco negro, uno de los más grandes dramaturgos de la Argentina desliza: “Yo creo que si los del Gobierno siguen así, si no encuentran una manera de reparar los derechos de la gente del pueblo, la van a pasar mal”, sostiene, secretamente deseoso de que no sea al revés.
Ya alejado de la presidencia de Argentores –la Sociedad General de Autores de la Argentina– que ocupó hasta 2014, el autor de obras como La Nona, Yepeto y Tute Cabrero y una de las mayores referencias teatrales se encuentra en pleno trabajo de pensar dónde y cómo será el nuevo Teatro del Pueblo (ver aparte). Además estrenará en mayo una pieza más de su autoría. Se trata de Un hombre equivocado, adaptación del guión de la película El arreglo, que escribió con Carlos Somigliana en 1983. “El estreno será en mayo en el Teatro Nacional Cervantes. Bah, o eso parece, porque con este gobierno no se sabe aún ni quiénes serán sus autoridades”, dice sobra la pieza que será dirigida por Villanueva Cosse.
En un parate entre su anterior estreno teatral (la brillante Final del Juicio) y este próximo trabajo, hace una semana fue noticia en los medios por haber sido uno de los que firmaron un pedido al Ejecutivo para que renunciara Darío Lopérfido, ministro de Cultura porteño, por sus dichos sobre la última dictadura y el terrorismo de Estado. “Me llegó el texto de la carta y me pareció muy oportuno y muy necesario descalificar a este canalla. Se mete con un tema que es uno de nuestros grandes referentes, como es de los derechos humanos, algo que por otro parte ya había promovido Macri cuando dijo que eran un curro. No sé qué va a pasar, no creo que renuncie, pero es lamentable. Eso y todo lo que está pasando”, agrega.
–¿Cómo vivió estos primeros dos meses de gobierno de Cambiemos?
–Es una pesadilla. A mí me sorprendió mucho el resultado de las elecciones generales, no pensaba en la posibilidad de un triunfo de Macri y la corta distancia con Scioli me tomó por sorpresa. Después ya me convencí de que ganaba Macri en la segunda vuelta y no esperaba mucho, pero tampoco esta ofensiva tan violenta. Podía esperar un gobierno más de derecha, pero no así. Y eso que los que están ganando la pelea interna son los gradualistas, pero hay otros peores que piden más. Lo vivo con preocupación, porque no estoy tan seguro de que esto se termine rápido.
–¿Por qué cree que se llegó a ese resultado?
–Porque en la Argentina hay una mayoría silenciosa que es la que decide. Uno siempre cree que como se mueve en sectores que piensan lo mismo, o que piensan, que discuten, que están al tanto, todos son así. Pero a la mayoría le preguntás quién es (Alfonso) Prat-Gay y no tiene idea, y esa es la mayoría que vota, y vota de esta manera porque le vendieron el “Cambiemos”. Realmente no sé qué puede pasar. Yo creo que si los del Gobierno siguen así, si no encuentran una manera de reparar los derechos de la gente del pueblo, la van a pasar mal. Pero es como todo: lo que va a definir es la economía, porque a esa mayoría silenciosa lo único que le preocupa es su bolsillo. Y en ese sentido veo bastante cautos a los gremios, y más ahora que empiezan las paritarias. Vamos a ver cómo resulta el paro nacional de los estatales.
–¿Y a la oposición cómo la ve?
–Y... por ahora prácticamente no existe. Es decir, existen los opositores, pero no una oposición organizada. Vamos a ver en qué terminan estas reuniones del Partido Justicialista, si realmente logran instalar un partido único y opositor, cosa que no creo porque ahí hay mucho tránsfuga. También hay que esperar a marzo a ver cómo reacciona el Congreso. Es cierto que esto recién empieza, es verano. Cuando empiecen a sentirse todas estas medidas impopulares algo va a tener que pasar. Espero que estalle la reunión del pueblo, porque frente a eso sí que van a tener que hacer algo. Mientras tanto van a seguir con esta mentira de que el país tenía que ser ordenado porque estaba al borde del caos.
–¿Cómo vivió usted ese “caos” del kirchnerismo?
–Mirá, no soy un kirchnerista puro, pero te voy a decir una cosa: a mi edad nunca creí que iba a ver un proyecto como el kirchnerismo, con todos sus defectos pero con esa mirada humana. Un gobierno que puso en el podio a las Madres, a las Abuelas, una presidenta que decía que la patria es el otro. Con toda esa fuerza que parecía un avance hacia la solidaridad, hacia una comunidad más civilizada, yo estaba bien.
–En el plano del teatro, su especialidad, ¿cree en el actual contexto pueda surgir alguna experiencia similar a Teatro Abierto?
–Siempre está la idea de volver a hacerlo, así que a lo mejor... De todos modos, hay que tener en cuenta que Teatro Abierto tenía como enemigo a una dictadura, y ¡qué dictadura! Una siniestra, una criminal. Estábamos prohibidos, perseguidos y aislados, y yo no creo que a este gobierno se le ocurra prohibir gente del teatro. Si eso ocurriera habrá que hacer algo. Siempre hay formas de resistir con imaginación.
–¿Y si no fueran ustedes, los que ya lo hicieron aquella vez? ¿Qué piensa de las nuevas generaciones de teatristas? ¿Cómo los ve para ponerse al frente?
–No las veo tan politizadas como a la nuestra. La nuestra soñaba con cambiar el mundo. Creíamos que luchando y organizándonos íbamos a cambiar las cosas hacia una sociedad socialista. Estos no creen que sea posible y me parece muy bien, porque todo eso se cayó. De todas maneras, teatralmente hablando ahora es todo mucho mejor. Hay mayor calidad, mayor profesionalismo, más seriedad. No es que nosotros no fuéramos serios, pero después de un ensayo nos íbamos al café a hacer una revolución. Hoy los jóvenes se van a estudiar otras cosas y eso se nota arriba del escenario. La calidad actual promedio, sobre todo de los actores, es muy superior a la nuestra.
–Pero su generación ha dado actores maravillosos, muchos de cuyo oficio aprenden los de hoy.
–Sí, pero es distinto. Uno iba a ver un espectáculo de teatro independiente y veía uno o dos buenos actores. Pero también veía improvisación y gente de buena voluntad que como lavaba el baño tenía un papel. Esto ha cambiado, hay un mayor rigor profesional.
–¿Qué rol cumple hoy en Argentores?
–Soy una especie de coordinador de las comisiones de Prensa y Cultura. La presidencia no es para mí. Mejor dicho, lo fue y ya no es más. Hay otro tiempo en Argentores, se necesita algo más de gestión y yo no soy bueno para eso.
–¿Cuál es el estado de debate por el derecho de autor en la Argentina?
–El autor ha perdido el rol protagónico. En la radio ya prácticamente no existe porque desa- pareció la ficción, en el teatro está ciertamente oculto, en cine cada vez menos gente lo reconoce, y lo mismo ocurre en la televisión. Allí antes la estrella era el autor, pero hoy se trabaja tan mal que el público no sabe ni los nombres de los autores. Todo ese sistema de trabajar en equipo autoral hace que el trabajo sea en condiciones realmente penosas. Hoy se escribe por pedazos y hay que contemplar si el actor renueva contrato porque si no hay que matar al personaje. El problema central de las telenovelas es ése: no se cuentan bien las historias, y no porque no haya buenos autores sino porque están obligados a trabajar mal. ¿Cuál fue el gran éxito del teleteatro turco y antes del brasileño? Era un melodrama con personajes que iban desarrollando vínculos dentro de una historia. De todos modos, la mayor pelea sigue siendo en Internet. Ahí directamente ocurren robos a obras sin pagar nada. Ese es un mercado multimillonario y no es que nadie gana nada. No, hay gente que gana miles de millones pero no por trabajar, sino por no pagar derechos a los autores, que son quienes trabajan.
–Volviendo al teatro, ¿tiene opinión sobre la Ley del Actor?
–Yo en principio estoy de acuerdo. Los actores merecen su jubilación, su obra social. Ojalá nos tocara a los teatros independientes también, pero parece que eso es más difícil. Sé que hay empresarios honestos, no comerciantes, como (Carlos) Rottemberg, que se están quejando. Me gustaría conocer un poco más esas quejas.
–¿Usted va al teatro?
–No, casi nada, me cuesta por la edad. A veces voy por amistad, pero me cuesta. Lo mismo que escribir. Soy como un minero que pica y pica y va sacando metal y un día empieza a sacar tierra. Me parece que ya se acabó el metal.
– La última obra que estrenó, Final del juicio, parece contradecirlo completamente...
–Es que yo desde el plano del oficio me defiendo, el tema es tener un tema sobre el cual escribir.
–¿Ya no piensa que se puede cambiar el mundo?
–No. Aunque algunas cosas cambiaron y yo creo que mejoró.
–¿Sí?
–Sí, si pensamos en el nazismo, el fascismo, el racismo. Se dio cierto reconocimiento a las minorías, las mujeres están un poco mejor y un homosexual hoy no es un tipo que tenga que esconderse. Sin ir muy lejos, en Estados Unidos hay un presidente negro. Sí me preocupan los fundamentalismos tan violentos que vienen del Islam, eso es terrible. No sé adónde irá a parar todo eso.
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